El drama de los migrantes en México es una crisis humanitaria que requiere una respuesta integral y compasiva. El país enfrenta el desafío de equilibrar la seguridad y el control migratorio con el respeto a los derechos humanos.
A la par de abordar las causas fundamentales que impulsan la migración, como la violencia, la pobreza y la falta de oportunidades en sus países de origen, México y otros países de tránsito y destino deben crear vías legales y seguras para la migración, brindando protección y apoyo a quienes se ven obligados a emprender este peligroso viaje.
La Silla Rota constató durante la Semana Santa cómo miles de personas caminan –desde Tapachula, tras haber cruzado desde Centroamérica el río Suchiate– a lo largo de la carretera costera.
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Interminables filas de hombres, mujeres y niños caminan bajo el inclemente sol. Pasan frente a las garitas migratorias de Viva México (Tapachula), Huehuetán, Escuintla, Arriaga, entre otras, sin ser detenidos en su trayecto por las autoridades.
Les permiten que caminen bajo los 38 o 40 grados de calor pero nadie puede subirlos a sus vehículos bajo la pena de sufrir cárcel por tráfico de indocumentados. El panorama es triste.
Las leyes y regulaciones que restringen el transporte de migrantes buscan garantizar la seguridad y establecer responsabilidades legales, pero también exponen a los migrantes a una serie de peligros en su travesía hacia una vida mejor.
Al cruzar la frontera, los migrantes se encuentran con un país vasto y diverso, pero también con carreteras peligrosas y solitarias que se convierten en escenarios de riesgos constantes.
La falta de opciones legales y seguras para el tránsito los empuja a tomar rutas cada vez más arriesgadas, caminando durante horas o días bajo condiciones extremas, sin acceso a alimentos, agua o atención médica adecuada.
La vulnerabilidad de los migrantes en estas rutas los convierte en blanco fácil para bandas criminales que se aprovechan de su situación para extorsionar, secuestrar o cometer actos de violencia.
Estos grupos ven en los migrantes una fuente de ingresos fácil, cobrando cuotas por permitirles pasar o, en el peor de los casos, secuestrados para pedir rescates a sus familias.
Urge crear vías legales y seguras para la migración, brindando protección y apoyo a quienes se ven obligados a emprender este peligroso viaje.
La situación de los migrantes en México debe llevar a las autoridades a dar una respuesta integral y compasiva que equilibre la seguridad y el control migratorio con el respeto a los derechos humanos y la dignidad de todas las personas en movimiento.
La situación de los migrantes que ingresan a México es una realidad compleja y desgarradora. Muchos de ellos emprenden un viaje lleno de esperanzas en busca de una vida mejor, pero se enfrentan a innumerables peligros en el camino.
Una serie de retos y los cientos de kilómetros que deben recorrer ponen a prueba su resistencia física y emocional. La desesperación y la urgencia de llegar a su destino los lleva a caminar durante horas o días bajo condiciones extremas, expuestos a altas temperaturas, sin acceso a alimentos, agua o atención médica adecuada.
La pregunta que muchos ciudadanos mexicanos se hacen es porqué si el gobierno les permite que ingresen a México no les da las facilidades para que de una vez, por todas, lleguen hacia la frontera norte y con ello les eviten todos los riesgos que eso significa.
“Son los nuevos esclavos del siglo XXI. Es dramático y triste ver a los niños como, algunos, van en brazos de sus padres y otros caminando. Eso es inhumano y se debe hacer algo”, dice a La Silla Rota Luz María Reyes, una vendedora de aguas frescas de Huehuetán.
La situación que viven quienes vienen de países caribeños, africanos, de América Central, entre otros, ha llevado a generar nuevos negocios para motociclistas que les cobran por trasladarlos algunos kilómetros. Otros migrantes han optado por comprar bicicletas y van pedaleando.
Lo más triste de todo es la situación de niños que lloran bajo el inclemente sol de las costas de Chiapas y Oaxaca en su ruta hacia el norte para después intentar llegar a los Estados Unidos.
Por humanidad algo se debe hacer y evitar con ello esta nueva esclavitud del siglo en el que vivimos.