EXCMO. SR. ING. DON FÉLIX SALGADO MACEDONIO GOBERNADOR NO CONSTITUCIONAL DEL ESTADO DE GUERRERO
Muy Bravío y Muy Bragado Trovador:
Abrigué muchas dudas antes de hacer de Vuestra Bravura el destinatario de esta carta, pues me parecía una falta de tacto no dirigirme a la titular formal del Poder Ejecutivo, que no es otra que su hija Evelyn. He oído por ahí que asumir que detrás de una mujer prominente siempre hay un hombre controlador, no solo es políticamente incorrecto, sino que también revela una mentalidad retrógrada y machista, muy chocante y distante a la que debe imperar en el sexenio de las mujeres.
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Mas al final se impuso en mi ánimo la opinión de la comentocracia, que sostiene que el gobernador puro y duro es Vuestra Gracia, pues despacha sin rubor como el poder tras el trono, la eminencia gris, o dicho en términos más coloquiales, la mano que mece la cuna. Incluso, circula por ahí el gracejo de que Vuestra Desgracia no podrá ser nunca más candidato al cargo de gobernador, pues la Constitución de Guerrero prohíbe expresamente la reelección.
En el mejor de los casos, entonces, habrá que suponer que Guerrero tiene dos gobernadores. Una, la de jure, a quien no le gustan los reflectores ni las cámaras, que le tiene pavor a la prensa y que, en los momentos de crisis, en Guerrero copiosos y frecuentes, suele desaparecer del escenario, pero que acude de vez en vez a algún acto público, en el cual se ostenta como Gobernadora Constitucional. Y otro, el de facto, el que dispone y manda, el que ordena y decide, y además, goza del apapacho popular y de la fama, al grado de que llegó a grabar un espantoso bodrio intitulado la Cumbia del Peje, tonada simplona que de manera sorprendente logró obtener un disco de platino. ¡Hurra! Eso pudo ser el inicio de una prometedora carrera artística, pero al parecer Vuestra Paternidad se sintió más cómodo llevando las riendas políticas de la entidad, aunque fuese en la modalidad no constitucional.
Ahora bien, a la luz de las últimas noticias, así como es notorio que Guerrero tiene dos gobernadores, también es evidente que no lo gobierna ninguno. Me pesa recordarlo, pero aún están frescas las imágenes de la pavorosa muerte del presidente municipal de Chilpancingo, Alejandro Arcos, cuyo cuerpo sin vida fue encontrado al interior de su propia camioneta, mas los sicarios le dejaron a alguien un mensaje atroz (a Usía, a Evelyn, al Ejército, a García Harfuch, a Doña Claudia, usted me dirá), pues abandonaron la cabeza del occiso, limpia y sin huellas de sangre, sobre el cofre del vehículo. Así como se oye: el alcalde de la ciudad capital… ¡decapitado!
Ni el Toro, como le gusta que le digan a Vuestra Bizarría, ni la Torita, como le dicen a Evelyn (ese sí un apodo misógino y machista que niega su condición femenina, pues las ‘toras’ no existen), han ejercido su poder para detener la ola de violencia que aterroriza a la entidad. Tan solo en las últimas semanas, para no ir demasiado lejos, se registraron tomas violentas del Palacio de Gobierno (julio), asesinaron al fiscal regional de Coyuca de Catalán, Víctor Manuel Salas (septiembre), ultimaron al delegado de la Fiscalía General, Fernando García (septiembre), y en octubre, aparte del caso referido, atacaron la casa de la alcaldesa de San Jerónimo, mataron al líder de autodefensas Bruno Plácido Valerio, atentaron contra el sacerdote Filiberto Vázquez y catorce choferes de transporte público se sumaron a la lista de víctimas fatales.
Puede que en Guerrero haya dos gobernadores, pero no hay ninguna autoridad. Me dirá Vuestra Barbarie que eso sucede en muchas regiones del país, que su caso no es único, y tendrá toda la razón. Tal vez es más dramático cuando hay cadáveres y sangre, como en Guerrero (su feudo), como en Culiacán (un mes sitiado), como en Guanajuato (subrayaría Doña Claudia), como en Tamaulipas (la lista es interminable), pero ya nadie discute que amplias zonas de la República, aunque no se oigan los balazos, están bajo el mando del crimen organizado (o del desorganizado).
