En 2020 la editorial Fontamara publicó “Nuestros niños sicarios”, el exhaustivo estudio de la doctora Elena Azaola Garrido, profesora e investigadora emérita del Centro de Investigaciones y Estudios en Antropología Social. Elena se formó como antropóloga, a esa primera forma de escucha eligió sumar la escucha psicoanalítica de 730 entrevistas con adolescentes recluidos en centros de internamiento en 17 estados de la República. ¿Cuáles son las experiencias de vida de niñas y adolescentes que recurren a la violencia y a la violencia extrema? ¿Qué lleva a una persona a delinquir? Y una pregunta fundamental: ¿qué nos impide delinquir?
Según datos del informe de 2021 de la Red por los Derechos de la infancia en México y del Observatorio Nacional Ciudadano de Seguridad, Justicia y Legalidad (ONC) entre 145 mil niñas, niños y adolescentes corren el riesgo de ser reclutadas/os e instrumentalizadas/os por grupos delictivos y pandillas. Las cifras del abandono. Las cifras del desamparo más absoluto. Si no hay familia nuclear o extensa para sostener, ni familias de acogida, si las instituciones del Estado les fallan, si no hay una ni una sociedad que ofrezca la posibilidad de arroparles, niñas, niños y adolescentes corren el riesgo de ser víctimas del reclutamiento forzado –cuando conservar la vida depende de someterse– o de esa otra forma de sometimiento que llamamos “reclutamiento coercitivo”.
En 2010 circuló en los medios una entrevista con un adolescente de 14 años que había sido detenido: el “Ponchis”. Fue la primera vez que la mayoría de las personas en México tuvimos que enfrentar la realidad de la existencia de los niños sicarios. Su entrenamiento como sicario había comenzado a los cinco años. La realidad de esas pequeñas vidas atrapadas en la exclusión –cooptadas por el crimen organizado– y transformadas en casi máquinas generadoras de violencia. Cómo se arrebata una infancia cuando en el lugar de los juegos, está un arma. Cuando no hay vínculos que protejan, ni razón alguna para no usarla.
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Las investigaciones de Elena Azaola se han centrado en niños, niñas y jóvenes en situación de calle o víctimas de violencia y explotación sexual. “La infancia como mercancía sexual. México, Canadá y Estados Unidos” que coordinó con Richard J. Estes, especialista en trabajo social y políticas públicas de la universidad de Pensilvania, es otra de sus tan valiosas aportaciones a la comprensión de la fragilidad de las infancias ante el capitalismo salvaje que –de una esquina a la otra del mundo– tritura emociones y cuerpos. Vidas.
¿Qué nos impide delinquir? ¿Qué nos contiene? Elena responde: “El apego y la sensibilidad hacia otros, el compromiso con un comportamiento conforme a la norma, la participación en la vida comunitaria, la creencia: creer y compartir los valores sociales, reforzar los vínculos débiles con la sociedad”. El apego nombra la posibilidad de sentir empatía. Ser parte de una vida comunitaria llama a la pertenencia. Al arraigo. Pero la empatía se aprende. ¿Quién ha estado allí para escuchar a estas/os niñas/os? Para reconocerlas/reconocerlos en su soledad, en la profundidad de su miedo, en las dimensiones de su dolor.
Para mirarlos a los ojos y hacerles saber que tienen derechos, que cada una/uno vale la pena, que existe un tejido social que las/los incluye, que las/los desea vivas/os, sanas/os y creativas/os. Que existe un horizonte de futuro. La sociedad los expulsa. El crimen organizado los secuestra. La inmediatez. Una vida brutalmente breve.