EXCMA. WANNA BE DOÑA CITLALLI HERNÁNDEZ COMANDANTA DEL BATALLÓN FEMINISTA DE LA 4T
Muy Visible Militanta, Muy Enigmática Dirigenta:
Fíjese que llevo un par de semanas recorriendo un país cuyo gobierno trata muy mal a sus mujeres. Se llama Turquía. En el Reporte Global de Brecha de Género, elaborado por el Foro Económico Mundial de Davos, esta república, mitad europea, mitad asiática, se ubica en el lugar 127 de 146 países, mientras nuestro machista México, de manera sorprendente, está colocado en el escaño 33.
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Antes de que Vuestra Morenidad empiece a aplaudir a la 4T, debo apuntar que al revisar los criterios de calificación ya no nos va tan bien, pues en participación económica caemos hasta el lugar 109, en acceso a la educación estamos en el 62, y en salud y sobrevivencia ocupamos el 49. Lo que nos confiere tan buen sitio es nuestro desempeño en empoderamiento político, donde ocupamos el casillero 14, que se explica porque nuestro Congreso es paritario, el gabinete también anda 50/50, y hay trece mujeres gobernadoras. El año que entra nos irá todavía mejor, pues a partir de octubre tenemos una presidente, o como ella quiere que le digamos, una presidenta.
Pero cantidad no es sinónimo de poder. No deja de ser una paradoja que, en lo que va del siglo, entre más mujeres detentan parcelas de poder, en temas que las afectan vamos en reversa. Tal es el caso de la violencia de género (que hoy sufren o han sufrido siete de cada diez mexicanas), de los deudores alimentarios (un delito impune: los ex maridos que no pagan la pensión), y desde luego, de los feminicidios, unas tres mil víctimas al año, con tendencia sostenida al aumento (una vergüenza nacional).
Y es que en México pasa lo mismo que en Turquía: las costumbres, las tradiciones, los prejuicios se imponen a las leyes. Allá, la mayoría musulmana se atiene a los preceptos del Corán, que indican que el hombre es superior a la mujer, y ésta le debe sumisión y obediencia: hasta en las mezquitas deben rezar en un espacio separado. Ya pasaron los tiempos de la poligamia (abolida en 1925), pero en la mitad del país, la región asiática, entre Ankara y las fronteras con Siria e Irak, las mujeres se cubren la cabeza con un velo (el hiyab) o se tapan de pies a cabeza (la burka), caminan detrás de los hombres, no pueden salir sin permiso, no poseen bienes, pueden ser repudiadas por el marido y la perdida de la virginidad… ¡es una deshonra familiar! Ya no las lapidan por ese desliz, pero sin contemplación las echan a la calle.
Mas no vaya a pensar Su Sororidad que Turquía es un país atávico en cuestiones feministas. De hecho, aunque pocas participan (como en México), los colectivos surgieron a inicios del siglo XX y, bien organizados y aguerridos, lograron la igualdad ante la ley en 1930, el derecho a voto en 1934 (veinte años antes que México), y no solo la despenalización, sino el aborto libre y gratuito en 1938 (¡!), derechos que ejerce de manera accidentada la población femenina de la mitad occidental del país, asentada en Estambul, la zona del Mármara y la costa mediterránea del Egeo.
Para desgracia de las mujeres, hace 24 años los votos de la mayoría conservadora llevaron al poder a un político de tendencia islamista, Recep Tayyib Erdogan, que en cuestiones de género es un retrógrada. En público, no se cansa de repetir que la igualdad de género es un disparate y que la principal función social de la mujer es ser madre. De hecho, hizo aprobar una ley familiar que las responsabiliza del hogar y de la crianza de los hijos. Turquía fue el primer país que firmó el Convenio de Estambul, en 2011, un tratado vinculante para prevenir la violencia doméstica y el maltrato de la mujer, pero se retiró del acuerdo en 2021, en línea con la óptica musulmana del régimen (entre paréntesis, ahí le va su primer pendiente: sin dar explicaciones, México se ha resistido a sumarse a ese convenio). El feminismo turco ha logrado evitar que los prejuicios del presidente alteren las leyes que garantizan la igualdad pero, en la vida diaria, el gobierno tolera sin disimulo la discriminación.
