#CARTASDESDECANCÚN

Carta a Santaclós

En la cual se solicita haga uso de su poder para colmar las plegarias de la minoría de los mexicanos. | Fernando Martí

Escrito en OPINIÓN el

EXCMO. REV. BP. DON NICOLÁS DE BARI SANTO PATRÓN DE LAS ILUSIONES

Querido Santaclós

No creas que me voy a poner pesado después de tantos años de silencio y te voy a pedir cosas exageradas y exorbitantes, algo así como un buen gobierno para México o una dosis de cordura para la 4T. Sé que esos milagros están más allá de tu poder, del de los doce apóstoles, de las once mil vírgenes y de Todos los Santos, e incluso una enérgica intervención del Padre Celestial podría no ser suficiente para arreglar el desbarajuste en que se ha convertido México.

Además, hoy me prometí no hablar de política y tratar de recuperar ese estado de gracia que llamamos Ilusión, así, con mayúscula, materia prima de las cartas que recibes, aunque tal vez la mía esté un poco oxidada pues, ahora que hago cuentas, hace más de sesenta años que no me comunico contigo.

Mi madre, que ejercía sobre sus hijos un dominio firme e inapelable, en secreto hacía para nosotros de documentalista, de notario y de amanuense. Así, ya siendo adulto, pude leer una carta que te escribí de puño y letra en mi remota infancia, que a la letra dice: “Querido Santa: Quiero que me traigas un mecano, un espiro, unos patines y una bicicleta. Te quiero mucho. Fer”

No sé dónde perdí la virtud de ser tan conciso y tan preciso, y acabé escribiendo estas cartas farragosas e interminables. Como sea, ese manuscrito es buena prueba de cuánta agua ha corrido bajo los puentes, pues creo que los mecanos y los espiros ya no existen o están al borde de la extinción, los patines dejaron de ser metálicos y ya no se engrapan al zapato dándole vueltas a una tuerca, y las bicicletas hoy día son bólidos de alta tecnología, aleaciones perfectas de titanio y carbono, al alcance de muy pocos bolsillos. 

A la distancia, viendo mis garabatos, comprendo que te pedía demasiado, una lista imposible para tu magro presupuesto (éramos seis hijos), pero reconozco que nunca me decepcionaste, y al menos una parte de mis ilusiones amanecían envueltas para regalo bajo el árbol de Navidad. Bueno, no me decepcionaste en esas remotas nochebuenas, pero la vida me tenía reservada varias sorpresas relacionadas con tu rechoncha fisonomía…

***

Hoy amor y paz, nada de politiquería, como prometía el insensato de las mañaneras, para luego insultar y calumniar a medio país a lo largo y ancho de sus peroratas. Así que te voy a contar una anécdota de párvulos. En primero o segundo de primaria, no estoy seguro, tenía un compañero de clase de quién únicamente recuerdo el apellido: Huacuja. Peleonero y fortachón, era el terror de los recreos, en los cuales se dedicaba a dar caballazos, repartir pisotones y asestar dolorosísimos gatillazos con la uña del dedo medio que, haciendo resorte con el pulgar, te dejaban ardiendo el lóbulo de las orejas (eso en buen español se llama tincar; en buen mexicano hay un vocablo mucho más expresivo). Me quería agarrar de puerquito, y confieso que le aguanté los primeros abusos, con una mezcla de precaución y terror, hasta que un día me colmó la prudencia y nos dimos de trompadas a la salida. De seguro me llevé la peor parte, incluso me sacó un poco de mole, pero no dejé de tirar golpes hasta que nos separaron y, en ese mismo instante, vi en sus ojos que me había ganado un poco de respeto.

Total, que nos hicimos cuates, y un día, en clase de educación física, con esa cercanía que dan las nuevas complicidades, viene el muy canijo y me suelta a bocajarro: Santaclós no existe. Me quedé mudo, los ojos hechos plato, el alma en vilo, mientras Huacuja remataba la faena: Santaclós son tus papás.

Tiempo me faltó para llegar a interrogar a mi santa madre quien, ante el hecho consumado, hizo gala de sentido común: qué bueno que ya lo sabes, ya eres un hombrecito, no se lo vayas a decir a tus hermanas. No se los dije (ellas se fueron enterando solitas), y guardé el secreto durante la prolongada e inacabable aparición de mis hermanos menores, pero sí acompañé al granuja de Huacuja a espabilar, no niego que con placer retorcido, a los más ilusos de nuestros condiscípulos.

Quizás la más menuda de mis hermanas todavía creía en Santaclós cuando yo había descubierto algunos de tus pormenores: que naciste y moriste en Turquía (¡!), que fuiste un cristiano primitivo (antes de que existiera la Iglesia Católica), y que te hiciste famoso porque te gustaba regalar en secreto. Por esa manía, tus seguidores honraban tu memoria dando obsequios a los niños, efeméride que tenía lugar el 6 de diciembre, fecha exacta de tu muerte.

La cuestión es que la Iglesia Católica, que todo lo arregla a conveniencia, decidió asociar la noche de los regalos con el natalicio de Cristo, y cambió la fecha al 25 de diciembre. También decidió transmutar tu nacionalidad: los aguerridos bárbaros de la Primera Cruzada (1095) se robaron tus huesos de la tumba y los llevaron al puerto de Bari, con lo cual te volviste italiano. Y en los países nórdicos, donde predominan los protestantes, hasta te casaron: existe una ¡Señora Noel!, que es quien prepara los alimentos de los enanitos (algo opinaran al respecto las feministas). 

