Mi corazón está en reparación desde hace tiempo. El año pasado estuve contigo, hoy sólo conozco la nada, que miro fijamente esperando que me devuelva la mirada, que me sonría como tú lo hacías, que me abrace como tú lo hacías.
No lo creo todavía, porque aún duele el pecho. Aquella sensación de no tenerte, se convierte en masacre o silencio, que torturan hasta la médula; otras ocasiones, transmuta en susurro, que sutilmente recuerda lo que dejamos enfriar en la mesa.
Hay quienes advierten que estas heridas cerrarán pronto, cuando menos me dé cuenta, permitiendo abrirme nuevamente al cariño, a la entregar, pero no veo que esté cerca ese momento.
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La atemporalidad de un dolor que no encuentra fin, que se multiplica cada que alguien lo menciona; un dolor mítico como la hidra, un dolor profundo como el tártaro, un cíclico como la serpiente que se come a sí misma; un dolor eterno, que toma nuevamente aire en otras vidas.
Perder a un amigo
Es difícil perder un amigo. Saber que hay tantas palabras que nos quedamos sin decir, que hoy la ausencia nos obliga a tragarlas, una estocada artera al corazón.
El impacto diluye el ánimo de golpe, empujándonos al duelo por seguir, avanzar sin ellos, continuar nuestro camino tratando de sostener con fuerza los recuerdos que se diluyen de la memoria, esforzándonos para que el remordimiento no nos devore en algún momento de debilidad, en algún tropiezo.
Es difícil ver al pasado y no quedarnos absortos en la melancolía de recordar; dulce-amargo sabor, mirar con alegría, pero lamentando no poder volver a sentir la cálida vida abrazándonos el alma, encendiendo la llama del espíritu.
Vaya que es difícil, mirar listas repletas de planes pendientes, celebraciones que nos tocará vivir sin ellos, tristezas que no podrán contar con su compañía. Sólo queda recordarles, para volver a vivirles; queda sostener su memoria un tiempo más, luego dejarles ir; que el descanso eterno llegue y les arrope; sólo nos queda saber que no se irán del todo, que de vez en cuando nos visitarán, arropándonos en momentos de necesidad, observando gustosos aquellos instantes donde nos inunden las más inmensas alegrías.
En el camino
Cuántas personas se han quedado en el camino, por acuerdo mutuo, cambios que comenzaron a lastimar a alguna de las partes o simplemente por una decisión unilateral, que llevó a un punto sin retorno; relaciones de amor, cariño y confianza, que pasaron a ser ausencias que nos duelen hasta la memoria, que en ocasiones seguimos extrañando, reprochando su fatídica culminación a la muerte, al tiempo, la enfermedad, a la distancia, al ego, a la traición o al destino.
Cuántas amistades perdidas nos han dolido tanto que les hemos guardado luto, sin querer abrirnos de nuevo; reusándonos a empeñar nuestra confianza de nuevo, entregarnos a sentir que algo más que nosotros importa. Aquel velo que colocamos, limita nuestra capacidad de volver a conectar, nos enfoca únicamente en el dolor, como método de saciar nuestras ansias por sentirles de nuevo; postergando el inevitable duelo, que en algún momento tendremos que enfrentar, creamos o no estar lo suficientemente listos.