Hay pocas dudas que el ascenso de las generaciones de mujeres feministas de los últimos treinta o cuarenta años, construyó un baluarte ante el patriarcado institucional que resultó triunfante en la posguerra. Un orden material y político basado en el derecho del padre que reconfinó a las mujeres de vuelta a casa, después del periplo de libertades y participación en las dos guerras.
El piso de derechos trabajosamente construido por las feministas logró, en setenta años, cambiar de manera dramática el panorama social y las vidas de muchas mujeres. La percepción y el aprecio de muchos hombres respecto a las capacidades y habilidades femeninas cambió tanto que, me atrevería a afirmar, muchos de ellos cuestionaron el sustento y las razones del patriarcado, sumándose a la causa feminista.
El momento culminante de ese largo proceso histórico de cambio se alcanzó sin duda, el 8 de marzo de 2020, con las grandes manifestaciones que llenaron las plazas de casi todas las ciudades del mundo. Vimos a abuelas, madres y nietas; tres generaciones de miles de mujeres desfilar alienadas por la misma experiencia, aunque con distintas trayectorias de vida, con la consigna: “Se va a caer el patriarcado, se va a caer”.
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La pandemia nos silenció, nos regresó a la casa y recién comenzamos de nuevo a levantar cabeza. La pandemia aún no terminaba, pero ya había cambiado la geopolítica del mundo cuando inició la guerra en Ucrania el 24 de febrero de 2022. Y la guerra que es “un monstruo grande y pisa fuerte” como dice la canción (“Sólo le pido a dios”) todos sabemos es un asunto de hombres. Donde mueren los jóvenes y los viejos dirigen los ejércitos, aunque en las nuevas guerras (Mary Kaldor) mueren más civiles, mujeres, niñas y niños, que soldados.
El clima político cambió también en consecuencia. Los líderes de las naciones, sus gobernantes, están haciendo de la guerra un recurso para animar sus desalentadas economías, para solidificar el sustento político de sus gobiernos, para declarar amigos, aliados y enemigos (internos y externos). La guerra es el recurso para sentenciar a la extinción y muerte a los pueblos pobres, como Palestina, Siria, Etiopía, Yemen, Malí, Níger, Burkina Faso, Somalia, Congo y Mozambique. Mientras saquean sus abundantes recursos naturales: platinoides; coltán; cobalto; tántalo; diamantes y oro; petróleo, gas; bauxita, manganeso, níquel, platino, cobalto, radio, germanio, litio, titanio y fosfatos. Desplazan a los habitantes de sus lugares de origen, pero les cierran sus fronteras, los expulsan o marginalizan cuando llegan como migrantes.
Es el mundo cruel de los patriarcas, los que compran y venden mujeres, los que asesinan sin piedad a niños, niñas, los que solidifican sus alianzas con el tráfico de los débiles. Los que declaran enemigos o delincuentes a los homosexuales. Los que los encarcelan, deniegan su reconocimiento, su voz, su nominación incluso. Es el mundo de los trump, los milei, los putin, los bukeles, los ortegas, los órban, de los markrutte. Pero también de mujeres patriarcalistas como Marine Le Pen, como Dina Boluarte y otras que sostienen el telón mientras los hombres de poder deciden.
Hace unos días en el Perú de Dina Boluarte, se inscribió en el legislativo una iniciativa de ley para cambiar el Ministerio de la Mujer por el Ministerio de la Familia. En Paraguay, el líder parlamentario, pasando por encima del reglamento, destituyó a la Senadora Kattya González del Partido Encuentro Nacional. En la Argentina, Milei tomó la decisión de degradar el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad al rango de subsecretaría en el Ministerio de Capital Humano (todo es capital para Milei), además de proscribir el lenguaje inclusivo y el enfoque de género en las comunicaciones y documentos oficiales. Mientras las autoridades judiciales de Guatemala decidieron cerrar la Unidad de Control, Seguimiento y Evaluación, lo que representa un retroceso en los mecanismos para velar por el cumplimiento de la Ley contra el Femicidio y otras formas de Violencia contra la Mujer.
La acometida de la derecha en todo el mundo amenaza la paz necesaria para enfrentar las amenazas derivadas del cambio climático y para lograr el reconocimiento de todas las diferencias en democracia. Además del rechazo a los migrantes y la aporofobia, las derechas tienen obsesión contra los derechos de las mujeres y las disidencias sexo políticas; por ello están contra las leyes que legalizan el aborto, la eutanasia, el reconocimiento de las identidades sexuales, raciales, etc., y pugnan por la derogación de la ley de violencia de género, así como por el desmantelamiento de los mecanismos de igualdad.
Este 8 de marzo debemos refrendar el compromiso por una transformación a favor de una democracia basada en la igualdad de género, el reconocimiento de todas las diferencias, la equidad en la distribución de oportunidades, cargas y recursos, la paz entre las naciones y comunidades; la vida sin violencia y la armonía con la naturaleza. Un mundo de cuidado y reconocimiento mutuo, con hombres y mujeres, elles y ellos sensibles y solidarios.