DEMOCRACIA LIBERAL

El desfonde de la democracia liberal y los retos del presente para los movimientos sociales

Las evidencias del desfonde de la democracia representativa que recorre todo el mundo pueden detectarse desde la crisis de los partidos históricos de la modernidad en los distintos países y regiones. | Teresa Incháustegui

Escrito en OPINIÓN el

Hace menos de una semana se conoció –por uno de sus actores– el Acuerdo firmado por los líderes del PRI y del PAN, ambos socios de la coalición Va por México para competir en las elecciones de 2021, 2022 y 2024. Documento que desnudó el fondo real de los intereses que mueven la alianza tripartitita –aunque el PRD está en una posición totalmente marginal–. El documento calificado como inaceptable dos días después por su flamante candidata única, confirmó las sospechas públicas que se tenían de la existencia de un reparto intra partidario de puestos a cargos de elección, presente desde la convocatoria a la elección ciudadana y abierta de su candidata presidencial, evidenciado por la cancelación abrupta en voz del líder Alito, de las elecciones para seleccionarla, entre las aspirantes Beatriz Paredes y Xóchilt Gálvez. De modo que la candidata única quedó concernida en estas negociaciones, según hoy se sabe.

La evidencia ha sido un duro golpe a quienes, en la mejor de las intenciones, apostaban por esta opción electoral. Pero más allá de la coyuntura, la evidencia se abona al desprestigio de la política y de los políticos que viene creciendo entre la ciudadanía. No es además un tema nacional, por más que en nuestro entorno se ubiquen entre las más ordinarias, descaradas o cínicas del orbe democrático

Las evidencias del desfonde de la democracia representativa que recorre todo el mundo pueden detectarse desde la crisis de los partidos históricos de la modernidad en los distintos países y regiones: la desaparición del Partido Comunista Italiano, que en los años cincuenta tenía más de 2 millones de afiliados; la quiebra de la socialdemocracia que impregnó toda la política pública europea entre los años cincuenta y ochenta; incluso la debacle de la Democracia Cristiana que fue desplazada en la últimas elecciones en dos de sus bastiones históricos: Italia y los Países Bajos, indican la disolución de los partidos con banderas bien gremiales o, ideológicas, que fueron barridos por los vientos neoliberales de los años noventa a la primera década del siglo XXI. 

Durante su primera etapa global (1989-2008) el neoliberalismo triunfante se vistió de demócrata. La caída del socialismo le dio cobertura a una faceta donde la liberalización económica, la financierización y la reducción del estado, se vendían como condiciones del fortalecimiento de las democracias como: la ciudadanía de mercado, la erradicación de la pobreza, el multiculturalismo, la participación de la sociedad civil, la conformación de lo público como espacio de concurrencia social, la individualización de los derechos, las políticas de reconocimiento de la diversidad social y sexual, la igualdad de género.

En la segunda década, a partir de la primera crisis global de 2008 con el asunto de las hipotecas Subprime, comenzó a dejarse ver la cara real de los poderes reales detrás del libre mercado. La tenaza financiera de la deuda pública sobre los estados y el peso de los grandes grupos económicos, que ha impedido a los gobiernos progresistas de izquierda  o de Tercera Vía tuvieran oportunidad de crear y consolidar nuevos cursos de acción y desarrollo en economía y política (la Grecia de Tsipras, la Argentina de Kirchner y Fernández, Perú de Pedro Castillo, el Ecuador de Correa, la Bolivia de Evo; la Colombia De Petro; el Chile de Boric; de México luego hablamos porque se cuece en otra olla) 

La financierización, la desregulación, la jibarización del estado, la digitalización de la economía, con el concomitante desmantelamiento de los derechos laborales y, en general, del mundo social y político articulado en el trabajo (hoy 60% de la mano de obra es informal, según la OCDE) han transformado todos los ámbitos de la vida social y debilitado todos los sistemas democráticos. Hoy las elites políticas en todos los países de Occidente, pero también de este Otro Occidente (Carmagnani dixit) que es América Latina están erosionados por la desconfianza ciudadana, por la lejanía y desafección de las élites respecto a sus bases electorales, por el privilegio y cortesanía de sus hábitos y formas de gobierno. La rapidez con que circulan las noticias y la interacción social en las redes sociales (ciertamente en tonos y lenguajes poco contributivos a un real debate público) contrasta con la lentitud, desactualización y solipsismo con que se mueve la clase política, que luce desfasada, atrasada y aferrada a las viejas formas. 

En tanto la emergencia de las nuevas fuerzas políticas están movilizadas bien por el miedo, la xenofobia, la homofobia, la misoginia, el nacionalismo. Bien por el hartazgo popular y la emergencia de nuevos temas: feminismo, animalismo, localismo, regionalismo, identidad cultural, ecología. Hoy las etiquetas con las que convocan los nuevos partidos apelan a la fuerza ciudadana de la base social, con nombres como Podemos, Juntos, Hagamos, Unidos, Sentido Común, Otro Camino, etc.

La llegada del ultraliberalismo y la autoproclamada nueva derecha o derecha alternativa (Trumpismo, Milei, Geert Wilders en Países Bajos; Vox en España) no es sorpresiva. Vienen a cosechar de la descomposición; vienen a empujar cambios en los valores, usos y formas de la política, pero también de las subjetividades sociales. Trump, Milei, Wilders, no son locos. Su ultraliberalismo es el aceite para la desarticulación total de las subjetividades políticas. Su antiestatismo, su misoginia, su chauvinismo, su homofobia, sus banderas libérrimas respecto al mercado, la intervención pública, el desmantelamiento de la democracia parlamentaria, de la educación pública; privatización de la seguridad con el derecho a portar armas; el retroceso a los derechos de las mujeres (Argentina a nivel de los años 30) y de los derechos sociales (a nivel histórico de 1890) no son puntadas de locos. Son asideros para un programa de uberización de la política, de la mano de las nuevas tecnologías, disolviendo de una vez y para largo, el vínculo de la agregación de interés y la representación colectiva. El neoliberalismo de esta nueva derecha o alt-rigth, viene a corregirles la plana a los demos neoliberales de la primera etapa (los Clinton, Blair, que recogieron los nuevos temas de género, diversidad). En contraposición habrá que fortalecer las organización popular en las localidades, los movimientos sociales y el debate público informado.

Teresa Incháustegui

@terinro