Hedwig Hensel se casó con Rudolph Höss y tuvieron cinco hijos. En 1940 se cumplió el sueño de ambos: una linda casa con un inmenso jardín y una alberca. Hedwig se vivía como una pionera en la colonización “del este” (tal y como el führer lo planteaba), sembrando árboles frutales y flores. Su casa compartía el muro con el campo de exterminio de Auschwitz. Su esposo era el Comandante. Hasta su “paraíso” llegaban los gritos de horror de los prisioneros, se podía ver el humo de los hornos crematorios y la ceniza de los cuerpos incinerados llovía sobre su producción de fresas de la que estaba tan orgullosa. A Hedwig nada le quitaba el sueño.
“Zona de interés”, la película dirigida por Jonathan Glazer (“Bajo la piel”, “Reencarnación”) se inspiró en la novela del escritor británico Martin Amis. Un fragmento de la vida de la familia Hoss en el periodo en que el “ascenso” del padre lo coloca en el centro mismo de “la solución final al problema judío”. ¿Cómo eficientar el exterminio? ¿qué medidas tomar para que la mayor cantidad posible de personas fueran asesinadas en un mínimo de tiempo? La “selección” al bajar del tren. Quienes podían trabajar caminaban hacia las barracas inmundas. Quienes no, caminaban hacia las duchas donde esperaban agua y salía gas Zyklon B.
En “Zona de interés” el horror es como un constante telón de fondo. Nunca presenciamos lo que sucede en el campo. La película gira alrededor de la vida privada de Höss y su familia. Hedwig atenta el arreglo de su hogar, supervisa a sus trabajadoras-esclavas, a sus jardineros que vienen –del campo de exterminio– a trabajar a su casa. Organiza una gran fiesta en la alberca. Conversa con sus amigas y hace bromas: al mostrarles un diamante les dice que viene de “Canadá”. No, no el país. “Canadá” era el inmenso depósito en el que se almacenaban las pertenencias de las personas judías despojadas a su llegada al campo.
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El escritor italiano de origen judío Primo Levi, autor del extraordinario “Si fuera un hombre”, la narración de su experiencia en Auschwitz, fue convocado a escribir el prólogo de “Yo, Comandante de Auschwitz”, la autobiografía de Rudolph Höss y nos dice: “En un clima distinto del que le tocó crecer, según toda previsión. Rudolf Höss se habría convertido en un gris funcionario del montón, respetuoso de la disciplina y amante del orden; como máximo, un trepador de ambiciones moderadas. En cambio, paso a paso se transformó en uno de los mayores criminales de la historia”.
Volvemos a esa “Banalidad del mal” que analiza Hannah Arendt con quien Primo Levi parece coincidir: “un gris funcionario”. Un burócrata eficaz que lleva sus cuentas siempre en orden. ¿Y su esposa? Un ama de casa que habría cocinado y cuidado a sus hijos ella misma. Pero Hedwig se sintió bendecida de escapar a ese destino. Recibe un abrigo de pieles. Le encanta. Descubre un objeto en el bolsillo: un lápiz labial. Lo coloca en su tocador. Como si ese abrigo no hubiera pertenecido a nadie. Una mujer que camina. Hace frío. Quizá va al teatro. Es judía, es su abrigo, es su lápiz de labios. Hubo una vez una mujer, una vida.
Al final de la guerra los Höss se separaron para pasar desapercibidos. Por miedo de que uno de sus hijos fuera deportado a Siberia, Hedwig dijo dónde se escondía su marido. Höss fue juzgado en 1947 y sentenciado a muerte. Fue ahorcado el 16 de abril de 1947 en Auschwitz. Hedwig murió a los 81 años durante una visita a su hija en Estados Unidos.