Sigmund Freud solía crear esquemas para analizar la psicología humana. Uno de ellos fueron los conceptos arquetípicos y antagónicos de Eros y Tánatos. El primero refiere a la pulsión de vida, el impulso creativo y amoroso, en todas sus expresiones. El segundo a la pulsión de muerte, siendo ésta no violenta, pero que fuerza a abandonar la lucha por la vida y por ende, se contrapone a lo erótico.
Eros y Tánatos en las encuestas
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Cuando quien aspira a un cargo de elección popular, sus equipos de campaña y sus fieles seguidores se enfrentan a los repartos de preferencias que arroja una encuesta que es difundida de manera mediática y les es relevante por la marca que produjo los datos, suelen responder no por medio de la razón, sino de pasiones básicas, de los constituyentes fundamentales del psiquismo que son esos arquetipos que se contraponen en un conflicto permanente: Eros y Tánatos. Es en esa lucha entre ambas pulsiones que se transita y forja la respuesta a los números. Y dado que una pulsión es un empuje que hace tender hacia un fin, cuando lo erótico prevalece se disparan los resortes que incitan a continuar en la batalla, pero cuando lo que predomina es lo tanático viene el desaliento, las ganas de abandonar la pelea y llevar al movimiento hacia un estado inanimado al que finalmente arribará aquella opción que resulte derrotada, mientras la triunfadora preservará la condición de vida, teniendo tareas supervenientes.
Es menester referir que la voluntad tanática por disolver puede no ser interna, y no lo es cuando se está en campaña, sino que se dirige al exterior, como manifestación destructiva. Ambas pulsiones se enfrentan al interior de cada polo de la confrontación, pero también entre ellos, como disparos hacia el lado opuesto, ya sea cantando lo definitivo de una supuesta amplia ventaja, ya sea efectuando cálculos barrocos para sustentar que el resultado final será el inverso. Quien va adelante quisiera gozar de una descarga de tensión al asumirse por todos, incluso los contrarios, que ya todo está escrito, que la guerra ha terminado y que la victoria es suya. Quien va detrás quisiera mantener el impulso por sobrevivir y por ello descalifica abiertamente toda medición que no le es grata y considera como válidas solamente aquellas estimaciones que le colocan en posición de alcanzar y luego rebasar, para extender su vida más allá del horizonte de las urnas.
Dejar lo vital en las encuestas
Es por ello que la búsqueda de eliminación del conflicto producido por datos de encuestas que son negativos a la finalidad de un bando, y que por ende generan impulsos agresivos, lleva a los equipos de campaña a demandar de la autoridad administrativa electoral nacional que tome y aplique acuerdos novedosos para una decantación de las encuestas, actuando el Instituto Nacional Electoral (INE) a manera de Concilio de Nicea en su versión legendaria, al resolver sobre cuáles han de ser las encuestas canónicas y cuáles las apócrifas. Y desde luego, cada bando quisiera que se descalifican como espurias las encuestas que les son menos favorables y se reconociera como auténticas las que les dan más puntaje.
Difícil que el árbitro satisfaga a ambos bandos, marcando penal en una jugada que al mismo tiempo deje pasar sin pitido. Imposible establecer reglas de calificación o filtro de encuestas que encumbre las mediciones al gusto del consumidor. Inexistentes las atribuciones que permitirían que el INE valide o descalifique estudios específicos, más allá del cumplimiento de los criterios formales que hoy día se demandan y que están establecidos en las normas que regulan un proceso electoral que ha comenzado y está cerca de terminar. Impertinente suponer que el buen tino de una firma en alguna ocasión cercana es sinónimo de confiabilidad en cualquier caso o que el récord histórico muestra algo, haciendo tabla rasa de los métodos y procedimientos aplicados en la investigación. Contrario a las libertades universalmente consagradas restringir la publicación de estudios por carecer de determinados requisitos administrativos, menos si estos no fueron formulados antes de la contienda. Pero la fuerza vital de quien compite es sin duda superior a la razón: no importa si es a destiempo, si no tiene fundamento lógico o jurídico, si resulta imprudente como atribución de la autoridad, el chiste es que se oculten los datos incómodos y se iluminen los adecuados para la causa.