El predebate comenzó muy temprano. Con la decisión de Morena de impugnar al periodista Manuel López San Martín como moderador del primer debate presidencial, el interés de la población para ver el evento podría ser mucho mayor del esperado.
Programado para el próximo domingo 7 de abril, la confrontación entre quienes aspiran a la presidencia estará enmarcada por un escenario ríspido en el que se pondrán a prueba las estrategias de los tres equipos de campaña.
A pesar de los ataques constantes que ha habido entre unas y otro, es evidente que la propaganda y narrativa de los tres aspirantes no han generado en la población el interés ni el impacto que se esperaba. De ahí la importancia táctica que les representa este debate.
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El veto que solicitaron Morena y sus aliados ante el Instituto Nacional Electoral (INE) —porque López San Martín criticó al ex subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud— va más allá de una simple queja en contra de un comunicador.
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La reacción también se puede interpretar como un desviador de agenda, o una manera de cuestionar la imparcialidad a la que el INE está obligado y/o un intento por descalificar, con antelación, cualquier efecto negativo que pudiera surgir durante la realización del debate.
Sin embargo, es poco probable que el INE decida cambiar de moderador en este momento. Por un lado, porque los argumentos que sustentan la remoción van en contra de la libertad de expresión. Por el otro, porque las y los consejeros aprobaron por unanimidad su participación.
Lo que no parecen ver las candidatas y el candidato es la ventana de oportunidad que se les ha abierto con el conflicto iniciado por el equipo de Sheinbaum. Promover con mayor intensidad el predebate ofrece a los tres equipos grandes ventajas y muy pocos riesgos.
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Adelantar el predebate es una buena manera de motivar al electorado, principalmente a quienes no se están emocionando con las campañas tradicionales que estamos viendo a través de los medios y en las redes sociales. También para quienes aún no definen su voto.
Aunque aún no hay demasiadas expectativas de la sociedad en el debate, lo cierto es que el evento podría convertirse en punto de inflexión para cualquiera de las tres campañas. El triunfo tendrá un alto valor simbólico, sobre todo para la ganadora o el ganador.
Claudia tiene la oportunidad de afianzar su percepción de triunfo. Gálvez, la de subir algunos puntos que la acerquen a una posición más competitiva en la realidad y también en la percepción. Y Álvarez Maynez en convertirse en la “sorpresa” si logra un triunfo contundente.
No obstante que antes era una privilegio y una oportunidad para las carreras profesionales de los elegidos, hoy ser moderador o moderadora de un debate profesional ya no tiene el mismo significado. La razón es obvia: con los formatos aprobados no pueden desempeñar el rol de libertad, flexible y abierto como el que exige una democracia moderna.
La apertura, dinamismo y libertad para interactuar con sentido crítico y asertivo, no sólo entre los debatientes, sino entre éstos y las y los moderadores, convierten a cada transmisión en un auténtico show, en un espectáculo audiovisual digno de atraer el interés de la gente interesada en su futuro personal y en el de su país.
Desde esta perspectiva, el debate tiene el potencial de convertirse en una de las herramientas más valiosas de la democracia. Al tiempo que se convierte en una plataforma para exponer propuestas, argumentos e ideas de contraste —en un espacio que crea tensión y expectativa— el debate permite mostrar el verdadero liderazgo y autenticidad de las y los participantes.
Sin embargo, en nuestro país las resistencias de gobiernos, partidos y aspirantes a ocupar los puestos de elección popular han dificultado la consolidación de una cultura institucional que tenga como eje el debate. El temor de muchos a mostrarse vulnerables o cometer errores costosos son dos razones que lo han impedido.
En menor medida, los medios de comunicación y líderes de opinión no promueven demasiado este género de comunicación política. La autocensura, la presión de los grupos de poder a los que no les conviene y el desconocimiento de algunas de sus técnicas se suman al estancamiento en el que hoy estamos. Por eso, la mayoría de los debates no se convierten en el factor decisivo o de punto de inflexión que necesitan algunas campañas.
Con base en esta realidad, se puede asegurar que Manuel López San Martín no necesitaba ser moderador del debate presidencial para subir su prestigio y liderazgo de opinión. Tampoco le hacía falta a Denise Maerker. El profesionalismo, seriedad y reconocimiento de ambos líderes están fuera de toda duda. Paradójicamente, los ataques en su contra sólo harán más grande su prestigio.