EXCMO. SR. DIP. DON RICARDO MONREAL ÁVILA LÍDER DEL REBAÑO SAGRADO DE LA 4T
Muy Camaleónico y Chapulínico Legislador:
Quiero hacerle una pregunta de primaria. Es una interrogante tan simple que no descarto que Vuestra Ilustrísima vaya a pensar que soy idiota, en la acepción más rigurosa del término, pues la Real Academia define con ese calificativo a quien es ‘tonto o corto de entendimiento’. Tampoco quiero que suponga que no terminé el tercer año o que reprobé civismo, pues a esa materia pertenece la consulta que hoy le hago, la cual podría resumirse así: México, ¿es una república? ¿O es una monarquía?
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Aunque no le voy a presumir que sacaba puros dieces en la escuela, como hacía Vuestra Erudición, mi boleta de calificaciones prueba que fui lo bastante atento para aprender que somos una ‘república representativa, democrática, laica y federal, compuesta de estados libres y soberanos’. Puedo repetir esa frase de memoria y la he dicho millones de veces, pero debo confesarle que traigo un corto circuito en las neuronas, pues cuando escribo estas cartas con frecuencia me traiciona el subconsciente y, donde debo escribir presidente, escribo rey; donde debe decir república, digo reino; donde encaja ciudadano, redacto súbdito; y donde corresponde democracia, coloco monarquía.
Por eso recurro a su Su Autoridad, pues me he informado de sus extensos recorridos por los cielos y los infiernos de la política. Pocos pueden presumir, por ejemplo, su adhesión a cinco partidos, ya que su currículo apunta que de manera escalonada militó en el PRI, el PRD, Movimiento Ciudadano, el PT y ahora en Morena, mudanzas que lo convierten, lo digo con asombro y respeto, en el rey del chapulineo. No ha de ser fácil, digo yo, cambiar de convicciones tan seguido.
Mas no solo aplaudo su ligereza para cambiar de bando, sino también su destreza para ajustar su discurso. Encontré por ahí, verbi gracia, algunos comentarios suyos muy elogiosos a Carlos Salinas de Gortari y a Ernesto Zedillo, a quienes hoy ubica entre los demonios neoliberales que personifican la derecha y la reacción. Creo que a Vuestra Mudanza le viene como anillo al dedo aquella sentencia de Groucho Marx que a la letra dice: “¡Estos son mis principios! Si no le gustan, tengo otros”…
No vaya que piense que al encomiar el libre flujo de sus convicciones estoy siendo hipócrita o recurro a la ironía. El mismísimo Nicolás Maquiavelo, filósofo del poder, aprobaba que los príncipes fueran taimados, que traicionaran la palabra empeñada, que engañaran a amigos y enemigos, que fingieran a diestra y siniestra, que aparentaran ser devotos del Santo Niño de Atocha y que no fueran fieles más que a sus propios intereses.
Más no todo ha sido política de contentillo en su trayectoria. También me han llegado noticias de su paso inicial por el Congreso cuando, siendo un joven diputado, se le pegó a su maestro de la vida, el consumado legista y respetado priísta José Luis Lamadrid, a quien demostró gran aplicación para adquirir conocimientos en materia constitucional y en práctica legislativa, temas en los cuales muchos conceden que Vuestra Dedicación se volvió un experto.
Todo ello lo califica para opinar, en mi humilde opinión, sobre el sistema político que impera en este país que, por fuerza, tiene que ser comparado con lo que ocurre en otros lares, pues no se vale decir que somos una república y una democracia nomás porque sí, ya que lo mismo dicen la dictadura de derecha de El Salvador, la de izquierda de Cuba, y hasta la teocracia que oprime Irán.
Como le decía, yo a veces me equivoco y escribo que somos un reino. Estoy mal, ya lo sé, porque en los reinos más visibles del mundo, que son los europeos (digamos Dinamarca, un país al que nos parecemos tanto), si bien es cierto que tienen un rey o una reina, no lo es menos que esa cabeza coronada sólo sirve para ofrecer banquetes, recibir las credenciales de los embajadores y salir en la revista Hola!. El poder político de tales soberanos equivale casi a cero, porque el parlamento no los consulta, los ministros no los obedecen, los partidos no los procuran, la prensa no los respeta y la opinión pública los hace trizas, ya que ha llegado a la conclusión de que son unos parásitos que cuestan demasiado.
En México, por el contrario, no tenemos rey ni reina, pero la Jefa de Estado tiene sometido al Congreso, le viene guanga la Corte (hasta declara no que no acatará sus sentencias), los ministros se le postran, los gobernadores le temen, los empresarios la cortejan, los medios la endiosan y la gente está pendiente de su más mínimo gesto, como si se tratara de una soberana. En su círculo íntimo, de talante palaciego, los cortesanos descansan satisfechos si ella muestra que está contenta, como si de su buen humor dependiera el futuro de la nación.
