Para Xochitl y Ana, compañeras de viaje surrealista
Priorizar al sueño por encima de lo que acontece en el aparente mundo real, cuestionar la imposición de la razón por sobre la imaginación y la creatividad, desclasificar a las actividades en aquellas que valen la pena y las que no, preguntar si el sueño otorga herramientas para resolver los problemas fundamentales de la vida; sentenciar que en el sueño las personas quedan más satisfechas que en el entorno cotidiano y asegurar que el despertar provoca una ruptura con el encanto, son algunas de las ideas propuestas por un joven francés salido del servicio militar llamado André Bretón.
Pocos años después del fin de la Primera Guerra Mundial, que movilizó a millones de soldados a lo largo y ancho del territorio europeo, con carencias económicas a la luz, y un intento casi imposible de reconstruir las infraestructuras, y menos aún, los tejidos sociales, desde las disciplinas artísticas se comenzaron a posicionar propuestas críticas al panorama y a las decisiones que tomaban los gobiernos, Bretón, que pasó gran parte del conflicto bélico dando atención en los hospitales psiquiátricos, y sin una formación formal en arte, tuvo la curiosidad de expresar sus malestares a través de las expresiones artísticas.
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Primero bajo el cobijo del dadaísmo, movimiento artístico que parte de una palabra que significa nada y apela al azar, y después con su propia propuesta, en 1924, al salir a proclamar que “el surrealismo, tal como yo lo entiendo, declara nuestro inconformismo absoluto con la claridad suficiente para que no se le pueda atribuir, en el proceso el mundo real, el papel de testigo de descargo”.
Lo anterior, incluido en su Manifiesto Surrealista, publicado el 15 de octubre de 1924 en París, donde afirmó que “el surrealismo es el rayo invisible que algún día nos permitirá superar a nuestros adversarios”, pensando en que esos rivales son todas las barreras que impiden a las sociedades alcanzar su bienestar y su desarrollo, pero, más aún, librarse de las cadenas de los deseos y las imaginaciones de las personas.
A propósito del centenario de la publicación de este texto de poco más de 25 cuartillas que cimbraría al mundo de André Bretón, se han desarrollado un sinfín de actividades a lo largo del planeta. Tal vez, la más simbólica, la montada en el Centro Georges Pompidou de París, donde por primera vez en la historia se conjuntaron todas las posibles manifestaciones artísticas surrealistas producidas a lo largo del tiempo y el espacio.
Desde pinturas, dibujos, películas, fotografías y documentos literarios, el montaje, que inicia con esa mítica figura de fauces que devoran a las personas para comenzar una travesía laberíntica, aderezada con las obras de Salvador Dalí, René Magritte, Giorgio de Chirico, Max Ernst, Luis Buñuel y Joan Miró, entre muchos otros, y de mujeres como Ithell Colquhoun y Dora Maar, destacándose la presencia de las europeas asentadas en México, Remedios Varo y Leonora Carrington.
De esta manera, la exposición dividida en 14 fragmentos, muestra aquellas figuras literarias inspiradoras del movimiento como Lautréamont, Lewis Carroll, Sade, entre otros; los principios poéticos que estructuraron su imaginario, entre ellos, el artista-médium, el sueño, la piedra filosofal, el bosque; el impacto de los estudios psicoanalíticos de la mente; el reflejo de la naturaleza y lo fantástico que pudiese existir dentro de ella, incluidos algunos habitantes como las hadas, los duendes, y más; el erotismo, un aspecto poco abordado en los estudios de esta manifestación, pero altamente presente en la obra de muchos autores insignia del movimiento.
En el caso de nuestro país, en el Palacio de Bellas Artes se ha montado la exposición “Alan Glass. Sorprendente hallazgo”, artista canadiense adepto al surrealismo, asentado en el país, cuyo trabajo se caracterizó por “armar y encapsular objetos cotidianos –como botones, cabello humano, insectos o cerillos–, transformándolos en piezas donde lo fragmentado y lo imposible coexisten de manera sorprendente, convirtiendo lo ordinario en extraordinario”.
La Universidad Autónoma Metropolitana inició el proyecto Casa Estudio Leonora Carrington, cuyo objetivo final es abrir al público la casa estudio de la artista, pero actualmente, puede ser visitada de forma virtual. En San Luis Potosí, hace seis años, abrió su museo homónimo, ofreciendo una vasta colección sobre su trabajo en esculturas, joyas, grabados y pinturas.
Aún disponible para su visita, la exposición temporal gratuita “La Acústica de Leonora Carrington. Arte, escritura y feminismos” en la Galería Metropolitana de la ciudad de México, y algunas compilaciones de sus cuentos publicadas en el Fondo de Cultura Económica.
El Museo de Arte Moderno montó la exposición ‘Una tuna y una torre de luz sobre un pupitre: Ficciones de la modernidad’ que incluye obras de Remedios Varo y Leonora Carrington y de otros artistas como Rufino Tamayo, Olga Costa, María Izquierdo, Manuel Rodríguez Lozano, David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera, José Clemente Orozco y Francisco Toledo, con la característica de compartir sus trabajos influenciados por el surrealismo.
Así como algunas actividades programadas por el Centro de Estudios Surrealistas en la Ciudad de México, que en meses recientes ha recordado que en nuestro país, el contacto ha sido estrecho, desde la visita de Tristán Corbière, escritor que Paul Verlaine ubicó dentro del círculo de los poetas malditos, en el siglo XIX; la de Arthur Cravan, quien estuvo en plena Revolución, y la de Antonin Artaud, el primer surrealista en llegar a nuestro país en 1936.
Antecedentes directos de la visita de André Breton al país, quien llegó en abril de 1938, con el pretexto de pasar un tiempo con el revolucionario ruso, León Trotsky, y dar conferencia de arte francés del siglo XVIII, pero que tendría contacto con un sinfín de artistas mexicanos o asentados en el país, a quienes dejaría una profunda inspiración, y cuya experiencia le llevaría a decir que este es un país surrealista.
Más allá de esa afirmación, su visita dejó una huella profunda en varios artistas, quienes al paso del tiempo, se convertirían en representantes del movimiento artístico en nuestro país, pero aún más, le darían una lectura a la propuesta, más cercana a nuestra realidad, con una influencia permanente hasta el día de hoy.