CASO MARILYN COTE

Marilyn y la otra mujer

Si ser una misma es tan insoportable, si no hay nada de rescatable en una, ¿solo nos queda convertirnos en “la otra mujer”, inventarla, como lo hizo Marilyn Cote? | María Teresa Priego

Escrito en OPINIÓN el

A diferencia de ese “síndrome del/la impostor/impostora” del que tanto se ha debatido de unos años para acá en redes sociales: la sensación de una cierta distancia –de quien por momentos así se percibe– con su personalidad, su imagen y sus logros en la realidad, pareciera que las/los “verdaderas/os” impostoras/es no padecen ni de lejos este tipo de conflictos. Ante la duda colocan la certeza más absoluta. Ante la prueba de realidad: su “realidad” alternativa. De esas dimensiones es el abismo. Lo que va de un “no puedo creer que este logro sea mío” a “todo logro me es posible, basta con que yo lo decrete”. En los anhelos de Marilyn Cote arrastrados por los cabellos hacia lo que hizo parecer como “la verdad” durante años, no existe justo lo que nos define como personas relativamente sanas: la aceptación de los límites. 

Lo que soy y lo que no. Y aún más: lo que podría ser y lo que me es imposible ser. Porque de eso va la negociación interior que nos mantiene en el indispensable contacto con la realidad. Aunque a veces la neguemos. La omnipotencia de Marilyn consistió justo en otorgarle la calidad de “hechos” a cada uno de sus sueños. Ofrecerle un estatus de poder total a sus deseos. ¿Cuál podría ser la diferencia entre los deseos y la realidad cuando esta última se reduce a una vaga noción de vocecita sofocada? Una insignificancia. Me cuesta imaginar los niveles de desamparo, de rechazo y odio a sí misma que la habitan. El más brutal odio hacia sí misma. Tan intensos como para deshabitarse. No la estoy justificando. Intento entender. Sus delirios de grandeza y los documentos que falsificó nos van dejando claro cuáles eran los “ideales” a los que no pudo escapar. No tuvo las herramientas para hacerlo.

O era “idílica” o no era nada. Si ser una misma es tan insoportable, si no hay nada de rescatable en una, solo nos queda convertirnos en “la otra mujer”. Inventarla. No sabemos quién es Marilyn, lo que es más que evidente es cuáles eran sus deseos y la manera en que sus deseos se fueron convirtiendo en alguna forma de delirio. A costa de otras personas, por supuesto. Le era casi de vida o muerte encarnarse en todos los estereotipos de lo “exitoso” y lo “fascinante”. ¿Cómo que nacer en Tlaxcala cuando los orígenes europeos pueden ser tan (retorcidamente) valorados? Ella nació en Roma. Sus photoshops son la muy triste metáfora de lo que le pareció posible hacer con su vida: se adelgaza, transforma sus facciones, cambia el color de su piel, es “la otra”. Esa que ella se imagina que sí merecería (habría merecido) ser amada. ¿Acaso no es terrible lo que nos dice? Para ser mirada y respetada es necesario ser “bonita” en versión blanca.

Uno de sus delitos es “usurpación de profesión”. También “usurpó” un cuerpo imaginario, “usurpó” el lugar de esposa junto a un paciente al que medicaba. “Usurpóespacios académicos. Falsificó todo tipo de documentos que la convertían en la multi-laureada psiquiatra con “doctorado en medicina”. Sus videos en italiano, inglés y francés son incomprensibles, sobre todo el de francés. Ella no tenía ningún miedo al ridículo: si deseaba ser políglota, lo era. Tres pésimos videos bastaban. Para el 2019 posaba junto a sus diplomas (de la plaza Santo Domingo) felicitándose por haber sido elegida por la revista Forbes y por la Universidad de San Diego como “Mejor experta en trastornos mentales”. Hemos visto con espanto el nivel altísimo de riesgo al que expuso a personas vulnerables que acudieron a su consultorio. Sus diagnósticos eran repetitivos: “trastorno narcisista de la personalidad”. “Personalidad limítrofe”.

El testimonio escrito en X por Jennifer Velázquez nos ofrece la dimensión del peligro que los delirios de Marilyn implicaban: “Me entregó un diagnóstico en letras grandes, mayúsculas y subrayadas en rojo que decían que yo tenía un ‘80% de posibilidades de suicidarme y que era urgente que ella me tratara’”. ¿Cómo pudo durar tantos años esta puesta en escena en la que sus recetas eran surtidas en por lo menos una farmacia? ¿Quién, cuándo, dónde? le asestó a Marilyn misma ese exacto diagnóstico que le fue insoportable. ¿Qué la llevó a ese consultorio en el que seguramente estuvo antes de comenzar a “diagnosticar”? La paciente Marilyn, aterrada, encontró una manera de erradicar el horror que se desató: desterrar a las/os expertas/os y ocupar su lugar. “El que dice que sabe no sabe nada porque la única que sé soy yo”. Exportar hacia otros su horror interior. Salir a la caza de pacientes a quienes –de manera recurrente– colocar en el lugar exacto que era el suyo.

“Quien tiene un trastorno de personalidad eres tú, yo no”. Bastaba para ella con repetirlo hasta el infinito. Paciente tras paciente. No deja de sorprender cuántos cómplices voluntarios e involuntarios fue sumando en el camino. Los farmaceutas, la página Doctoralia, los medios en los que compró espacio, quienes le rentaron consultorios sin tener ni la menor idea de la veracidad de sus “éxitos” demenciales. Pienso en esa frase tan importante: “repetir es intentar sanarse”. A la brava, en esta experiencia atroz para sus pacientes. Mencionar la total falta de empatía de Marilyn Cote cae en la redundancia. ¿Cómo podría ser empática con otra persona quien fue tan rotundamente incapaz de serlo consigo misma? “Los “narcis” dice burlona en un video. Ella, capaz de curar la ansiedad y la depresión en una semana porque la vida no es sino una inmensa farsa en la que la realidad no existe y nadie –de fondo– siente nada. Nadie es. Nadie existe. Diosa todopoderosa en su mundo de muñecas/os de trapo. 

María Teresa Priego

@Marteresapriego