Reencontré a la cineasta mexicana Lila Avilés con su película “Tótem” de 2023. Antes vi “La camarista” (2018) con la que Lila ganó el Premio Ariel de Ópera Prima. Esta segunda película me conmovió muchísimo más. Lo que nos toca de cerca suele ser muy arbitrario. Sol tiene siete años. Vive con su mamá. Con su sensibilidad y sus ojotes muy abiertos va percibiendo el mundo. Y la realidad. Esa que nadie nombra ante ella, pero que va cayendo como evidencia a cuenta gotas. La película sucede en un día: es el cumpleaños de Tona (Mateo García Elizondo), el papá de Sol y la niña llega temprano a casa de su abuelo donde las tías Alejandra (la entrañable Marisol Gasé y Nuria (Montserrat Marañón) preparan la fiesta. Sol quiere saludar a su papá, pero no puede: él necesita descansar.
La niña que ha esperado demasiado para abrazarlo, teme que no desee verla porque no la quiere. ¿Cuál otra podría ser la razón de su encierro? La actuación de Naíma Sentíes –la pequeña Sol– es excelente. Tan hecha de miradas, de preguntas a las que no logran responderle. De silencios. La vida cotidiana de una familia: el abuelo terapeuta, las tías y los primos. El resto de la familia y amigas/os que van llegando. En la habitación Tona y su enfermera Cruz (Teresita Sánchez) luchan para que él pueda tener la fuerza de estar en su fiesta. La brutalidad de los contrastes: la casa llena de vida. La habitación cerrada donde Tona se muere de un cáncer ya terminal. Como murió su madre. En esa misma habitación. La tía se lava el pelo, la primita conversa subida en un refrigerador, las hermanas discuten, el primo pasa la aspiradora. Sol vaga por la casa.
Hay un pastel que preparar que la tía Nuria en un descuido deja quemarse. Todas/os están sufriendo. Lila Avilés observa muy de cerca la manera en la que cohabitan la vida que obligadamente sigue su curso y la desgracia. La catástrofe inminente. Se detiene con lupa para celebrar todo lo que vive, no solo las personas: también los perros, los gatos. Largo close up al caracol que circula en un baño, a una especie de grillo que se desliza confiado sobre una piel. A las plantas que cuelgan por todos lados en el consultorio del abuelo. Al arbolito que ese abuelo ha cuidado por mucho tiempo para ofercérselo a su hijo. Todo lo que se necesita para hacer un hogar. La mezcla de humanos y seres sintientes. Me conmovió muchísimo: ante la vida que se escapa en esa casa grande se reúnen tantas vidas. Las que acompañan. Las que se aferran al ceremonial de una fiesta de cumpleaños. El clan.
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La familia discute: ¿morfina? Están quebrados, también económicamente. Sol y su madre, (por fin) logran entrar en la recámara de Tona y abrazarlo. Después salen a la fiesta. Es muy bello el espectáculo que prepararon Sol y su madre. La niña es una actriz adorable, con su peluca multicolor de payasito. Hay discursos. Confieso que esa parte me pareció poco interesante, una película con un alto nivel de espontaneidad cae en las palabras forzadas, palabras engoladas y de más. El globo de Cantoya se rehúsa a volar y cae en picada. Se incendia. ¿Acaso ya Sol sabe lo que sigue? Su vida misma va a incendiarse. Un continuo vaivén entre Eros y Tánatos. La última escena es una cama vacía. Una habitación deshabitada. No sabemos más de Sol y de su orfandad. Su padre le hizo una pintura de animalitos: hay espacios donde una puede reencontrar “algo” de lo que ha perdido. Así va el duelo: de a poquitos.
“Tótem” habla sobre la casa, cómo habitamos el hogar y cómo nos habitamos a nosotros mismos, y obviamente habla del núcleo familiar.