Hace poco más de 7 años se hizo del conocimiento público la brutal agresión de que fue víctima Roberto González por un conflicto vecinal en el fraccionamiento en el que en ese entonces vivía en Playa del Carmen, Quintana Roo, que lo dejó cuadripléjico y en su momento generó mucha indignación en la sociedad, pero como muchas veces sucede, con el paso del tiempo fue cayendo en el olvido. Roberto cuenta que un día de enero de 2017 por la mañana, había dejado la puerta abierta de su casa para meter las mochilas al coche pues se iba a Yucatán con su hijo de 10 años a una exhibición de globos aerostáticos, cuando el perro de los vecinos se metió ante un descuido de su dueña que lo sacó a pasear sin correa, y se orinó adentro por lo que le reclamó, se hicieron de palabras y María Fernanda Salcedo fue por su esposo, Rodrigo Galán quien llegó a golpearlo y al parecer usó un aparato de descargas eléctricas con el que derribó a Roberto y ya en el suelo, lo patearon entre los dos como se puede ver en las imágenes de un video captadas por las cámaras del fraccionamiento que circuló en redes sociales.
Es muy claro que estas personas golpean repetidamente a su vecino que no está en condiciones de defenderse, y cuando se percatan de que estaba inconsciente, se van sin tratar de auxiliarlo o buscar ayuda. Como consecuencia, Roberto sufrió una lesión en la médula espinal que le quitó la movilidad en prácticamente todo su cuerpo a partir del pecho, y durante aproximadamente tres años también perdió el habla por una traqueostomía que le tuvieron que hacer para que pudiera respirar, y que recuperó gracias a que su mamá y sus hermanos se dieron cuenta de que la esposa no lo cuidaba adecuadamente e incluso lo maltrataba, por lo que lo rescataron y entre todos pagaron la operación que requería.
La violenta reacción -que lamentablemente son cada vez más comunes en nuestra sociedad- ante un incidente entre vecinos, le cambió la vida a Roberto quien desde entonces necesita que alguien lo ayude las 24 horas del día para cubrir sus necesidades más elementales como comer, tomar sus medicinas, ir al baño, asearse o simplemente pasarse de la cama a la silla y viceversa, además de que los gastos para su atención médica son sumamente altos -ha tenidos dos infartos, siete paros respiratorios y se ha sometido a varias cirugías- por lo que, ante la imposibilidad de trabajar en todo este tiempo, a sus 46 años ha tenido que vivir del apoyo de familiares y amigos.
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Lo que le sucedió a Roberto es una tragedia y mientras él lucha cada día con la mejor actitud para sobrevivir, que al perderlo casi todo es lo único que le queda, sus agresores siguen libres y no han reparado el grave daño que le han causado ya que al parecer cuentan con muchos recursos económicos y presumiblemente también con relaciones, lo que les ha permitido alargar el juicio y a la fecha no se ha dictado sentencia a pesar de las evidencias. No hay manera de aceptar que la lesión en la médula espinal que lo dejó discapacitado fue producto de una caída accidental en medio de una riña, cuando ni las manos pudo meter y lo siguieron golpeando en el suelo salvajemente. Es indignante -y quizá también sospechosa-, la indolencia con que han actuado la Fiscalía del estado y sobre todo el Tribunal Superior de Justicia de Quintana Roo ante lo ocurrido.
En principio, la audiencia para que después de tantos años el juez finalmente dicte sentencia está programada para este próximo 26 de febrero y lo que se le debe exigir no es ni más ni menos que honestidad, imparcialidad, objetividad en el cumplimiento de su obligación de impartir justicia que es lo único que piden Roberto y su familia. Estemos muy atentos pues no podemos resignarnos a vivir en un país con estos niveles de impunidad, en donde generalmente se imponen el dinero y las influencias. Justicia para Roberto.