A Roberto Canseco y el resto de mis colegas de la embajada de México en Ecuador.
No es posible saber cuánto dura una crisis diplomática, sí puedo aventurar, sin embargo, que es muy probable que la solución definitiva a esta crisis se logre durante el gobierno de la próxima presidenta de nuestro país.
La historia nos muestra que salvo casos excepcionales, la ruptura entre dos naciones que han gozado de una amistad añeja, dura meses, o algunos años, mientras que las relaciones entre ambos se miden en décadas, este es uno de esos casos. Escribo estas líneas deseando que las relaciones de México con Ecuador se restablezcan a la brevedad posible y pronto demos vuelta a esta amarga página de nuestras relaciones que se interrumpieron cuando los lazos diplomáticos entre ambos países cumplirían en junio de este año 186 años.
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En medio de la indignación fresca que sigue a la ruptura, creo que no escribo a destiempo para ampliar una reflexión que expresé desde el día mismo de la violación de nuestra embajada: en el estallido de un conflicto, es nuestro deber iniciar un ejercicio que nos lleve a imaginar las rampas de salida a la crisis. Parto de la convicción de que está en el interés de México, de Ecuador y de la región, que más pronto que tarde se den los pasos que lleven a una completa reconciliación.
México tomó la decisión correcta. La violenta vulneración de la inmunidad de nuestra embajada en Quito es inexcusable y contraria a la letra y espíritu del derecho internacional. No queda resquicio de interpretación en contrario. Nada, nada, puede justificar la acción de un Estado contra la representación diplomática de otro; todo el mundo presenció esas escenas que pasarán a la historia de las relaciones internacionales como una "flagrante y grave violación de la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas, en particular, del principio de inviolabilidad de los locales y del personal diplomático mexicano, y las normas básicas de convivencia internacional, [ante la que México anunció] el inmediato rompimiento de las relaciones diplomáticas con Ecuador", señaló Alicia Bárcena de acuerdo a un comunicado de la Secretaría de Relaciones Exteriores del pasado 6 de abril.
La comunidad internacional reaccionó de inmediato y condenó la acción ecuatoriana y expresó su solidaridad con México. Al mismo tiempo, no faltaron llamados a las partes para que resolvieran sus diferencias. Antes de ello, me queda claro que México, como lo anunció Bárcena, denunciará a Ecuador ante la Corte Internacional de Justicia y no se descarta que nuestro país acuda a otras instancias internacionales.
Estamos en la cresta de la ola de la indignación y la búsqueda de resoluciones condenatorias por ese acto injustificable. México reclamará por la violación a su embajada, agresiones al personal diplomático –sí, esos actos que todos vimos– y por la vulneración al derecho de asilo diplomático. Poca defensa tendrá Ecuador ante la evidencia palpable.
Puede decirse, sin embargo, que uno de los castigos más costosos para el Ecuador se ha dado en el rechazo que su acción ha provocado y en el desprestigio internacional que le tomará años superar.
Los políticos mezclan agendas
Es relativamente común encontrar casos en los que los que un jefe de Estado utiliza las relaciones exteriores como elemento para impulsar su agenda interna. Desde su campaña en 2016, Donald Trump utilizó la migración internacional y a la relación con México como arietes de golpeo a nuestro país y a sus adversarios políticos; lo hizo con grotesca contundencia y la eficacia de su mensaje que resuena claramente en sectores retrógradas de Estados Unidos, le han animado a repetir el escarnio; lo peor, el llamado trumpismo ha creado escuela y los seguidores son legión.
Contexto ecuatoriano
Así, el presidente ecuatoriano ha equivocado el destinatario de lo que él considera es su principal mensaje interno; ante la muy precaria situación de seguridad que prevalece en ese país hermano, Noboa está desarrollando una estrategia de No Impunidad con la que espera poder hacer frente a los tremendos retos que le plantea el crimen organizado. El presidente ecuatoriano mezcló rutas y, como señaló Jorge Lomónaco, en su interés por evitar que el expresidente Glas saliera de Ecuador mediante el asilo que le concedía México, escogió un camino incorrecto y peligroso, y en lugar de entablar una controversia ante la Corte Internacional de Justicia optó por dar un mal concebido golpe de autoridad contra una parte que es ajena a su poder jurisdiccional, nuestra embajada: el motivo, fortalecer la idea de un inflexible combate a la impunidad. Ruta equivocada, contraparte equivocada.
