LAS PALABRAS

La aprehensión de las palabras

Tanto en “El niño salvaje” de Truffaut como en “Ana de los milagros” de Penn, lo que presenciamos es la recreación cinematográfica de la vida de una persona aislada del exterior, encerrada en sí misma. atrapada en su cuerpo. | María Teresa Priego

Escrito en OPINIÓN el

Helen Keller tuvo la capacidad de ver y escuchar desde su nacimiento hasta los diecinueve meses. Su madre afirmaba que, para entonces, ya decía –en lengua/bebé– una palabra: agua.  Una enfermedad grave (quizá meningitis), la hizo perder la vista y el oído en 1881. Después de intentar curas con distintos médicos sus padres se resignaron, sobre todo su padre: no había progresos que esperar. Helen fue olvidando todo lo que había aprendido, sumiéndose en un estado que nos recuerda –de alguna manera– a Víctor de Aveyron (nombrado así por su tutor), encontrado en 1798 en un bosque cerca de la ciudad de Toulouse con la imposibilidad de hablar, lejanía con el mundo, movimientos corporales desordenados

Se especuló que Víctor era un niño no deseado de quien quisieron deshacerse y logró sobrevivir en el bosque alimentándose de bellotas y raíces. A diferencia de Hellen que tuvo acceso a las palabras, nadie pudo asegurar que fuera infeliz. Más bien, según nos narra su tutor, sus emociones parecían ausentes. Congeladas. No respondía a los vínculos humanos. En 1970, salió en cines la tan bella película dirigida por François TruffautEl niño salvaje” (L’enfant sauvage”), en la que Truffaut mismo asume el rol del Dr. Jean Marc Itard, médico y pedagogo, quien rescató al niño del hospital para sordos e invidentes y se lo llevó a su casa para educarlo junto a su ama de llaves la señora Guérin.

Las historias son muy distintas: Hellen creció con su familia, imposibilitada para comunicarse por sus problemas visuales y auditivos y el desconocimiento de los médicos de su entorno de un método adecuado para tratarla. Podía manifestar la necesidad de la cercanía con su madre (acariciándose la mejilla), su hambre, su sed o su ira. Más que nada: su desesperación y su ira. A la llegada de la profesora Anne Sullivan a su casa (egresada de la Perkins School for the Blind), la vida de Hellen comenzó a cambiar, en medio de crisis de furia y de violencia por parte de una niña que tenía ya siete años y la inquebrantable voluntad y empatía de su profesora, ella misma afectada de problemas de visión. 

Anne Sullivan sabía del horror de crecer en una institución y se prometió que ese no sería el destino de Hellen. Hasta entonces, su familia, sin saber qué hacer, había optado por dejarla libre en ese evidente retroceso que la aislaba del mundo. 

A Víctor nadie le enseñó a comunicarse o lo olvidó al perder todo contacto con humanos. El Dr. Jean Marc Itard, supuso que había sido abandonado a los tres o cuatro años, al encontrarlo los médicos calcularon que tenía entre once y doce. Se pensó que Víctor no hablaba como consecuencia de la sordera, pero no era sordo. “Nos oye sin escucharnos, así como nos mira sin ver”, explicó Itard. 

Para Víctor como para Hellen, se avanzaba el mismo diagnóstico: discapacidad intelectual. Los resultados del aprendizaje y el regreso al contacto con el mundo en la vida de Hellen Keller fueron espectaculares y los conocemos. Los de Víctor fueron modestos. Vivió al cuidado de la señora Guérin, elegida por su tutor para acompañarlo y murió a los 40 años de neumonía. Itard, quien llevó cuidadosas anotaciones de su tratamiento (en las que se basa la película de Truffaut), concluyó que todo avance más allá de lo logrado era ya imposible. 

En la película “Ana de los milagros” (“The miracle worker”), dirigida por Arthur Penn en 1962, cuando la madre de Hellen insiste ante el Capitán Keller para que la especialista en lenguaje (a pesar de sus métodos extraños y abruptos), atienda a su hija, le ofrece un argumento rotundo: “cada vez se aleja más de nosotros”. Ese “la estamos perdiendo” le permite a Anne Sullivan acceder a la vida cotidiana de Hellen. Al parecer, a Víctor nadie lo “perdió”, dado que nadie salió a buscarlo. Hellen era una hija del amor, Víctor muy probablemente no. Tanto en “El niño salvaje” de Truffaut como en “Ana de los milagros” de Penn, lo que presenciamos es la recreación cinematográfica de la vida de una personita aislada del exterior. Encerrada en sí misma. Atrapada en su cuerpo.

En ambas películas transitamos el delicado proceso de una maestra, un maestro preguntándose: ¿cómo recuperar su humanidad? ¿cómo lo atraigo hacia el deseo de comunicarse? Hacia la lengua, hacia las palabras. Más allá de la imitación y la repetición: ¿cómo hacerle entender qué es una palabra y después, que las palabras representan objetos, emociones? Pasar de lo concreto a la abstracción. El significante nos remite a un significado, ¿cómo se transmite ese vínculo? El lenguaje. La socialización. La vuelta de una persona a ese mundo de lo humano que le corresponde. En los dos casos, tanto para Víctor como para Hellen, la primera palabra fue “agua”. 

María Teresa Priego

@Marteresapriego