Se sigue asegurando que “detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer”. La frase es manipuladora, injusta y misógina. Atenta contra la igualdad y la equidad de género. Agrede a las mujeres. Es ofensiva.
Una vez que México elija a la primera presidenta de su historia, la afirmación y sus perniciosos efectos se deberían quedar en el pasado. Para abordar el tema con justicia no basta analizarlo desde la perspectiva del empoderamiento.
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El concepto “empoderar” es suave e impreciso. Si de avanzar con mayor contundencia y velocidad se trata, hombres y mujeres deben luchar por el poder real, con todos sus alcances y limitaciones. Más aún cuando se trata de la persona responsable de dirigir una nación.
Es obvio que el poder absoluto o centralizado deriva en autoritarismo. También lo es que el buen líder no comparte su poder porque eso lo debilita, cuestiona o vulnera. El poderoso es responsable de las decisiones que toma. Por eso la democracia cuenta con diferentes modelos de equilibrios y contrapesos.
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El hecho inobjetable de que México tendrá a su primera presidenta no es ni debería marcar ninguna diferencia. Sin embargo, desde hace meses está permeando la percepción de que algunos hombres están detrás de las decisiones que están tomando y tomarán las candidatas presidenciales.
Algunos analistas afirman que el sistema político mexicano asiste a la posible recreación de una nueva forma de maximato. La idea cobra sentido cuando se revisan las narrativas de quienes serán las candidatas presidenciales y también de sus constantes contradicciones.
Durante el período de la pre-pre campaña, fueron elegidas como coordinadoras de sus movimientos políticos. Sin embargo, muy pronto se fortaleció la percepción que detrás de Claudia Sheinbaum estaba la “sombra” del presidente Andrés Manuel. Y detrás de Xóchitl Gálvez había un grupo de dirigentes partidistas y empresarios que reducen o controlan su capacidad de decisión.
La entrega de un “bastón de mando” en el primer caso, y la transferencia de un liderazgo “ciudadano” en el segundo, se convirtieron en símbolos retóricos sin el suficiente soporte para pensar que no habría un versión actualizada de maximato y que la autonomía sería una de sus características como lideresas.
El maximato fue un modelo de gobierno instaurado en México durante el periodo de 1929 a 1934. En ese tiempo el general Plutarco Elías Calles, “Jefe Máximo de la Revolución”, nombró a cuatro sucesores en la presidencia y siguió gobernando al país con el apoyo de diversos grupos y sectores de la sociedad.
Por otra parte, creó el Partido Nacional Revolucionario. La nueva organización política le fue útil para mantener el control sobre el Poder Ejecutivo y como un mecanismo de cohesión sui géneris para someter a los rebeldes, adversarios y disidentes que surgieron después de la Revolución.
Calles representaba el verdadero poder detrás del poder. Era “la Sombra del Caudillo”: omnipresente y omnipotente. Fue el líder “máximo” de un movimiento que interpretaba a su modo la Constitución y doblegaba o corrompía a quienes se convertían en obstáculo para mantener su dominio.
Tal vez las intenciones de él y su grupo cercano eran poner orden en el país y mejorar la calidad de vida de las mexicanas y mexicanos, pero el método resultaba totalmente autoritario y cuestionable.
La llegada de Lázaro Cárdenas al poder puso fin a este período. Expulsó del país a Calles. Transformó al partido y le cambió de nombre. Creó un nuevo modelo de control y contrapesos. Asumió un liderazgo nacional e internacional con un enfoque más cercano a la sociedad. Impuso un nuevo estilo personal de gobernar.
Aunque Cárdenas tuvo que sucumbir a la tentación de adaptar el maximato, optó por una postura más moderada. Si bien eligió directamente a su sucesor, con Manuel Ávila Camacho comenzaría una etapa en la que el “dedazo” le daría el poder al presidente en turno para designar a su sucesor.
Lo que la mayoría de los presidentes de la segunda mitad del siglo XX no esperaban, era que la sucesión los llevaría a una ruptura nada tersa, situación que mantendría a los expresidentes con poco poder, en silencio y, de ser necesario, en el exilio.
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En la elección de 2024 prevalece la percepción de que la próxima presidenta gobernará bajo la sombra de los hombres. En otras palabras, la primera mandataria estaría frente a una nueva forma del maximato: un maximato machista.
En un país saturado de conflictos y problemas esto sería un despropósito. Representaría un retroceso de nuestra frágil democracia. Y significaría, además, un fuerte golpe a la credibilidad y al liderazgo nacional e internacional de la Jefa del Poder Ejecutivo.
Lo que pocos han considerado es la posibilidad de que la próxima presidenta no solo defina con absoluta claridad un nuevo estilo personal de gobernar. Para algunos, sería traición. Para otros, la señal de fuerza suficiente que nos permitiría saber muy pronto quién manda aquí. Porque el ejercicio del poder real no tiene género.
Recomendación editorial: Luis Spota. El primer día. México: Siglo XXI Editores, 2024.