Estoy seguro que la mayoría de las personas que abrazan alguna corriente ideológica están convencidas, no solamente de que sus posturas son las correctas, sino que además son claras, definidas y muy opuestas a los de las ideologías percibidas como contrarias. No siempre es así.
Es probable que en casos que incidentes y casos relacionados con la libertad de expresión y los derechos de la mujer sean en donde más se observen algunas confusiones de obra, pensamiento y omisión (como dirían en las iglesias) por parte de los activistas e ideólogos de un lado y otro.
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Hace unos días se dio un evento en el que la surfista Bethany Hamilton, junto a la nadadora Riley Gaines leían historias a niños y niñas sobre esfuerzo y superación. Hamilton ha expresado previamente su desacuerdo con la incorporación de hombres biológicos a competencias femeninas. Mujeres trans se presentaron en el lugar protestando contra Hamilton llevando un tiburón de peluche para burlarse de la surfista que hace algunos años perdió un brazo por un ataque de tiburón mientras surfeaba. No escuché mayor condena entre los activismos progresistas, lo que es un error, ya que ni esta persona representa la comunidad trans, ni tendría porqué parecer que la integridad personal de una mujer con discapacidad está por debajo de la de una mujer trans.
Más o menos por los mismos días, la actriz Gina Carano anunció que estaba por presentar una demanda por discriminación contra Disney. A decir de la actriz de “El Mandalorian”, a ella la habían corrido por haber publicado en X (antes Twitter) comentarios en diferentes ocasiones en contra del uso del cubrebocas, apoyar teorías conspiratorias sobre la elección presidencial donde salió electo Joe Biden, poner que sus pronombres eran “beep/bop/boop”, pero, sobre todo, por una publicación en la que comparaba la antigua persecución social en Alemania a la comunidad judía alentada por los nazis, con la persecución social actual en los Estados Unidos derivada de las opiniones políticas opuestas. La verdad es que la mayoría de las posturas que Gina defiende son absurdas y desesperantes. Pero hay dos detalles en el caso que resultan muy interesantes. Por un lado, dos compañeros de la serie publicaron esencialmente el mismo mensaje con la referencia nazi (uno de ellos Carl Weathers, fallecido hace unos días), pero ninguno fue reprimido por la publicación, solamente ella. Y por otro lado, Disney se apresuró a confirmar la separación laboral de Carano debido a la expresión de valores distintos a la de la empresa. Confesión. El problema es que no se puede sancionar a nadie laboralmente por sus visiones políticas, al ser un aspecto protegido por las leyes antidiscriminación. Los abogados de Carano ya están haciendo cuentas. Esta mujer tampoco está recibiendo gran apoyo de los grupos feministas porque, pues, no es progre, nada más es mujer, a pesar de haber sido tratada diferente a los hombres.
Esta novela tiene además la sorpresa de que los abogados de la actriz están siendo patrocinados por Elon Musk, quien había anunciado que eso haría para defender a quien recibiera consecuencias laborales por expresar sus opiniones en su red social.
Pero la ironía es tal, que es el propio Elon Musk quien está siendo objeto de una investigación por una serie de quejas interpuestas por mujeres, quienes describen cómo en sus empresas existe un ambiente laboral misógino y discriminatorio, derivado precisamente de los comentarios que hace Musk en sus redes. Claramente, para cualquier otra persona Elon es solo un usuario más en las redes sociales, pero dentro de su empresa, es al mismo tiempo el jefe, por lo que sus opiniones en su red, muchas veces cargadas de sexismo, “tiraban línea” en su empresa ya que son replicadas por varios ejecutivos y empleados repitiéndolas constantemente y actuando con base en ellas. A lo mejor Elon Musk no se identifica como el jefe de X cuando publica ahí, pero eso no importa, no deja de serlo y ha creado aparentemente un ambiente profundamente hostil. Resulta interesante que sus abogados, más que desestimar el contenido de sus comentarios, han iniciado la defensa descalificando la competencia de ciertas autoridades para investigarlo.
En otro caso digno de análisis, hace dos semanas Jennifer Crumbley fue sentenciada por homicidio. ¿A quién mató? A nadie. Su hijo menor de edad, ese sí, hizo una matazón en su escuela en el 2021. Pero, a ella la juzgaron por ser mala madre, y la conclusión legal ahora es que por lo tanto es homicida. Sí, en el juicio quedaron evidencias de que no era exactamente la mamá perfecta. Dejaba al hijo para irse con su amante, no le contestaba los mensajes, ni en los que el hijo le pedía ayuda psicológica, le compró una pistola al chamaco y le enseñó a disparar. Pero ella no mató a nadie. Obviamente la sociedad estadounidense conservadora prefiere encerrar a alguna mamá de vez en cuando que limitar la circulación de armas.
A veces en esto de las ideologías se confunden unas con otras, a pesar de que para mucha gente, las diferencias son claras.