Un amigo mío, quien se ve obligado por razones de familia a viajar por carretera de México a Querétaro, esto es, por ¡la principal autopista del país!, me contaba que a lo largo de la ruta hay bastantes gasolineras, pero hay igual número de expendios clandestinos que, a la vista de la Guardia Nacional, se anuncian con luces intermitentes. Son los vendedores de huachicol, la gasolina que se roban de las tuberías de Pemex, para luego ofrecerla a precio menor, no de remate. Nadie les estorba, nadie los molesta, nadie los detiene, si acaso los gendarmes se acercan a recoger su mochada. Así acabó la primera promesa que nos hizo su compadre del alma, Andrés Manuel.
Y así, no se lo voy a discutir, anda toda la Nación. Poco importa que haya Presidenta, que haya Guardia Nacional, que haya gobernadores hasta por partida doble, que haya mayoría calificada en el Congreso, que aplasten a la Suprema Corte y que hagan una Constitución a modo, porque en buena parte del territorio nacional las leyes son letra muerta, y hay un poder real que puede más que el poder formal.
Esa es la paradoja de nuestro tiempo: tenemos gobierno, pero no tenemos autoridad.
***
Sería del todo inapropiado y muy lamentable que Vuestra Merced asumiese que lo estoy señalando como el responsable de la muy deteriorada situación de Guerrero, pues la entidad viene sufriendo una erosión constante desde hace cincuenta años, por lo menos. El mejor ejemplo es el puerto de Acapulco, un auténtico manual de lo que nunca debe de suceder en un destino turístico.
Fíjese que ironía: en esa misma época, el Banco de México estudió la posibilidad de convertir el turismo en un pilar del desarrollo nacional. Desde luego, pusieron los ojos en Acapulco, con su clima incomparable (más de 300 días de sol al año), sus clavados en la Quebrada, su histórico Fuerte de San Diego y los yates del jet set anclados en su portentosa bahía. Con la inauguración del Centro de Convenciones (1973) y del Tianguis Turístico (1975), más la Reseña Internacional de Cine a todo tren (entonces superior al Festival de Cannes, teniendo como habitúes a Sophia Loren y Alain Delon), más la posibilidad de estirar el éxito hacia Puerto Marqués y Punta Diamante, el auge sostenido de Acapulco parecía cosa segura.
No había tal: el banco descubrió que, tras esa fachada glamorosa, la ciudad escondía vicios perniciosos e irremediables que comprometían su futuro. Uno, los sindicatos controlaban ejércitos de vendedores ambulantes (de artesanías, de antojitos, de lanchas, de parachutes), y se sabían dueños de la playa. Dos, las aguas negras de la ciudad se vertían en la bahía en un paraje denominado, con toda propiedad, Playa Olvidada. Tres, la movilidad en el puerto estaba colapsada: la velocidad promedio en la costera Miguel Alemán apenas superaba los 15 kilómetros por hora. A eso añádale su dosis de corrupción, más una pizca de guerrilla en la zona serrana, y entenderá porque el banco archivó la idea de rehabilitar Acapulco y concentró sus esfuerzos en la creación de nuevos centros turísticos, como Cancún y Los Cabos.
Para quienes conocimos Acapulco de niños, los descubrimos de adolescentes, lo parrandeamos de jóvenes, y luego volvimos año con año dizque a trabajar, con el pretexto perfecto de ir al Tianguis, pero con intenciones nada secretas de comer pescado zarandeado en Barra Vieja, ver un atardecer en Pie de la Cuesta, colarse a las fiestas de Las Brisas o salir del Baby’O con la luz del sol, el desgaste era apenas perceptible. Mas, a la vuelta de las décadas, los sindicatos se volvieron mafias y trocaron la venta de baratijas por la de drogas, cobraron a diestra y siniestra derecho de piso, le entraron a la trata de personas, añadieron el secuestro a su portafolio de negocios, todo eso con un lenguaje directo e inapelable: la ley del revólver. No faltaron unos pocos que dieron la voz de alarma, pero Acapulco era la estrella refulgente del firmamento turístico de México y la autoridad, como la María Bonita del maestro Agustín Lara, se hizo un muchito desentendida.
