Por fin terminaron las campañas -que en realidad iniciaron mucho antes del periodo establecido por la legislación electoral-, y con ello el bombardeo de spots, anuncios espectaculares, bardas, pendones, publicaciones en redes sociales. Lamentablemente, como ha sido usual en la gran mayoría de las elecciones en nuestro país, la difusión de la imagen de las y los candidatos con mensajes carentes de contenido y frases que pretenden ser ocurrentes pero poco o nada dicen, así como los ataques y descalificaciones, se impusieron sobre las propuestas, argumentos o espacios para cuando menos tratar de analizar y discutir con seriedad la gestión gubernamental o legislativa de quienes buscan el voto -muchas personas candidatas buscan la reelección o aspiran a otros cargos- y también el papel de los partidos postulantes.
A partir de hoy empieza el llamado periodo de veda o de reflexión para que en estos días podamos meditar serenamente sobre el sentido de nuestro voto que es un derecho, pero también un deber ciudadano. Estamos ante el principal ejercicio de rendición de cuentas, es nuestra oportunidad para refrendar el apoyo a aquellas personas que han ocupado cargos públicos y que consideremos que han cumplido con su responsabilidad, pero también para castigar a quienes nos han fallado.
Para quienes piensan que de nada sirve acudir a las urnas este domingo porque ya todo está decidido, vale la pena recordar que de las últimas cuatro elecciones presidenciales, en tres ha habido alternancia al triunfar una opción distinta a quienes en ese momento detentaban el poder, al igual que en la mayoría de las gubernaturas. Es decir, cuando la gente sale a votar, los resultados pueden ser muy distintos a los que se esperaba, a pesar de lo que digan las cada vez menos confiables encuestas que más bien se han convertido en meros instrumentos propagandísticos. Lo que está en juego en unos pocos días, es la definición de más de 20 mil cargos de elección popular (9 gubernaturas, senadurías, diputaciones federales y locales, presidencias municipales e integración de ayuntamientos), y el rumbo del país para los próximos seis años o quizá para las siguientes generaciones.
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Cada quien podrá tener sus motivos para definir su voto. Ya sea a partir de su situación económica y laboral, por los resultados de gobierno en materia de seguridad, salud, medio ambiente, por la calidad o deficiencia de los servicios públicos en su comunidad, por la defensa de libertades y derechos, por afinidad ideológica o partidista, o por la identificación y simpatía personal hacia una candidatura. Todos ellos son válidos y justo de eso trata la democracia, que cada quien vote por quien quiera en libertad, y que ese voto se respete.
Confiemos en que a pesar de los múltiples intentos por debilitar al INE así como de sus conflictos internos -particularmente con la renovación de su presidencia y consejerías-, cuenta con una experimentada estructura profesional que ha demostrado una y otra vez su probada capacidad para organizar elecciones y generar las condiciones necesarias para que alrededor de 98 millones de mexicanas y mexicanos podamos ejercer pacíficamente nuestro derecho al sufragio y, sobre todo, contamos con un ejército de más de un millón y medio de ciudadanas que estarán como funcionarias de casilla este 2 de junio garantizando que los votos se cuenten bien.
No es exagerado decir que es momento de tomar el futuro en nuestras manos, lo que desde luego implica resistir en muchos casos presiones y hasta amenazas, principalmente para quienes son empleados gubernamentales o reciben algún beneficio público -al que por ley tienen derecho y nadie se los va a quitar-, también se requiere no ceder ante las promesas o incluso ante las dádivas. El voto es secreto, y en la soledad de la urna debemos marcar la boleta en libertad y conciencia. El 2 de junio debe ser el día de la ciudadanía.