En 1846, ¡hace casi dos siglos!, el diplomático americano Waddy Thompson publicó un libro bastante recomendable y simpático, Recuerdos de México, donde aseguraba que lo único republicano que tenía el sistema político mexicano era el nombre, porque en todo lo demás el gobierno se comportaba como una corte. A Thompson le tocó encabezar la embajada cuando Santa Anna ejercía de dictador resplandeciente, en un ambiente lleno de oropeles, de tedeums y de bailes de gala. No hay duda que desde entonces las cosas han cambiado en la forma, pero es válido preguntar si han variado en el fondo, o seguimos atenidos al mando unipersonal del tlatoani, el virrey, el caudillo, el dictador o la presidenta.
Como verá, estoy hecho bolas. A eso también ayuda la sentencia del maestro Daniel Cosío Villegas quién, Voacé lo recordará, calificó el sistema como una “monarquía absoluta y sexenal, hereditaria en línea transversal”, pero a esa definición le falta la palabra clave: presidente. Sáqueme Su Sapiencia de la duda: ¿somos república con complejos de reino? ¿Somos monarquía con ropajes de democracia? ¿O somos, como en el caso de la hora del día, lo que diga la señora presidenta?
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Tengo una segunda pregunta para Su Elocuencia, pero no es de primaria, sino de licenciatura. Maquiavelo, quien de seguro se cuenta entre sus autores favoritos, decía que hay tres formas no de gobierno, sino de desgobierno: la tiranía, propia de los reyes sin ley; la oligarquía, el abuso chupasangre de los ricos; y la anarquía, el desorden de las repúblicas.
Hasta donde alcanzo a percibir, me parece que en México sufrimos de las tres pero, como diría el pensador florentino, en su fase degenerada y viciosa. O, ¿no encuentra Usía tiránico que el gobierno anule a las minorías, compre votos para controlar el Congreso, oculte desfalcos millonarios y despoje de atribuciones a la Corte? ¿No le suena oligárquico que los ricos sean usureros, monopólicos, mega-multimillonarios, y que el propio gobierno les regale los más jugosos negocios? ¿No tiene por anárquico que los inconformes cierren carreteras, que las leyes se negocien con mordidas, que cacheteen a los policías y que los narcos controlen el territorio?
De ahí mi confusión, Vuestra Serenísima. Pareciera que tenemos un país convulso, polarizado, descompuesto, sin ley, en cierta medida ingobernable, y en medio de este caos se le ocurre a la 4T la reforma judicial y la supremacía constitucional, que anulan uno de los flacos pilares que sostienen al gobierno, el judicial. Me voy a permitir citar de nueva cuenta a Maquiavelo: “El peor ejemplo en una república es hacer una ley y no cumplirla, sobre todo si la inobservancia es por parte de quien la ha hecho”.
En ese brete estamos, Su Gracia. Gracias a un Congreso oportunista, sumiso y venal, sin capacidad crítica, sin vena pluralista, sin vocación democrática, estamos viviendo el inicio de sexenio más caótico de que se tenga memoria. Claro, tampoco se puede esperar mucho del rebaño, cuando el pastor les ha puesto tan mal ejemplo. Y ahora, si me promete que no me va a salir con la mafufada de que eso ordenó el pueblo el 2 de junio, le haré una pregunta muy compleja: ¿a dónde nos va a llevar tanto desorden?
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Si me lo permite Su Señoría, voy a rematar estas líneas con una tercera pregunta, pero le advierto que es de doctorado. Antes, espero que convenga conmigo en que, aunque vayan para largo, los días de la 4T están contados. Eso también lo dijo su gurú de cabecera, Maquiavelo: “Es evidente que la existencia de todas las cosas en este mundo tiene un término inevitable.” Pues bien, cuando eso suceda, ¿entiende la 4T que con la misma vara que mide será medida?
Vea lo que le pasó al PRI: se creyeron invencibles, aprobaron una indebida sobre-representación del 8 por ciento, y luego no pudieron parar a Morena, que con la misma ley se autoaprobó el 20 por ciento y se agandalló la mayoría calificada. Ojo, pues eso de aprobar barbaridades es una espada de doble filo, pues los jueces de partido dominante y la corte sin poderes de revisión algún día pueden volverse en su contra.
Por lo demás, comprendo que esa remota posibilidad no inquiete a Su Serenidad. De llegar a darse, Usía percibirá con anticipación que ha cambiado la dirección del viento, volverá a mudar de convicciones y estará de nuevo del lado de los poderosos.
Que Dios nos de vida, a Usía para vivirlo y a mí para creerlo, es la intención más ferviente y el deseo más acomodaticio de