Ahí está el verdadero problema: en la vida diaria. Lo mismo en Turquía que en México, las leyes dicen una cosa, pero la sociedad patriarcal propicia los abusos, la violencia doméstica, la brecha salarial, el machismo, y su consecuencia lógica, la misoginia. Como titular de la Secretaría de las Mujeres, va a requerir Vuestra Lozanía mucha imaginación y talento para conseguir una auténtica revolución de las conciencias.
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Hace casi cincuenta años, la diputada priísta Silvia Hernández escandalizó a otra mayoría conservadora al proponer, desde la tribuna de la Cámara, la legalización del aborto. Algo se habrá avanzado desde entonces, sobre todo a partir de las reformas en la Ciudad de México, pero en muchas entidades el tema sigue en el limbo. A pesar de que en 2021 la Suprema Corte les ordenó despenalizar, es decir, no castigar esa práctica con pena corporal, hay más de 200 mujeres presas por haber abortado, pues los jueces le dan la vuelta a la ley y las sentencian por ‘homicidio en razón de parentesco, infanticidio, filicidio y omisión de cuidados’.
De nueva cuenta, en 2023, la Corte instruyó a todas las legislaturas del país a modificar las constituciones estatales y los códigos penales, para no ir contra la Constitución federal. Acataron, pero no cumplieron: a la fecha, diecisiete estados han sido omisos o remisos, o para ser más precisos, se han hecho tarugos, lo cual se traduce en millones de abortos clandestinos. No deja de ser significativo que esas mismas legislaturas hayan aprobado en cuestión de horas la reforma judicial, mostrando prisas y empujones para ser los primeros, con la transparente intención de darle por la cabeza a una sola mujer, la ministra Norma Piña, mientras mantienen en la congeladora una iniciativa que afecta de manera directa a todas las mujeres del país.
Y es que eso sucede siempre con los temas de las mujeres. Bien lo supieron, cada quien en su momento, la yucateca Elvia Carrillo Puerto, la poblana Carmen Serdán, la duranguense Hermila Galindo, la tamaulipeca Amalia González Caballero, la campechana María Lavalle Urbina, y docenas más de feministas mexicanas, a quienes se les dijo que su tema era relevante pero que podía esperar un poco: primero había que consolidar la república, el reino, la revolución, la reforma, el progreso económico, el partido político, o cualquier otro tema que gozara de la simpatía del líder en turno, siempre un hombre.
Tal vez por eso, extrañó que el pasado septiembre y en lo que va de octubre, con un Congreso que se supone le es fiel a Doña Claudia, no se haya aprobado ninguna iniciativa de su autoría, empezando por la creación de dos secretarías que pasarían sin oposición, la de las Mujeres y la de Ciencia, y siguiendo con el anuncio de que sería prioridad prohibir la reelección de alcaldes y de legisladores. Hasta donde se alcanza a percibir, hoy día, el Legislativo solo atiende las indicaciones del hombre que, supuestamente, ya se fue.
Aguas con eso, Vuestra Chairez. No le vayan a salir con que en el segundo piso de la 4T tampoco se va a poder, porque en el gobierno anterior no se avanzó ni un centímetro en cuestiones de género. Pese a su imparable verbo, dizque progresista, Andrés Manuel no movió un dedo a favor de la causa (hasta su mujer tuvo que guardar silencio). Y como Vuestra Militancia procede de Morena, no es de extrañar que muchos colectivos se estén preguntando si llega al gabinete para procurar la igualdad de género, o su principal misión es conseguir que las mujeres se alineen con su partido político.
Sería un yerro mayor pensar que las mujeres de Morena, solas, pueden sacar adelante la agenda feminista. Tal tarea requiere pactar con las priístas, las panistas, las de MC y, sobre todo, con los cientos de colectivos independientes, cuyas militantes están muy frustradas por el trato recibido en el gobierno de AMLO (y también de Sheinbaum, en CDMX), y muy enojadas por el maltrato a ciertos grupos específicos, como las madres buscadoras. Son ellas quienes ven su nuevo encargo con recelo y estupor.