Como era de esperarse, Su Bizarría lo sabe de sobra pues fue alcalde del puerto, el turismo desapareció. Las líneas aéreas fueron cancelando vuelos, los hoteles bajando tarifas, los restaurantes cerrando puertas, al tiempo que los doctores prevenían que bañarse en la bahía más hermosa del mundo implicaba el riesgo de pescar una infección de ojos, de oídos, de estómago o, mensaje afrentoso para los lunamieleros, de vagina.
Al cabo, que todavía no al final, el derrumbe fue estrepitoso. En 2023, el aeropuerto de Acapulco apenas arañaba el décimo lugar nacional en número de pasajeros, que no sumaron ni siquiera un millón, mientras la nueva versión del paraíso, una aldea tropical llamada Cancún, encabezaba la lista con 32 millones y fracción. Afectó el tráfico, contribuyó la mugre, cundió el crimen, prevaleció el desgobierno: ningún centro turístico puede superar un cóctel tan tóxico.
Para colmo, el próximo viernes hará un año exacto, en octubre de 2023 el huracán Otis arrasó Acapulco con vientos endemoniados de 270 kilómetros por hora, que la escala que se usa para medir estos bichos, la Saffir-Simpson, califica como categoría 5, lo cual en el. Idioma de los climatólogos significa ‘daño catastrófico’. Vaya si lo fue: hoteles derruidos, viviendas arrasadas, barcos hundidos, carreteras rotas, cientos de muertos y desaparecidos. Por suerte, si es que ese término aplica, se trató de un huracán seco, que soltó poca lluvia, gracias a lo cual el puerto no sufrió las temibles avenidas de agua y lodo que se generan en zonas montañosas.
Vana esperanza: once meses después, a fines del pasado septiembre, el huracán John empapó Acapulco, produjo cataratas de barro en las laderas de la bahía y sepultó lo poco que había logrado reconstruirse. La situación actual es tan desesperada que, en las dos giras relámpago que la presidenta Sheinbaum efectuó al puerto, el tema dominante fue la sobrevivencia, no la reactivación económica.
Se preguntará Vuestra Audacia a qué viene escribirle esta larga lista de calamidades, que sin duda se sabe de memoria. El caso es que me inquieta la actitud del no gobierno (o de la no autoridad, si lo prefiere), que se limita a poner curitas en una emergencia que requiere terapia intensiva y cirugía mayor. Rescatar Acapulco tendría que haberse convertido en una cruzada de alcance nacional, en una prioridad absoluta de gobierno, pues lo que está en entredicho no es su imagen, tal vez perdida para siempre, sino su misma existencia.
Las señales son del todo adversas. En su año de despedida, López Obrador manejó la tragedia con óptica electoral, enviando toneladas de hornos, estufas y refrigeradores, que tal vez aportaron votos y algún alivio a quienes perdieron todo, pero no tocaron el fondo del problema. El remedio no parece diferente en el nuevo sexenio: Acapulco ni siquiera figura en la lista de las cien promesas que Doña Claudia le hizo a la nación.
Quizás estas líneas obedecen también a un motivo egoísta: Cancún, mi ciudad adoptiva, no está libre de riesgos. Aparte de que estamos en la ruta de los huracanes y, con esto del cambio climático, cualquier día nos llevamos un impacto mayúsculo, en el tema de la violencia también vamos sumando pendientes y expedientes. Ya tuvimos algunas balaceras en los antros de la Riviera Maya, ya fue asesinado en la playa un niño turista por un pleito entre narcomenudistas, ya asaltó un hotel un comando en motocicleta, ya nos puso el Departamento de Estado en la lista de destinos en los que hay que cuidarse, ya hubo atracos a plena luz del día en centros comerciales, ya no sale uno de noche con tanta confianza, y en 2024 ya tenemos, por primera vez en la historia, mucho menos turistas que el año anterior. No quiero sugerir ni imaginar que se va a repetir la triste historia de Acapulco, pero tampoco se puede descartar ese escenario pues, como Vuestra Astucia no ignora, el éxito es un espejismo que suele aturdir hasta a los más juiciosos.
Con ese nudo en la garganta pongo fin a este largo lamento. Dele mis disculpas y mis condolencias a Evelyn, la gobernadora dual, quien sin buscarla ni desearla se vio en el penoso trance de suplantar a su papá. Y en cuanto a sus aspiraciones de repetir en la silla, opino que Guerrero no merece tanto castigo y afirmo que Acapulco no soporta tanta lacra, así que desde ahora y para siempre cuente con el voto en contra de