Durante un exilio de una década en América que inició poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, Ernst Bloch escribió una obra que sin duda constituye uno de los legados filosóficos del siglo pasado. En ella el autor parte de considerar que la utopía es una función esencial de los humanos, conectada con la filosofía marxista, pero que rebasa las fronteras de las ortodoxias del pensamiento y se hunde en la existencia misma de la especie.
La política en el siglo XXI.
Durante el siglo pasado no sólo las obras de pensadores destacados ponían énfasis en la generación de alternativas civilizatorias, sino que los grandes movimientos políticos anunciaban una revolución para construir un “hombre nuevo”. Lo mismo fuera el comunismo que el fascismo, así como las democracias, la política era la anunciación del surgimiento de un período luminoso para las comunidades. Empero, con el fin de las ideologías y el derrumbe de la contienda bipolar, se agotó el impulso vital y utópico del pasado reciente, con lo que se hundió y desapareció la esperanza como principio conductor del hacer político. La búsqueda de la utopía se ve reemplazada por un inmediatismo que elimina las expectativas a largo plazo.
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El ensueño morenista.
La excepción a esta norma, en el caso mexicano, es la emergencia y consolidación de la propuesta de “cuarta transformación”, cualquier cosa que ello signifique, que busca recuperar y vivir de un principio de esperanza que más que un programa pretende ser un mito colectivo en permanente construcción. No solamente es un instrumento contra los poderosos que dominaron en el pasado cercano, sino una promesa amorfa de (re)establecimiento de un orden cuasi-revolucionario donde estén asentadas las bases para un sistema más igualitario, que se perpetúe por décadas, si no permanentemente. Ese es el ensueño que se vende y que muchos compraron en las pasadas elecciones presidenciales y que muchos parecieran dispuestos a volver a adquirir en el mercado de ofertas políticas para los comicios por venir, algunos por convicción, otros por conveniencia y otros más ante la carencia de una promesa por parte del frente opositor. A este discurso se le puede oponer una realidad profundamente reaccionaria que idealiza la vuelta a un pasado hegemónico perdido, pero que se siente posible de recuperar, que representa efectivamente la propuesta que hoy gobierna en el país.
La esperanza alternativa.
Hasta el momento, la opción opuesta a la continuidad de la corriente cuatro-transformadora no ha construido un discurso que vaya más allá de la temporalidad de un presente inmediato, efímero. La expectativa que se construye remite a la próxima cita electoral, no a un proyecto que movilice a la ciudadanía en torno a un nuevo mito colectivo. Sus opciones de propagación se detienen en el empleo de los espacios tradicionales y digitales de difusión para el posicionamiento de la persona que contendrá, en la difusión de respuestas instantáneas a lo que va surgiendo en la coyuntura, pero no a establecer una propuesta con trascendencia histórica, más allá del período de hegemonía traspasado, más allá de una alternancia cuyos resultados para la población fueron poco redituables, más allá de un proyecto inacabado de venta de espejitos del hoy líder supremo de la causa transformista. La oposición ha caído en la lógica de los discursos del presente, anclados en las noticias del momento y en la contraposición de lecturas y respuestas a lo que acontece en la actualidad, pero no logra definir un llamado a la colectividad para que respalde un principio esperanzador que unifique y oriente a un proyecto de gobierno por venir que traspase la marca sexenal y permita la refundación de la Nación desde una nueva perspectiva.