La publicidad también te cambió a ti: con toda seguridad fuiste de piel morena, tal vez tostada, y te volviste blanco como la nieve; en los retablos te pintan de complexión delgada y te pusiste gordo, tirando a obeso; el color púrpura de tu vestimenta, ya que fuiste obispo de Anatolia, se trastocó en un rojo intenso, con borlas color nieve; y ese gorro de duende y esas barbas blancas que te caen en cascada hasta el ombligo no son más que un invento de la mercadotecnia. 

Mucho tuvo que ver en esa cirugía estética la Coca-Cola, que te empezó a usar en sus anuncios en 1920, y todavía no termina. Hay una página en Internet, patrocinada por la gaseosa, que celebra esa asociación centenaria y explica cómo fue que apoyaste a los soldados americanos en la II Guerra Mundial: no te hagas el santurrón: ¡compraste bonos de guerra! A la imaginación de sus agentes se debe, también, que viajes en un trineo tirado por renos, que tus obreros sean cortos de estatura y que vivas en el Polo Norte, aunque tus fans sabemos que manejas el negocio desde el pueblito de Rovaniemi, en el norte de Finlandia, donde cada año recibes una montaña de cartas y un millón de turistas, que por 34 euros pueden tomarse la foto con el Santaclós oficial

Bien visto, querido Santa, es una lástima que no seas una corporación o tengas derechos de autor sobre tu imagen, porque estamos hablando de uno de los negocios más lucrativos del mundo. Tan solo en México, de acuerdo con un estudio del Tec de Monterrey, con una publicidad centrada en las palabras familia, felicidad, paz, alegría, y no podía faltar, ilusión, las compras materiales sumaron ¡600 mil millones de pesos!, con 81 por ciento de los mexicanos afirmando que “les encanta” regalar en Navidad.

Quizá y sin quizá, eres el santo más popular del mundo, aparte del más manirroto y el más bonachón. Ni San Antonio (experto en causas de amores), ni San Martín de Porres (campeón de la justicia), ni San Judas Tadeo (patrono de las causas perdidas), ni San Valentín (valedor de los enamorados), ni cualquier otro de los diez mil santos, beatos, mártires y vírgenes que figuran en el santoral católico, pueden competir con la fe y la esperanza que depositan miles de millones de niños en tu fantasmal aparición.

Y por eso, en tu dualidad como Nicolás de Bari, has sido consagrado como el santo patrono de los marineros, los comerciantes, los arqueros, los ladrones arrepentidos, los niños, los prestamistas, los cerveceros, los solteros y los estudiantes, y todo con justa razón, pues, ¿a quién no le gusta que le regalen?

***

Ya voy a terminar esta carta y aún no te pido nada. Así que ahí te voy: tráeme lo que sea, cualquier cosa. Si te parece un libro, está bien. Si te sobra una botella de vino, está mejor. Nada que te complique, ya que por estas fechas debes estar abrumado de pendientes.

Aunque, pensándolo bien, es tan raro que le escriba a un santo, que mejor pecaré de atrevido. Olvídate del libro y del vino, y hazme un favorcito. Si puedes inundar de juguetes el mundo en una sola noche, no te costará mucho trabajo distribuir en las legiones celestiales la letanía que te anexo que, si bien no tiene la formalidad de una carta a Santaclós, si resume en pocas palabras las fervientes oraciones de muchos mexicanos. Dice así: 

 

Arcángel Gabriel… ¡líbranos de Andrés Manuel!

Arcángel Rafael… ¡acalambra a Andrés Manuel!

Arcángel Eruviel… ¡ya poncha a Andrés Manuel!

San Ludovico Enclenque… ¡enciérralo en Palenque!

Madre del Creador… ¡libéranos de Obrador!

Madre del Buen Consejo… ¡quítanos a ese viejo!

Virgen Clemente… ¡y a toditita su gente! 

 

Señor Santo Tomé… ¡záfanos de la 4T!

Obispo San Marcial… ¡suénate a Monreal!

Tornado de San Justo… ¡llévate a Adán Augusto! 

Romana San Marcela… ¡atízale a Rosa Icela!

San Segismundo de Borgoña… ¡engarrota a Noroña!

 

Torre de la Sabiduría… ¡erradica la hipocresía!

Vaso de Insigne Devoción… ¡chúpate a la oposición!

Niña Santa Balbina… ¡protégenos de Salinas! 

San George Fox… ¡enmudece a Vicente Fox!

San Pascual Baylón… ¡escarmienta a Calderón!

Papa San Aniceto… ¡lo mismo a Peña Nieto! 

Señor de Mapimí… ¡acaba con el PRI!

San Juan de Letrán… ¡síguele con el PAN!

Virgen de la Macarena… ¡remata con Morena!

 

Arca de la Alianza… ¡acaba con tanto transa!

San Indalecio… ¡y con tanto necio!

San Judas Tadeo… ¡y con tanto feo!

San Luis Rey… ¡y con tanto güey!

 

Valeroso San Arsenio… ¡danos un buen sexenio!

Cruz de Santa Leocadia… ¡endereza a Doña Claudia!

Santa María Vicenta… ¡ilumina a la Presidenta!

San Antón de Almagro… ¡haznos el milagro!

 

Con uno solo de esos responsos que se nos cumpla estamos hechos, así que ahí te lo encargo. Prométeme que lo harás, como yo te prometí que no hablaría de política y lo cumplí, pues toda la carta se me fue en rezos y filosofía. Como en el pasado lejano, cúmpleme aunque sea una parte de lo que te pido, que con eso ganarás la eterna gratitud y la ferviente adoración en lo que aún queda del niño

Fernando Martí

#FernandoMartí