En un mundo de simulación, el que aparenta mejor es rey, o reina. Esto en tanto el personaje permanezca fuera de una exposición ajena que convenza al respetable de salir de la farsa montada. No siempre exponer al simulador tiene efectos inmediatos: si logran convencer a tanta gente durante tanto tiempo, es porque saben engañar y saben construirse cómplices del engaño. Mas la simulación cuando llega a límites insostenibles termina por reventar. Así sucedió con una pseudo doctora en Puebla que, en una semana, saltó a la fama nacional por las razones equivocadas.
Marilyn Cote tenía años ofreciendo servicios como psiquiatra. Se presentaba como una “doctorada en medicina con especialidad en neurociencias, con un doctorado en psicología clínica y especialidad en psicodiagnóstico y perfilación”. Como argumento de autoridad, sostenía haber recibido esos grados de lugares tan prestigiosos como Harvard y la Universidad de Oslo. Hasta aquí, uno podría suponer de buena fe estar frente a una eminencia. Mas el caso se vuelve más raro y turbio a medida que más información se conocía y que, además, estaba a la vista de todos.
Tanto en su página de internet como en sus redes sociales -ambas ya dadas de baja-, presentaba fotografías de cuestionable veracidad: posando como experta recién salida de un curso del FBI, sonriendo al lado de su ‘amiga’ Laura Pausini o protagonizando las portadas de las más prestigiadas revistas internacionales. En sus videos, además, presumía hablar francés, noruego, inglés, y se decía italiana, aunque sea tlaxcalteca. Todo suena divertido como una broma de mal gusto, hasta que dice cosas preocupantes.
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Marylin Cote prometía, por ejemplo, curar la depresión en ocho días, la ansiedad en tres y resolver problemas de la mente cual producto milagro. Según testimonios de expacientes, generaba diagnósticos aventurados y recetaba medicinas controladas muy potentes. Cote, graduada en derecho, expedía recetas con cédulas falsas respaldadas en el mismo papel por la cédula de otro doctor, al parecer cómplice. Es todavía desconocido el nivel de daño causado a pacientes que, en la esperanza de aliviarse, terminaron mucho peor.
La indignación en contra de la falsa psiquiatra reventó las redes en donde se expusieron otras miserias. Quizás la más perturbadora es un video de navidad que muestra a Cote con un presunto paciente en estado de vulnerabilidad por la toma de medicamento psiquiátrico, en donde ella presume un anillo por el cual dice se van a casar, y a este le regala un reloj.
Ha sido tal la avalancha en contra de Cote que puede dar por terminada su carrera como falsa psiquiatra, y ya adelantaron expacientes y autoridades un proceso en su contra que la podría llevar a pagar multas y terminar en la cárcel.
Mas sería equivocado pensar que Cote pudo sostener un engaño tanto tiempo por ella misma. Las simulaciones no nacen solas, sino que requieren de complicidades por acción u omisión. El más inmediato es el presta cédulas que acompaña las recetas de Cote que permitían la expedición de medicamento controlado, o quizás también había farmacias dispuestas a prestarse al juego.
Luego viene toda la infraestructura que le permitió cometer sus fechorías: la torre de médicos en donde instaló su consultorio y la plataforma Doctoralia que le permitió hacerse de pacientes. ¿Acaso estamos tan mal que no se requiera una verificación de credenciales para ejercer una profesión tan delicada como la del psiquiatra? Y también están las autoridades estatales y federales de salud y riesgos sanitarios. Al parecer, Cote se salía con la suya porque nunca dio aviso de sus servicios de salud y estas jamás se dieron cuenta. En el mejor de los casos, las autoridades son incompetentes; en el peor, cómplices. ¿Quiénes deberían ser todos los responsables?
Sé que algunos culparán a la incredulidad de quienes acudieron con la falsa doctora, mas no es culpable quien en la desesperación busca remedio, sino el que la ofrece mediante una simulación basada en complicidades.