Las conferencias de medios matutinas están de moda. Dado el éxito que han tenido las que ofrece desde 2018 el presidente Andrés Manuel López Obrador, los intentos de réplica se realizan en varios estados. Ahora, Xóchitl Gálvez adapta el formato para tratar de mantenerse como personaje central de la agenda pública.
Desde hace mucho tiempo se ha cuestionado al presidente por el formato sui géneris que él mismo diseñó. Algunos aseguran que se trata de un nuevo modelo para imponer o desviar de la atención pública ciertos temas que le convienen. Otros las califican simplemente como actos de propaganda que deben ser regulados y sancionados por la autoridad electoral.
El modelo que construyó el primer mandatario para sus conferencias es excepcional. Primero, por la forma y el estilo con los que aborda los temas. Segundo, por el tiempo excesivo que les caracteriza. Y tercero, por el férreo control que ejerce sobre todas las partes que las conforman, incluida la participación de la mayoría de periodistas que las cubren día a día.
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Si analizamos su estructura, lo cierto es que las conferencias cumplen con la función esencial de crear noticia, de llamar la atención sobre temas que no son parte de la agenda de algunos medios y de confrontar o debatir con los adversarios del gobierno. Además, son el espacio que concentra en una sola persona toda la estrategia de comunicación del gobierno federal.
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La historia de las conferencias de prensa inició hace más de un siglo. El presidente estadounidense Woodrow Wilson dio la primera en 1913. Dwight Eisenhower la primera que fue transmitida por la televisión y John F. Kennedy puso en marcha las conferencias televisadas en vivo.
En México, la historia ha sido muy diferente. Hasta el arribo a la presidencia del presidente López Obrador, ningún presidente consideró el formato como la columna vertebral de la política de comunicación. Por el contrario, las evadían siempre que podían, incluso en situaciones difíciles o conflictivas en las que la interacción con los representantes de los medios era absolutamente necesaria.
Con excepción de unos cuantos, las voceras y voceros que han tenido presidentes y candidatos —curiosamente— también las han evitado. Es tanto el temor que llegaron a provocar en algunos personajes, que la gran mayoría también hicieron caso omiso de la responsabilidad que tenían de dar la cara a los medios, aún en situaciones críticas. Los comunicados de prensa se convirtieron en su herramienta favorita.
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Las conferencias de medios son ya uno de los instrumentos de comunicación política más útiles de la democracia moderna. Las plataformas digitales y las redes sociales no han mermado su valor. Por el contrario. Ayudan a potenciar y fortalecer el diálogo entre el poder político, el que representan los medios y las sociedad.
Desde sus orígenes, quedó claro que la función que tienen es más que informativa. Una buena conferencia fortalece y mejora la imagen de quien la encabeza o del gobierno que representa. En este tipo de casos, resulta imposible separar las funciones de informar y cumplir —al mismo tiempo— con la misión esencial de la propaganda: persuadir.
El enfoque de pluralidad y diversidad que caracteriza a las conferencias de medios ofrece la posibilidad de fortalecer el liderazgo y contrastarse con el adversario. Por eso resulta iluso o ingenuo pensar que se pueden ofrecer sin ser vistas como actos de propaganda. Aún más: no considerarlas así sería un absurdo o, de plano, una insensatez.
Con base en lo anterior, las conferencias de medios del presidente no siempre cumplen a cabalidad con el objetivo básico de informar. Pero sí el de promover su imagen, imponiendo agenda y promocionando acciones y resultados a partir de sus intereses. ¿Es legítimo lo que hace? Para algunos, no. Para muchos, sí.
¿Son legales las conferencias del presidente en tiempos electorales? No, porque distorsiona la equidad de las contiendas, de acuerdo con la legislación vigente. Con base en ésta, los contenidos son considerados como propaganda gubernamental. El dilema más relevante está en que su prohibición atentaría al mismo tiempo con la libertad de expresión, el derecho de réplica y el derecho a la información.
Lo que es cierto es que el formato actual se ha desgastado. Así sucede con prácticamente cualquier producto que se publicita sin cambios ni novedades, todos los días, por muchos años. Los buenos publicistas y consultores políticos lo saben. Hasta las mejores campañas tienen un límite de espacio, cobertura y tiempo para mantener su eficacia, por buenas que sean.
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A pesar de los beneficios que le siguen aportando al presidente sus conferencias mañaneras, resultaría muy difícil pensar que el mismo formato le sería útil a la próxima presidenta. En los diversos intentos que se han hecho por replicar el modelo López Obrador, está demostrado que sólo funcionará con su experiencia política, estilo y personalidad.
Por otra parte cabe preguntarse: ¿Xóchitl Gálvez tomó una buena decisión al ofrecer sus “Conferencias de la verdad” o “Mañanetas” para contrastarse con el presidente? De acuerdo con los primeros indicadores, sí. Por un lado, le abre un espacio para el debate informal ante la negativa de Claudia Sheinbaum de tener una confrontación directa con ella. Por el otro, le permite el fogueo y entrenamiento que necesita para el periodo formal de la campaña.
Sin embargo, estas y otras experiencias han dejado tres impactos negativos en las conferencias de medios profesionales: uno, privilegiar la confrontación con los adversarios en lugar de dar los argumentos sólidos que requiere la sociedad; dos, poner el énfasis en la promoción de la imagen personal por encima del interés público; y tres, exponer ideas que sólo pretenden evadir el debate franco, libre y abierto que exige la democracia.
Recomendación editorial: Teun A. van Dijk. El discurso como interacción social: Estudios sobre el discurso II, una introducción multidisciplinaria. Barcelona, España: Editorial Gedisa, 2009.