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¿Responder las provocaciones?

Provocar al adversario durante la campaña electoral es un recurso efectivo para pro-mover el diálogo y presionar para que haya debate. | José Antonio Sosa Plata

Escrito en OPINIÓN el

La guerra informativa tiene en la provocación del adversario una de sus mejores técnicas de interacción retórica. Provocar sirve para llamar la atención del electorado, desviar la agenda  y ganar tiempo cuando el escenario que se enfrenta es adverso.

De acuerdo con la definición del concepto, a la provocación se le asocia con la ofensa, la hostilidad, la incitación, el hostigamiento, la calumnia y el insulto. Provocar es uno de los recursos más efectivos para generar conflictos y atraer el interés de los medios y redes sociales.

La provocación también está ligada con el deseo o la necesidad de victimización. Bien manejada, la provocación es un instrumento capaz de subir puntos en la intención de voto y mejorar la reputación, siempre y cuando se establezcan límites éticos y se respete la ley a cabalidad.

En el diseño y operación de las narrativas, la provocación desempeña un papel fundamental. Presiona a quienes no quieren dialogar o debatir. Altera las emociones, para poner en situación de desventaja a los personajes que se sienten confiados o invulnerables.

Por si no lo leíste: Balance del reportaje del NYT: así impactó en conversación de las redes sociales.

Por si fuera poco, la provocación crea noticia con mayor facilidad. En consecuencia, mueve tanto a los simpatizantes como a los detractores. Activa las opiniones de los líderes de opinión y potencia el protagonismo de quien necesita mayores niveles de competitividad.

El buen líder sabe también que el recurso debe manejarse y administrarse con mucho cuidado. Las respuestas a las provocaciones se le pueden revertir de muchas maneras. Las más importantes tienen que ver con el abuso de poder, los excesos, los argumentos falsos y el espacio tan pequeño que existe hacia la violencia de cualquier tipo.

El carácter transgresivo de la provocación casi siempre provoca la polarización. Si bien las campañas electorales se basan en el contraste de pensamientos, posturas ideológicas, diagnósticos, visiones y propuestas, llevar las acciones de comunicación al límite puede derivar en un arma de doble filo.

Te puede interesar: Xosé Hermida. “Las provocaciones de Vox reinventan la campaña madrileña”, en El País, España, 23/04/2021.

Los contenidos en las campañas no pueden estar completos si no se definen acciones de provocación. De igual forma, es necesario identificar qué tipos de provocación se enfrentarán y estar preparados para responderlas… o no.

El expresidente Donald Trump se ha convertido en el mejor ejemplo de cómo se privilegian en campaña la provocación y la victimización. En nuestro país sobran ejemplos de esta fórmula y de las ventajas que ofrece a quienes las utilizan.

Por otra parte, las redes sociales han demostrado su eficacia como vehículo para iniciar cualquier tipo de provocación. Y no son pocos los casos de quienes —por falta de experiencia— caen en la trampa y se “enganchan” a situaciones que los desvían parcial o totalmente del cumplimento de algunos objetivos tácticos.

Consulta: Mario Alfredo Cantarero Vázquez. “El mensaje Nayib Bukele, provocación política y rebeldía institucional”, en Academia.edu, s.f.

Aún más. Los debates formales e informales no tendrían sentido sin la provocación. Debatir exige al buen líder conocer el arte de la provocación. Las técnicas que se han desarrollado para incrementar la eficacia al momento de argumentar están orientadas y dirigidas por este recurso.

Sin embargo, un buen provocador no tiene necesidad de ofender, agredir o mentir. Tampoco de recurrir a la manipulación de información. La selección de temas, frases y palabras tienen que ser creativas e incluso recurrir a un respetuoso sentido del humor.

El enojo, los gritos, la exhibición de datos personales, la invasión de la intimidad, la burla o el melodrama son formas burdas de provocar. Por fortuna, las figuras retóricas y técnicas de persuasión nos ofrecen un arsenal de posibilidades para hacer responder, incluso, a quien no le conviene.

Lee más: Benjamín Fernández Bogado. “Provocación como recurso político”, en El Comercio, Perú, 22/08/2012.

El buen provocador sabe controlar sus emociones y tiene la habilidad de despertarlas en sus interlocutores. Igual que las y los educadores, están conscientes que, para mover conciencias, modificar opiniones y cambiar actitudes los argumentos siempre deben ir de la mano de emociones bien definidas.

Al mal provocador se le terminan descubriendo sus intenciones, restándole confianza y credibilidad en los seguidores y animadversión en sus detractores. Quien recurre a la bajeza o está desesperado por mantener el control de la agenda siempre resulta vulnerado, debilitado o perdiendo.

Desafortunadamente los gobiernos populistas han abusado de la provocación, desgastando y poniendo en tela de juicio sus innumerables atributos. La han convertido en un lamentable espectáculo político, que aleja la atención de la ciudadanía de los temas sustantivos de una campaña y provocando divisiones que sólo afectan a los sistemas democráticos.

Recomendación editorial: Joan-Gabriel Burguera-Sierra y  Meritxell Martínez Riera (editores). El relato público. Miradas transversales a la comunicación política. Barcelona, España: Ediciones de la Universidad de Barcelona, 2021.

 

José Antonio Sosa Plata

@sosaplata