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¿3 debates 3?

En la campaña presidencial sólo habrá tres debates oficiales, pero eso no limita las amplias posibilidades de contrastar ideas y propuestas. | José Antonio Sosa Plata

Escrito en OPINIÓN el

Aún no empiezan las campañas oficiales y ya sabemos que no se logrará consolidar una cultura de debate político abierto, libre y atractivo como el que exige la democracia moderna. De los diversos intentos que ha habido desde 1994, sólo han surgido unos cuantos ejemplos que demuestran que la misión es posible —porque existen los medios y talentos para hacerlo— pero no se quiere.

El debate es uno de los formatos más atractivos de la lucha civilizada por el poder. Las ventajas que ofrece son muchas. Destaca la importancia que tiene para evitar cualquier tipo de violencia, incluida la física. La legitimidad que otorga cuando la visión, ideas, argumentos y propuestas vencen al adversario es invaluable.

El debate es deliberación, polémica y crítica abierta y despiadada. Las propuestas importan, pero no tanto como las frases de ataque y defensa que se lanzan los protagonistas. Lo que más se recuerda de un debate son los mensajes de impacto y la seguridad que proyectan las y los contendientes. Y viceversa: tampoco se pasan por alto las equivocaciones, inseguridades o momentos emocionales que se generan durante la confrontación.

Por todo esto la naturaleza de un buen debate tiene que ajustarse a las reglas del espectáculo. En otras palabras, es un show basado en el ataque y la defensa, en el que la gente está muy atenta a “los pastelazos” que van de un lado a otro, al cuidado de la imagen personal y al histrionismo y elocuencia de las y los participantes.

Entérate: Sedes y formatos para los debates presidenciales. Será obligatoria la asistencia de todas las y los candidatos en los debates: Carla Humphrey.

No obstante lo anterior, en los debates oficiales predomina el exceso de reglas y, por lo tanto, el aburrimiento. Cierto es que desde hace varios años las autoridades electorales han hecho intentos muy serios por lograr formatos más dinámicos, modernos y atractivos. Pero también lo es que la resistencia de la mayoría de las y los personajes políticos se explica por sus inseguridades y el desconocimiento de las técnicas y recursos disponibles.

Otro de los obstáculos consiste en las malas asesorías, tanto nacionales como internacionales, que se dan a las y los candidatos. Sobran los ejemplos que dan cuenta de los malos resultados que se obtienen cuando no se le otorga al entrenamiento el tiempo, los recursos técnicos o la investigación que incremente las posibilidades de éxito.

Un debate no se prepara en unas cuantas horas ni de un día para otro. Dejar todo para el último momento es la ruta perfecta para fracasar y ser derrotado. Hay quienes confían demasiado en su memoria o en el apoyo de tarjetas para lectura. O en el uso de fotografías, documentos y gráficas, además de contar historias reales o ficticias y chistes en los que se ridiculice al adversario.

En la mayoría de los eventos formales que hemos visto en México, no se percibe la planeación adecuada ni la alineación que se requiere con la agenda y las narrativas de la estrategia de comunicación de la campaña. Pero eso no es todo. Los errores se magnifican cuando se entrenan con el candidato o candidata las mismas técnicas y líneas argumentales que a otros personajes, simplemente porque en sus contextos funcionaron bien.

Consulta: Julio Juárez Gámiz. Los debates electorales en la democracia contemporánea. Apuntes para analizar su presencia, función y evolución en las campañas. México: Instituto Nacional Electoral (INE), Cuadernos de Divulgación de la Cultura Democrática Número 42, 2021.

La preparación de cualquier debate debe ser un “traje a la medida”. La tarea es compleja. En cualquier circunstancia, la congruencia es fundamental: entre el plan a seguir y la estrategia de campaña; entre la esencia del personaje y el Perfil de Imagen que se haya definido para su campaña; y entre lo que va a decir y cómo lo va a decir.

No hay nada peor que la falsedad que se proyecta con la superficialidad o la sobreactuación. La lectura de textos se tiene que evitar, o recurrir a éstos solo cuando sea necesario. La narrativa debe ser concisa, clara, reiterativa y directa. En contraste, la abundancia de información es contraproducente. Y aunque la improvisación es necesaria, hay que recordar que siempre será mejor la que se prepara.

El descrédito que tienen muchos de los formatos que hemos visto surge porque se confunde el ataque con la agresión verbal, la defensa con la ofensa y la exposición de ideas claras y sencillas con frases superficiales o huecas, pero de fácil recordación. Con excepción de algunos debates memorables, así ha sido desde 1994.

Si el debate es la confrontación de pensamientos y propuestas entre quienes compiten, entonces no es necesario esperar a que se den las condiciones para un enfrentamiento cara a cara. Desde hace varias décadas es bien sabido que el debate formal se gana en tres tiempos: antes (pre), durante y después (post). La estrategia de preparación tiene que abarcar, por lo tanto, cada uno de los espacios.

Por si no lo leíste: Álvarez Maynes quiere debatir cada semana, esta es su propuesta.

Por otra parte, están los debates organizados por los medios de comunicación, plataformas y blogs de las redes sociales. En las campañas veremos muchos de estos eventos, sobre todo a nivel local. Se trata de una buena noticia para impulsar el voto informado. De lo que no hay duda, es que Claudia Sheinbaum no aceptará ninguno de estos formatos y que en la campaña presidencial sólo habrá tres debates.

En consecuencia, el llamado a debatir que ha hecho Xóchitl Gálvez es necesario porque le permite llamar la atención y generar algún tipo de respuesta, así sea el silencio. Sin embargo, el recurso se ha desgastado tanto y sus efectos son tan previsibles, que su utilidad ya resulta intrascendente. Las conferencias de medios “de la Verdad” tienen desde ya un mayor potencial.

Es cierto que las viejas reglas de la comunicación política establecen que a quien va muy arriba en las encuestas no le conviene arriesgarse con los debates. Es lo que pensó el candidato Andrés Manuel López Obrador en las elecciones 2006, quien decidió no asistir al primer debate oficial organizado por el entonces Instituto Federal Electoral (IFE). Y aunque a final de cuentas no ganó esa elección, no lo afectó tanto como esperaban sus adversarios.

Lee: ¿Qué son las Conferencias de la Verdad de Xóchitl Gálvez?

Quien impone la agenda fija los términos del debate informal. El presidente de la República lo sabe y lo pone en práctica todos los días. Con su activismo, obliga a sus adversarios a que sean reactivos. Las iniciativas que enviará el próximo 5 de febrero cumplen, por ejemplo, con todos los requisitos de una confrontación electoral, más cuando él mismo ha promovido un escenario de polarización pocas veces visto en el país.

En el debate formal e informal se vale bordear los límites. Aunque la ley electoral los deja más o menos claros, desde un principio contendientes y consultores deben marcar los valores a los que se sujetará a la participación de quien decide incursionar en el terreno del contraste, la diferencia y el conflicto. De lo contrario, se puede perder todo con una frase o con un argumento. Y no es exageración.

¿Cuáles deberían ser los límites principales que debemos poner en un debate? No a la violencia verbal. No al engaño. No a las frases huecas. No a los chistes que atenten contra los derechos humanos de cualquier persona. No a las falsas promesas. No a la guerra sucia. No a la politización de la justicia. No a la utilización de terceros para que digan lo que el candidato o candidata no quiere decir. No a la especulación.

El voto informado lo exige y lo amerita.

Recomendación editorial: Manuel Campo Vidal. La cara oculta de los debates electorales. Barcelona, España: Arpa Editores, 2017.

 

José Antonio Sosa Plata

@sosaplata