Parte de sus dudas las genera, quizás, la opacidad de su curriculum. Por más que le busqué, no pude descubrir si Usía terminó la carrera de comunicación y es licenciada, pues algunos sitios de Internet insinúan que sí, y otros aseguran que no. Tampoco pude averiguar nada sobre su estado civil, su orientación sexual o su entorno familiar, cuestiones que pertenecen al ámbito privado de los ciudadanos, pero deben ser del dominio público en el caso de los funcionarios. Lo único seguro es que Vuestra Merced es amlover de corazón, chaira hasta la médula, aunque en algunas entrevistas se ha cuidado de aclarar que no es radical, ni esta ciega para no ver los errores del movimiento.
Ojalá sea cierto, porque sería una gran decepción que ponga su nuevo cargo al servicio del partido. En una entrevista reciente, Usía declaró: “Muchas de nosotros no estaríamos aquí hoy ocupando un escaño, opinando de manera distinta, intercambiando distintos puntos de vista, si no fuera gracias a la lucha de muchas mujeres que en su momento fueron señaladas como locas, como brujas, que fueron silenciadas, que fueron excluidas”. No le vaya a aplicar la misma receta de locas y brujas a sus adversarias políticas: eso equivaldría a convocar el fracaso. Y, en un país con mujer presidente, con mujeres ministras, con mujeres gobernadoras, con mujeres legisladoras y con población mayoritaria de mujeres, sería trágico que las causas de las mujeres tengan que esperar una vez más.
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Antes de cerrar estas líneas, Vuestra Gracia, voy a tratarle un tema que parece trivial. No lo es, sobre todo para quienes nos dedicamos a escribir. Me refiero al llamado lenguaje con perspectiva de género. Doña Claudia ha solicitado que la llamemos presidenta, con A, y es probable que también desee que se le diga comandanta (puesto que lo es, de las Fuerzas Armadas), o dado el caso, regenta, pues desde el pasado octubre rige nuestro país.
Es un error gramatical. Muchas palabras terminadas en ente (a veces en ante) son el participio activo de verbos latinos, o sea, indican una participación activa y, como tales, son vocablos neutros, sin género. Darles connotación masculina nos lleva a donde no queremos, porque vuelve al idioma aún más machista, al conceder que las palabras terminadas en E tienen el mismo sexo que las terminadas en O.
Presidente es quien preside, comandante quien comanda, regente quien rige y así por el estilo. Terminar los participios en A nos conduce a frases como esta: cuando Citlalli era estudianta, siendo pacienta y resistenta, vio clarividenta que, al ser practicanta y eficienta, pronto dejaría de ser ignoranta. Se metió de oyenta, hizo de escribienta, ascendió a gerenta, y nada toleranta, de aspiranta pasó a dirigenta. Todas esas palabras –estudiante, paciente, resistente, clarividente, practicante, eficiente, ignorante, oyente, escribiente, gerente, tolerante, aspirante y dirigente— son neutras, y la medicina contra su significado aparente, el masculino, es que en el futuro haya mucho femenino: muchas dirigentes y muchas presidentes.
Desde luego, Doña Claudia es la presidente y puede hablar como le dé la gana. A mi juicio, debe tener un IQ notable, pues terminó la carrera de física y ha de ser capaz de entender fórmulas y ecuaciones que son incomprensibles para la mayoría de los mortales. Luego se especializó en medio ambiente –otra materia muy exigente en fórmulas algebraicas–, manejó con bastante tino una de las ciudades más complicadas del mundo, y hoy tiene que aprender a gobernar un país.
Con eso tiene. Tampoco le vamos a pedir que sepa de historia y nos explique quién ha sido el mejor presidente de México. O que entienda de lingüística, si fuera el caso, una especialidad harto complicada, pues los idiomas evolucionan de manera lógica y gradual, siguiendo las complejas leyes de la fonética y la gramática. No está en su poder, aunque quisiera, modificar los usos del idioma.
Hasta aquí la dejo. Remato esta misiva, que de tan larga ya se convirtió en sermón, pidiéndole que no se tome a mal las impertinencias que contiene pues, como dice el refrán, el que avisa no es traidor. Reciba pues, al mismo tiempo, el más entusiasta de los respaldos y el más escéptico de los augurios, que pueda salir de la pluma de