PELÍCULA "EL LUGAR DE LA OTRA"

La otra mujer y el espejo

La película “El lugar de la otra” de la directora chilena Maite Alberdi está basada en hechos reales, en la vida de Georgina Silva Jiménez, cuyo seudónimo era María Carolina Geel. | María Teresa Priego

Escrito en OPINIÓN el

Me sucede caer en estado de hipnósis ante las distintas formas de confusión entre mujeres. Ese momento en el que una mujer encuentra en otra lo que anda buscando para sí misma. Me refiero a una búsqueda identitaria. Lo que podríamos llamar: la fascinación por la otra mujer. Es mucho más evidente en la adolescencia. Las amigas tienden a tomar estilos similares. A imitar los gestos la una de la otra. Están construyéndose, intentan saber quiénes son. Pero esta fascinación tan comprensible en la adolescencia con frecuencia (en unas más que en otras) se prolonga a lo largo de la vida. No es tan misterioso: somos las hijas de una madre. Nuestro primer vínculo, el más intenso en la mayoría de los casos es una persona que en términos de pertenencia sexual se nos presenta como “nuestro destino”.

Es probable que en el futuro las “pertenencias” cambien, pero así ha sido hasta ahora. Esa “fascinación” puede ir de lo luminoso a lo siniestro con todos sus en medios. En este contexto quisiera hablar de la película “El lugar de la otra” de la directora chillena Maite Alberdi (“La once”, “La memoria infinita”) con una aclaración: cuando la vi ignoraba que Georgina Silva Jiménez (la “escritora asesina”) no era una figura de ficción. Pensé que solo era parte de un guión. Bajo el nombre de pluma “María Carolina Geel” es autora de “El mundo dormido de Yenia”, “Extraño estío”, “El pequeño arquitecto”. En la película, Georgina –una escritora más que adelantada para su época– tiene una relación amorosa con Roberto Pumarino. Él le regala una aspiradora. “Cualquier mujer en Chile soñaría con una aspiradora”. No es menor. Georgina se desquicia, toma la aspiradora, atraviesa el parque, sube a un puente y desde allí la arroja en el río. Ella no es “cualquier mujer en Chile”. Sus anhelos son bien otros. 

Desde esta metáfora de la aspiradora como la demanda –que suponemos constante– hecha a Georgina por su amante: aceptar casarse con él, construir un hogar compartido, hacer una familia, me deslizo hacia Merceditas, que sí es (creo) un personaje de ficción. Trabaja con un juez –en quien recae el proceso de Georgina– lleva muchos años casada, tiene dos hijos adolescentes, sueña con que su esposo –fotógrafo de estudio– algún día componga su aspiradora. Podríamos decir: ella supone que esos son sus sueños. No se atrevería a ir más lejos. En algún momento la vida las acerca. A través de las declaraciones de Georgina, Merceditas va descubriendo un mundo alterno –accesible de golpe– en el que la vida y los sueños de las mujeres van más allá de sus propias rutinas laborales y domésticas. Un mundo donde se lee, las mujeres se enamoran y no quieren casarse. Se sale de noche. El silencio existe. Y la libertad, también. 

Georgina comparece ante el juez. Fue detenida por asesinar de un balazo a su amante Roberto Pumarino mientras conversaban en una mesa del Crillón, un hotel de lujo en Santiago. Cuando el cuerpo de Pumarino estuvo tendido en el piso cubierto de sangre, ella lo abrazó desesperada. Quería que muriera, pero no. Solo que le dio cinco balazos. Una mujer homicida provocó, por supuesto, un escándalo particularmente desmenuzado por la prensa. Fue un arranque de locura pasional, insiste el juez. Su lugar debería ser el psiquiátrico y no la cárcel. En la película se hacen referencias explícitas a la escritora María Luisa Bombal (“La úiltima niebla”, “La amortajada”), quien primero se disparó a sí misma en una reunión en la casa de su amante y años después (1941) le disparó a él en el exacto hotel Crillon. Se había casado con otra ocho años después de su ruptura. Eulogio Sánchez sobrevivió y María Luisa fue encarcelada por unos meses, él pidió su liberación. Los motivos fueron lo opuesto: Eulogio se negó a casarse con ella.

Una escritora repite el idéntico acto de otra escritora en el mismo lugar. Sucedió en la realidad. La película incluye a una tercera mujer en este juego de espejos: Merceditas escucha a Georgina durante el juicio (y las especulaciones alrededor de ella) y a María Luisa en su imaginación. Sabe y así lo dice: es un acto repetido. Toma las llaves del departamento de Georgina guardadas en el juzgado en consigna y se interna en la descubierta de una vida alternativa. Usa sus vestidos, su maquillaje, sus alhajas. Cada vez llega más tarde a su casa. Su esposo no entiende nada. Se tiende a leer en el sofá de Georgina. Comienza a imitar sus gestos. Se sienta a leer en la mismísima mesa del crimen en el Crillon. Se está buscando, Merceditas. ¿Quién es ella? ¿qué quiere? Merceditas es el centro de la película: es desde su mirada y su escucha que la “otra” existe para nosotras, espectadoras. Merceditas se transforma, no en la otra como supondríamos (dado que también sucede al principio), sino a través de la otra.

La poeta Gabriela Mistral (Premio Nobel 1945), gloria nacional chilena y en ese momento cónsul en Nueva York, intervino ante el presidente en defensa de Georgina quien fue indultada. Merceditas, ya mucho más cerca de Mercedes, se entera de que su esposo –por fin– ya reparó la aspiradora. Lo que la deja más bien confusa. Georgina regresa a su departamento. Desde el café de enfrente Mercedes la observa. Sus miradas se cruzan una vez más. La historia de Mercedes queda abierta. ¿Acaso no hemos sido, no somos tantas veces, Merceditas buscando a Mercedes?

María Teresa Priego

@Marteresapriego