Dice un refrán, atribuido sin comprobarse al monje cisterciense francés Bernard de Fontaine, conocido como Bernardo de Claraval, quien viviera en el siglo XII, que “el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones”. ¿Qué se quiere decir con ello? Pues una interpretación directa diría que para el logro de fines adecuados no basta con la intención, sino que esta debe acompañarse de obras. Implícitamente, supone que hay quienes teniendo buenas intenciones, pueden eventualmente obtener un resultado desastroso.
Las buenas intenciones
Esto viene a colación por lo que ocurre actualmente en el Instituto Nacional Electoral (INE). Un primer ejemplo de ello serían los saldos del primer debate entre quienes contienden por la Presidencia de la República. Dejando de lado los múltiples y graves problemas técnicos, así como las frivolidades de algunas consejerías, el cuestionamiento de muy diversas personas (candidatas, dirigentes políticos, comentaristas), al formato del debate ha sido respondido con dos recursos equivocados por parte de los integrantes del Consejo General responsables del evento: por un lado, recurriendo al expediente de lo acordado y cumplido, como si en el hecho de seguir lo anotado estuviera la clave de lo correcto de lo sucedido, anteponiendo la forma al fondo y anticipando la reiteración de los pecados que han sido acusados por Tirios y Troyanos. Por otro, no entendiendo —por falta de voluntad o de modestia— que lo que se cuestiona es el tasajeo y forzamiento de respuestas por parte de los moderadores durante los bloques de tiempo y que ello no correspondió, al parecer de los actores relevantes, a una “moderación activa”, como se quiere apuntar por parte de las consejerías responsables.
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En busca del bien obrar
No importa si eso debió entenderse por dicha “moderación activa”, la crítica debiera ser suficiente para abandonar el esquema y reemplazarlo por uno que permita realmente la clara exposición de propuestas y el debate directo entre quienes estarán en la boleta. A lo anterior habría que sumar lo primitivo de las aseveraciones sobre la representatividad de las preguntas recabadas con una compleja metodología: no importa si fueron decenas de miles las participaciones para definir dichos reactivos, jamás el procedimiento de acopio adoptado permitirá aproximarse a las auténticas preocupaciones del elector medio, pues el método permite recuperar las voces del público atento e informado y este segmento no coincide necesariamente con el punto de vista del universo de ciudadanos registrados.
El infierno por venir
A este aspecto, que provoca un cuestionamiento a la actuación y posiciones de las consejerías del INE, se suman decisiones que no empatan con los deseos y entendimiento de los competidores, como la negativa a suspender las conferencias matutinas del Ejecutivo federal, a sancionar el recurso a bots en redes sociales y el gasto a ello vinculado, entre muchos otros puntos que van abriendo una creciente distancia entre el actuar de la autoridad administrativa electoral y los partidos y candidaturas. Flaco favor hace en ello la confusa eliminación del registro en el extranjero de decenas de miles de ciudadanos, algunos por inconsistencias detectadas, pero tal vez no todos. Los contendientes adelantan ya la movilización y protesta posterior a los comicios, si el resultado no les es favorable. Así, el camino que se sigue pareciera conducir irremediablemente a un infierno postelectoral, al que factiblemente se sumará el Presidente de la República si los resultados no son de su agrado.