Con una victoria holgada, imprevista por encuestadoras y observadores expertos, Donald Trump regresa a la Casa Blanca, con el Senado, la Cámara de Representantes y el control de la Corte Suprema en la bolsa, gracias a más de 70 millones de votos directos, cosechados en todos los segmentos de población: obreros y población blanca, negros, latinos, jóvenes de ambos sexos. El magnate multiplico en 20% su elección entre la población joven masculina afrodescendiente, arrebató a los demócratas el voto obrero blanco en “Cinturón de hierro” y cosechó 45% de los votos latinos, a grado de que algunos observadores advierten que en esta elección se configuró la base social del partido colorado.
Y mientras Trump se pavonea orgulloso de un liderazgo indisputable en el Partido Republicano, Kamala Harris y las grandes figuras demócratas, los Obama incluidos, están en shock; asistiendo a la derrota más grande que haya recibido este partido en toda su historia. Los promotores del voto demócrata: agrupaciones de sindicatos, organizaciones liberales y progresistas, organizaciones de mujeres, latinos, afro estadunidenses no lograron aglutinar el apoyo electoral necesario para la victoria. Los sectores progresistas los abandonaron, al no ver retomados entre sus compromisos y propuestas de campaña, los temas que más le preocupan: la paz y el reconocimiento del Estado Palestino con un alto al fuego y al apoyo político y armamentista para Israel; compromisos serios con el Cambio climático; abandono del sustento económico y militar a la guerra en Ucrania y cambios en las políticas internas de salud, vivienda y educación. Ante esos sectores progresistas que han girado hacia la izquierda desde hace casi una década, el consenso demócrata liberal luce vetusto, elitista y poco convincente. Ahora tendrán que reinventarse o destinarse al declive.
A juzgar por los resultados de la elección, el punto de equilibrio del consenso social se movió en ese país. Para ningún sector es aceptable ya el programa neoliberal de la apertura, la globalización, la libre competencia del mercado, como criterios para la eficiencia económica. Unos votaron por protección, aranceles, reducción de la oferta de mano de obra barata; otros esperaron cambios más profundos en las políticas del estado. El trumpismo es ahora el nuevo frente de una clase obrera multirracial e intergeneracional, integrada pero empobrecida, que levanta la bandera del conservadurismo que le promete el sueño de un regreso a mejores tiempos pasados, cercando la entrada a todo lo que amenace su fantasía de seguridad y para ello afila las uñas y dientes del odio racial y hacia todo lo diferente.
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Para el mundo, este segundo periodo de trumpismo es más incierto y riesgoso que el primero, por el tremendo poder que se tendrá en sus manos el magnate. Mientras los líderes europeos y el propio gobernante de Ucrania esperan un enfriamiento o hasta un retiro del apoyo norteamericano, con severas consecuencias para ambos, Rusia está a la expectativa de mejores condiciones para pactar la paz. Pero en Medio Oriente, las cosas no pintan bien para palestinos, árabes e iraníes, conociendo el decidido apoyo que Trump ha ofrecido a Netanyahu -el primero de todos los jefes de estado que se apresuró a felicitarlo.
Los gobiernos derechistas de todo el mundo están de plácemes, pues la llegada de Trump fortalece la expectativa de que sus principios y enfoques políticos coincidan en una nueva Ola conservadora en el mundo, con políticas fascistoides contra opositores y migrantes, recortes de estado y embestidas contra los derechos de mujeres y minorías sexuales.
Para México el escenario es poco optimista, por decirlo suave. Las promesas de sellar la frontera, expulsar migrantes y elevar aranceles a productos de las exportaciones mexicanas (desde alimentos hasta automóviles) da a traste con todo lo que se ha construido en la infraestructura económica mexicana desde el TCL y coloca en severo riesgo la apuesta por un relanzamiento de la integración económica con América del Norte a parir del nearshoring.
Si a estos agregamos el impacto del retorno forzado de migrantes mexicanos a nuestras fronteras y, la consiguiente caída de las remesas, el escenario se torna muy sombrío, al grado que algunos centros de inteligencia económica hablan de un efecto semejante a la Gran depresión, pero esto no solo para México sino también para América del Norte.
Para México, el retorno estimado conservadoramente en 250 mil migrantes por año (Taracena Gut - U. Iberoamericana) afectaría directamente la llegada de remesas que representan más de 12 por ciento del PIB de los estados de Zacatecas, Guerrero, Michoacán y Oaxaca, entidades que tienen entre el 67 y 70% de su fuerza laboral en los Estados Unidos. La combinación de menores remesas y reducción de exportaciones a Estados Unidos resultaría en un desplome de 2.6 por ciento del PIB entre 2025 y 2028. Concentrando el impacto en las entidades de Nuevo León, Chihuahua, Baja California, Jalisco, Estado de México, Guanajuato y Campeche en un rango que va de 9.5 mmd de la primera de estas entidades al 5.2 mmd la última (datos de Sherman Robinson, de Peterson Institute for International Economics) El cálculo general de esta afectación se estima en 2.5% del PIB entre 2025-2028. Otra línea de afectación es el costo que tendrá el gobierno federal para administrar el flujo de migrantes, ya que el gobierno de Trump no parece dispuesto a colaborar con México en ese rubro.
Para Estados Unidos y Canadá también habría efectos de las medidas proteccionistas, puesto que encarecería el costo de alimentos, automóviles, afectando el crecimiento del empleo y también el ingreso público, aumentando el déficit fiscal. La deportación solo de 1.3 millones de trabajadores indocumentados mexicanos representa mas de un billón de dólares en actividad económica de ese país. Mientras la desarticulación de la cadena alimenticia que han logrado los tres países a partir del TLC, tendría efectos regresivos en el ingreso de los hogares de los tres países.
El poder omnímodo que tendrá el presidente Trump, hace temer lo peo. Necesitaremos cerrar filas entre las y los mexicanos, sus fuerzas políticas e instituciones, sociedad, gobierno, academia, organizaciones sociales, para hacer frente a este enorme desafío. No se vale calcular que si le va mal a la 4T habrá ganancias para otros, porque el daño será irreparable.