Las vacaciones son un buen momento para salir a pasear, leer o ver las series o películas que tenemos pendientes.
Este año salió la nueva producción de la serie Shogun, cuya versión original es de 1980. Tiene en general buenos comentarios. Sin embargo, también leí algunas opiniones llenas de insatisfacción por el guion, los personajes y el elenco. La historia se desarrolla dentro de una muy tradicional y aislada sociedad japonesa al inicio del siglo XVII. Sin embargo, para muchos críticos, les resulta problemático que en esa sociedad los roles no presenten una clara perspectiva de género versión siglo XXI, se vea mucha masculinidad tóxica y no hay minorías representadas en los personajes. Es decir, quieren ver mujeres y hombres de Japón al final del siglo XVI, comportándose conforme a ciertos ideales ideológicos contemporáneos occidentales, rodeados de samuráis negros. Los inconformes dicen que hay algunas fuentes sugiriendo que en el siglo IX o X había un samurái negro -uno-, por lo tanto, su grupo social debe estar representado en esa historia 600 años después. Otros dicen que el samurái oscuro no era necesariamente una referencia a su grupo étnico, pero que, en todo caso, no se tiene registro de ninguno posterior.
Pero, evidentemente, si en Japón del siglo XVI hubieran tenido la ideología del siglo XXI, entonces, hoy necesariamente tendríamos otra, ya depurada, en donde los temas que se discuten serian unos ya valores entendidos, y otros ya desechados por ridículos (como querer poner los actuales en el pasado).
Te podría interesar
El debate, que parece absurdo, es parte de una discusión, con méritos legítimos de origen, sobre la discriminación de actores de color en Estados Unidos, para favorecer actores blancos, así como la imposición de la narrativa típica de personajes blancos salvando a cualquier otro grupo étnico o sociedad (Matrix, Danza con lobos, Lawrence de Arabia, Avatar, Duna, etc).
Netflix y otras plataformas han ingresado en esto de la diversidad, o al menos, ha desplegado una muy tradicional estrategia mercadotécnica utilizando los valores culturales de moda para la venta de sus productos.
Es por eso que ahora vemos cómo en el palacio real ruso del siglo XVIII había cortesanos de raza negra, nos enteramos que Cleopatra también era de raza negra, e igualmente la reina Carlota de Alemania. Inclusión y diversidad atendidas.
Dicen que un famoso filósofo europeo apuntaba que una discusión social debía abordarse y resolverse antes de que fuera retomada en Estados Unidos, de lo contrario, ésta iba a ser moldeada por los intereses de esa sociedad. Netflix le da la razón. Las necesidades de inclusión social en Rusia, Alemania y Egipto no se reflejan poniendo actores afroamericanos sustituyendo la identidad de personajes no estadounidenses. Las plataformas de entretenimiento, desde los Estados Unidos, toma la historia de otros países y la modifica incrustando actores, personajes y narrativas, que no tiene nada que ver con la discusión social en esos países, pero que genera un producto de consumo que satisface los gustos y exigencias sociales del público estadounidense progre, y por influencia, a clientes progre de otras nacionalidades. Listo, los rusos y los alemanes son afro. Así es como ese tipo de público progresista aplaude la apropiación cultural, que tanto odian, a través de un muy tradicional mecanismo de consumo capitalista, que tanto odian.
La industria del entretenimiento estadounidense juega así a la segura y mata dos pájaros de un tiro: hacen negocios progres y aplican la justicia (social) en los bueyes de su compadre.
Sin embargo, si existe una convicción verdadera de que actores y personajes no deben tener una correspondencia nacional o étnica, entonces así tendría que reflejarse en las historias que tienen lugar dentro de los Estados Unidos, no en las que ocurren fuera.
Con esta premisa resultaría muy interesante ver en la próxima serie o película que hable sobre la esclavitud estadounidense durante el siglo XVIII, como los esclavos son interpretados por actores mexicanos; una futura producción sobre la Segunda Guerra Mundial, en la que los personajes judíos son desarrollados por actores Navajos; o una película de vaqueros donde los apaches son representados por actores afroamericanos. Estos escenarios son impensables por que la identidad es sagrada (no aplica para el resto del mundo).
Recuerdo una película de los años 80 (creo) en la que Gary Busey (creo) llegaba a Veracruz persiguiendo un criminal. La guerrilla veracruzana (ok) era interpretada por actores filipinos. Entonces la explicación era que, para los estadounidenses, cualquier cosa saliendo de Texas también era Pantitlán. Sigue siendo lo mismo, pero, ahora es en nombre de la diversidad.