Entendamos mejor: El próximo 21 de abril, sí en menos de dos semanas, en Ecuador se celebrará un referéndum en el que el pueblo ecuatoriano deberá de pronunciarse por aprobar una serie de reformas a la constitución ecuatoriana y a otras leyes para que el gobierno pueda, mediante decreto, establecer medidas excepcionales que le permitirían actuar con mayor eficacia y contundencia, se dice, en contra del crimen organizado: este esquema no parecería calcado del modelo salvadoreño, pero, al menos, está inspirado en la política de otro joven presidente, Bukele. Reconocer ese contexto de política interna de ninguna manera justifica el atentado a México.
Por otro lado, Rafael Correa, expresidente ecuatoriano, también confunde agendas. Es un hecho notoriamente conocido que Correa mantiene una disputa con el actual gobierno de Noboa; la naturaleza de tal desencuentro es un asunto que corresponde al ámbito interno del Ecuador y no es materia de estas líneas. Sin embargo, el expresidente ha pretendido utilizar el conflicto bilateral de Ecuador con México para "llevar agua a su molino". Al criticar la injustificable acción del gobierno de Noboa, Correa se equivoca de carril y, de una manera desproporcionada afirmó: "...se trata de un casus belli, un acto que puede llevar a la guerra." un despropósito que se alimenta de su animadversión. No es sano utilizar disputas internacionales, las reales y las creadas artificialmente, para atizar el fuego de las luchas internas por el poder, para sacar raja política en la agenda nacional.
Conflictos que trascienden gobiernos
En la historia de las naciones, la ruptura de relaciones diplomáticas es, desafortunadamente, un evento que ocurre con alguna frecuencia; en el caso de nuestro país, el hiato, desde el momento del rompimiento hasta la restauración, tiene una marcada propensión a trascender administraciones.
En 1930, consideraciones políticas que incluían alegatos de intromisión en asuntos de exclusivo interés nacional, el gobierno de Emilio Portes Gil, rompió relaciones con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, no fue sino hasta la época de la administración de Manuel Avila Camacho, en 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, que las relaciones diplomáticas de México con la Unión Soviética se restablecieron. Se trató de lo que yo consideraría una ruptura blanda ya que en este periodo las relaciones entre ambos países, particularmente en el ámbito cultural, se desarrollaron de manera notable.
Así, México ha roto relaciones con varios países y, en algunas ocasiones, el periodo sin lazos diplomáticos ha sido muy largo. Mención especial debe hacerse de aquellas ocasiones en las que la solidaridad mexicana con pueblos hermanos llevó al cese de relaciones con gobiernos de facto y dictaduras. Dos casos emblemáticos vienen pronto a la memoria: la dictadura de Franco orilló al gobierno de Cárdenas a romper relaciones con España en 1939. No fue sino hasta 1977, 38 años después que se restablecieron relaciones durante el gobierno de López Portillo. Más recientemente, después del golpe de Pinochet de 1973, en noviembre de 1974, durante la gestión de Luis Echeverría, México cortó relaciones con Chile para restablecerlas 16 años después en 1990, cuando en la administración de Salinas de Gortari, Chile retornó a la democracia. En ambos casos, México se convirtió en el destino de miles de asilados españoles y chilenos, camino que siguieron numerosos argentinos y uruguayos que recibieron la protección del asilo de México, una ruta segura para escapar a las dictaduras que en los setentas derribaron las instituciones democráticas de esos países. Sí, la acción de la diplomacia mexicana ha sido una eficaz protección de la democracia en algunos países muy cercanos a nuestro país. También fue el caso de la corta ruptura de relaciones con la Nicaragua de Somoza en mayo de 1979 y que fueron restablecidas en julio del mismo año a la caída del dictador.
Tal vez el caso nicaragüense sea uno de los dos casos de la historia reciente de nuestro país en los que el mismo gobierno que tomó la decisión de romper relaciones fue el mismo que las restableció. López Portillo celebró la reanudación de lazos diplomáticos entre México y Nicaragua en julio de 1979.
