FAMILIA

La casa está llena

Tengo el corazón lleno, las manos llenas, nuestra casa llena. | María Teresa Priego

Escrito en OPINIÓN el

Es complicado que suceda desde que mis hijos se fueron de la casa: los tres en México al mismo tiempo. Los tres y una de mis nueras en la casa. Moví muebles, rehice una recámara que ya era estudio, regresé con mi mesa de trabajo a mi habitación como cuando eran niños y adolescentes. Hacían falta ganchos para la ropa. La lavadora trabaja horas extras. Hacer memoria de lo que prefiere cada uno y que la alacena se llene de variedad y colores “como antes”. Hacen falta dos juegos de llaves que fueron desapareciendo de manera muy misteriosa. Y almohadas. ¿Qué habrá sido de ellas? 

Quizá se las comieron mis perritas y no lo recuerdo. 

Ese movedero de muebles y todo lo que se mueve por dentro con el anuncio de sus llegadas. Con sus presencias. La dicha de mirarlos y escucharlos. La dicha de escucharlos escucharse entre ellos. Todo ha cambiado tanto y me sigue pareciendo, contra toda realidad, que sucedió vertiginosamente. Ese “vertiginosamente” tomó, claro, como quince años. La primera vez que Diego hizo muchas maletas y se despidió por un tiempo largo. Luego Jerónimo, luego Sebastián. La sopresa del completo silencio en la casa. Abría las puertas de sus recámaras: vacías. Sus armarios vacíos. Quizá ese fue el primer estado de ánimo cuando se despidió el más chiquito. Y su pregunta obligada: ¿Ahora qué hago con este vacío? No es que una no tenga tantas cosas que hacer en la vida, sino que es complicado prescindir de la necesidad de seguir cuidando

Adopté una perrita, luego la otra. Trajeron de regreso un cierto desorden. O por lo menos introdujeron –de nuevo– un orden ajeno al mío. Por años me sucedió que escuchaba voces de niños a lo lejos y pensaba que eran ellos. Si un niño gritaba “mamá”, me sentía convocada. Me daba por recordar la frase de un amigo que me hacía reír: “a veces un hombre solo, es demasiado para un hombre solo”. Él la repetía con mucha seriedad y un cierto aire dramático. ¿Será que aplica? Me preguntaba. ¿Estaré siendo demasiado para mí misma? 

Cierto que la transformación de las prioridades “cuando los hijos se van” es un vendaval. Extrañas hasta aquella manera de dormir liviana para estar segura que llegaban a la casa. Poquito a poco te acostumbras. Comienzas, por ejemplo, a expandirte: “creo que necesito el closet de la recámara de al lado”. “Creo que como es difícil que coincidan en las mismas fechas en la casa, una habitación puede convertirse en mi estudio”, “¿por qué no tomar los cajones del otro armario?” La soledad y el silencio pasan de “extraños” a lo más deseable del mundo. La vida se desliza tan distinta. Las videollamadas y los mensajes son los inventos más extraordinarios del mundo. La realidad es muy otra. La llegada del tiempo otro.

La semana pasada llamé a unos señores muy eficientes y forzudos que reacomodaron la casa, como quien reacomoda la vida. Mis niños –con muchos centímetros de más– están de regreso, todos juntos. Nos tropezamos en los intercambios de cuidados: ya crecieron. Las toallas rosas (sí, bien cursi) son para mi nuera. Paso de la cacerolita en la estufa a una cacerola de dimensiones notables. Jarras de café. Estamos de nuevo pegaditos. Estamos de nuevo bajo el mismo techo y –por momentos– la emoción me sobrepasa. Hasta le digo Jerónimo a Sebastián y Sebastián a Diego y las perritas se nos enredan entre los pies en esta sobredosis de manos para acariciarlas.

¡Diosas de la vida! Con que naturalidad tan diversos presentes, tan diversos horizontes de futuro se sientan a la mesa. Los hermanos. Mis hijitos. Los miro detenidamente: aquí están. Tengo el corazón lleno, las manos llenas, nuestra casa llena. No lo soñé: aquí están. Cuántos mundos llegan con ellos.

María Teresa Priego

@Marteresapriego