En los días recientes, el país nuevamente por el elefante que está en la sala y que nadie queremos ver: la violencia. Y se ha expresado por tres circunstancias: Guerrero, el 8M y las recientes acciones de la jerarquía católica en el marco de la contienda electoral.
Guerrero es una de las entidades que automáticamente se viene a la mente de todo analista cuando se debe hablar con respecto a los problemas del atraso estructural, la exclusión social o la violencia sin control. Atosigada por el narco y devastada por catástrofes naturales como el paso reciente del huracán Otis, la entidad sureña se haya atrapada en un laberinto que además ha vuelto a ser noticia de alcance nacional debido al nuevo abuso de poder y asesinato infligido a un estudiante de la comunidad normalista de Ayotzinapa, a manos de un integrante de la Guardia Nacional, a quien se le ha facilitado la fuga para así evitar la acción de la justicia.
Podrían insertarse aquí todas las cifras que pudieran apoyar a la primera afirmación con que inicia esta columna: INEGI, CONEVAL, BANXICO; nombren ustedes la institución que gusten, pero el hecho es que los indicadores económicos de la entidad siguen mostrando que la deuda social y la capacidad efectiva para que la entidad pueda salir al menos del nivel de la pobreza extrema, siguen prácticamente inalterados si se les compara a los que registraban medio siglo atrás.
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Gobiernos de todas las banderías “progresistas” han estado al frente de la entidad (PRI, PRD y MORENA), pero queda claro que la clase política local no se ha desprendido ni de los estilos caciquiles, de las prácticas y redes clientelares, y por desgracia ahora se les ha venido a sumar la descomposición ocasionada por la depredación diaria de las extorsiones, los robos y despojos que vive la población a manos del crimen organizado, con una tibia actuación mostrada tanto por la administración estatal y pese a la presencia de las fuerzas armadas.
Al efecto, la población que comienza a salir con más frecuencia a protestar y hacerse visible por las calles de las principales ciudades del estado ha encontrado –como ha venido dándose en otras entidades del país– con una institución que está dando el paso al frente como no se le había visto desde algún tiempo, como lo es la iglesia católica. Su instancia cupular, la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), ha venido haciendo expresiones cada vez más abiertas y críticas a la gestión del presidente AMLO con respecto a su falta de respuestas eficaces para disminuir el clima de inseguridad que se está viviendo en la mayor parte del país.
Las respuestas del presidente, como usualmente ocurre cuando no desea enfrentarse a un interlocutor de peso, se ha mantenido esquivo y en todo caso, se desplaza hacia criticar a ONG´s o individuos. Sin embargo, las condiciones de los llamados y acciones con que la CEM invitó y logró que las candidatas y el candidato suscribieran los contenidos del diagnóstico llamado Compromiso por la Paz que buscan proponer 7 ámbitos de acción en estos temas, están obligando al presidente a tener que adoptar una postura de franco retraimiento en estos temas. Si bien anunció que no habrá impunidad para el policía vinculado con el asesinato del estudiante normalista, lo hizo siguiendo su típica actitud de “zafo” y de que todo está distorsionado con respecto al tema, tratando así de limitar el tema a un asunto de percepción y ataques mediáticos a su gestión.
Pero igualmente, y como ya viene siendo igualmente significativo en este país, la salida a las calles de las colectivas feministas en el marco de la conmemoración del #8M, el mensaje presidencial se mantuvo en el distanciamiento y los ataques a una de las expresiones que más claramente nos muestra los alcances de la violencia estructural por la que se ha deslizado el país en los años recientes. Nuevamente, el Palacio Nacional y otros monumentos del Centro Histórico de la capital fueron cercanos, y también aquí se aplicó el criterio de no dejar izada la bandera nacional en el Zócalo, como un claro mensaje de que “ustedes no forman parte de la Nación”, tal y como lo hicieron con respecto a la reciente manifestación que salió en defensa de la integridad de las elecciones. Un agravio político y simbólico nada menor.
Y en este caso, aquí resultó claramente penoso que ninguna de las personas candidatas tomara una actitud proactiva, al menos con un simple mensaje o “spot” de posicionamiento nacional que reconozca la legitimidad de dichas demandas, aún con el riesgo que implica recibir críticas o rechazo por estas mismas colectividades.
Como puede advertirse, las actitudes permisivas, cínicas e incluso abiertamente negacionistas mostradas por las diversas instancias y niveles de autoridad nos indica que el camino por recorrer se nos muestra cada vez más empinado y largo. Por desgracia, los aprendizajes correctivos que deberían ser producto de una acción institucional pertinente están cediendo el paso al resurgimiento de las ideas vinculadas con la autodefensa y la justicia por mano propia. En medio de esta desolación y escasez de ideas, tenemos que seguir confiando, como suele suceder en épocas críticas, en la enorme capacidad solidaria que emerja desde las bases mismas de la sociedad.