Además del rompimiento y declaración de guerra con el eje en 1942, sólo en una ocasión en nuestra historia moderna, el rompimiento de relaciones diplomáticas estuvo cerca de llevar a México a un conflicto armado: entre 1954 y 1957, durante la gestión de Adolfo Ruiz Cortines, el gobierno de Guatemala, encabezado por el presidente Ydígoras, presentó varias reclamaciones a México alegando que embarcaciones de origen mexicano se dedicaban a la pesca de camarón en aguas territoriales guatemaltecas; también se presentaron quejas por tala ilegal de árboles en Petén y tráfico de armas en la frontera. El 31 de marzo de 1958, a un mes de que Adolfo López Mateos había tomado el poder, aviones de la fuerza aérea guatemalteca atacaron embarcaciones camaroneras mexicanas que se ubicaban cerca de la costa guatemalteca. Hubo tres pescadores mexicanos muertos, lo que propició que en represalia el ejército mexicano se aprestara a atacar. Algunas crónicas de la época señalan que fue el presidente López Mateos el que ordenó que el ataque no se realizara. No obstante, el conflicto creció y el 23 de enero de 1959, el presidente mexicano anunció la ruptura de relaciones, meses después, tras reiteradas e infructuosas gestiones de Honduras, Salvador y Nicaragua por Centroamérica y de Chile y Venezuela, México y Guatemala prosiguieron con un difícil diálogo bilateral que culminó cuando el 15 de septiembre de 1959, el presidente mexicano anunció la reanudación de relaciones.
Las relaciones bilaterales tienden a encontrar vías de recuperación y restablecerse. Es probable que aún ahora en estos momentos en los que México y el Ecuador están concentrados en encontrar las instancias jurídicas para dirimir en algún foro sus diferencias, existan diplomáticos ocupados en diseñar rampas de salida al conflicto. Ambas rutas no son excluyentes. Esa es, como he repetido, la labor de la diplomacia: encontrar, en el marco de nuestros principios de política exterior, los argumentos y los foros que permitan ratificar, frente a las naciones, la validez de nuestros argumentos y reclamos y, al mismo tiempo, diseñar rutas de salida a los conflictos que enfrenta el país. Esa es la tarea dual para la que los diplomáticos están entrenados.
La mediación de países amigos es un modelo particularmente útil en los momentos más álgidos del diferendo ya que en los primeros tiempos de un diferendo el diálogo directo es particularmente complejo.
En los foros regionales e internacionales donde México y Ecuador intentarán dirimir sus diferencias, los pasillos y cuartos contiguos estarán ocupados por terceros que buscarán coadyuvar el fin del conflicto. Para allá vamos aunque hoy la bruma de la ofensa no permita vislumbrar claramente ese camino. La reconciliación va a suceder, es cuestión de tiempo. Es previsible que Ecuador esté motivado para encontrar un pronto arreglo; la reacción negativa que ha recibido de la comunidad internacional probablemente ha sido contundente y seguir una ruta de desafío al derecho internacional mientras se libra internamente una contienda contra la inseguridad y el crimen, no parece el camino más práctico. No obstante, la rampa de salida no debe buscar imponerle una humillación a un país hermano. Tendrá que haber de la parte ecuatoriana un reconocimiento de responsabilidad por sus hechos y éste se deberá dar dentro de un formato que le permita, siquiera en parte, salvar cara. México entonces, deberá ser magnánimo ante tal reconocimiento.
Los hechos no se olvidan, pero el tiempo y una reacción responsable de las partes ayuda a sobrellevarlos y a pasar la hoja. Ni México, ni ningún otro país, debe dejar pasar estos hechos, pero una vez reconocidos su razón y su derecho, debe de buscar y aceptar la reconciliación.
Hablamos mucho de la integración de América Latina, pero en los hechos, es común que los gobernantes de la región escojan sus socios en función de reales o supuestas afinidades políticas: mientras ese criterio prevalezca, los discursos sobre la integración no dejarán de ser algo más que retórica.
De la misma manera, la solución de conflictos entre naciones debe de regularse por el derecho internacional y no por las necesidades de las agendas políticas internas de los gobernantes.
En seis meses, una nueva persona asumirá la presidencia de la República, será mujer y muy probablemente a su administración corresponderá la plena restauración de las relaciones con Ecuador. Que así sea.