La filosofía es el arte de formar, de inventar, de fabricar conceptos, de crear. No de poseer en sí ya la sabiduría, sino de buscarla, de proponer la manera de definir, de concebir una condición de posibilidad del pensamiento. Al retomar la noción del filósofo como el “amigo de la sabiduría”, Gilles Deleuze se pregunta hasta qué punto se vela por la sabiduría misma, pero también, hasta qué momento la abona y la reinventa, en un sentido de no poner un punto final a la misma, pues siempre se requerirá de una nueva forma de explicar los acontecimientos.
Cada campo de la actividad humana implica una “amistad” entre la persona y el objeto con el que pretende desarrollar una actividad, sin embargo, en el caso particular de la filosofía, las ideas son aquellas nociones con las que quien lleva a cabo una actividad filosófica establece un vínculo amistoso, sin descartar, que pudiera haber muchas otras con las que no pueda establecer ese lazo de camaradería.
Por eso, el filósofo es el amigo del concepto, no lo forma, ni lo inventa, sino que lo crea, pues los conceptos no están a la espera de ser descubiertos, sino que tienen que ser creados, como cuando el arte contribuye a la existencia de entidades espirituales. Por eso, la filosofía no consiste en la reflexión ni en la contemplación, sino en la creación, pues de lo contrario, más que una actividad filosófica, ocurre una sofistica.
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Por otra parte, la creación de un concepto implica que este sea singular y no universal, e incluso requiere de cierta noción de cambio, pues no puede permanecer inmutable, además de requerir de un plano donde puedan cultivarse y germinar de forma autónoma.
Conforme a la definición tradicional de filosofía, quien se dedica a la práctica de la misma, es el amigo de la sabiduría, que no es en sí una persona con mucho conocimiento o con la posesión de un conocimiento absoluto, sino más bien alguien con inventiva. Dicha amistad con el conocimiento no implica una erudición de conceptos o de información ni una inmutabilidad del conocimiento mismo.
Por el contrario, ejerce la filosofía quien está enfocado a los conceptos, a determinar si son o no viables, si fueron planteados de una manera arbitraria o no o si tienen consistencia o no. Pero, no sólo a eso, sino a crearlos. Pues, el trabajo del filósofo consiste en cuestionar a los conceptos ya existentes, aquellos que se han asumido y repetido como universales, para crear e inventar nuevos, retomando a Nietzsche, el propio Deleuze asume que un filósofo no puede confiar en aquellos conceptos que no ha creado él mismo.
Por lo tanto, la labor del filósofo es totalmente creativa y no repetitiva, pues debe carecer de un anquilosamiento en lo epistemológicamente anterior para poder llegar a la culminación de su labor, la creación del concepto.
Lo anterior, corresponde a una serie de apuntes sobre el libro “¿Qué es la filosofía?” de Gilles Deleuze, a propósito de la próxima conmemoración del Día Internacional de la Filosofía, que se celebrará el jueves de 21 de noviembre, y que nos invita a reflexionar sobre la trascendencia del conocimiento filosófico en nuestros problemas cotidianos y contemporáneos.
El llamado de este año es “superar las brechas sociales” por lo que esa propuesta deleuziana de hacer filosofía con base en la creatividad y en la constante producción de conceptos es más que necesaria para plantear un redireccionamiento de las acciones que estamos llevando a cabo, a nivel personal y colectivo, para modificar realidades como el cambio climático, las desigualdades sociales, el odio hacia las y los otros, las crisis sanitarias, las violencias, la pobreza, el maltrato animal, entre muchos otros.