A un año de la guerra, Gaza atraviesa una de las peores crisis humanitarias de la historia reciente, con el hambre como una de sus manifestaciones más devastadoras. La escasez de alimentos se ha convertido en una realidad cotidiana, agravada por la imposibilidad de que la ayuda llegue de manera constante y efectiva. Incluso antes de la guerra, la franja de Gaza ya sufría un bloqueo asfixiante que restringía severamente el acceso de bienes esenciales como agua, alimentos y electricidad. Con el conflicto actual, la situación en Gaza ha empeorado, y se estima que 96% de la población enfrenta inseguridad alimentaria. A medida que la violencia persiste, el número de personas que soportan condiciones catastróficas, como pasar días enteros sin comer, aumenta alarmantemente.
Esta crisis alimentaria no es una simple consecuencia colateral del conflicto, sino una táctica deliberada y sistemática del gobierno de Israel, que utiliza el hambre como arma de guerra. La estrategia política y militar detrás de la privación de alimentos y el bloqueo de suministros esenciales busca ejercer un control férreo y coactivo sobre la población palestina. Israel pretende castigar a los palestinos, además de socavar su resistencia y capacidad de supervivencia. Aunque el derecho internacional prohíbe la hambruna como táctica bélica, esta práctica persiste en Gaza e intensifica el sufrimiento de un pueblo ya afligido por décadas de ocupación, represión, bloqueos y violencia.
En este contexto, surgen organizaciones internacionales que intentan mitigar los estragos de la guerra y proporcionar asistencia. Sin embargo, sus operaciones enfrentan demoras y restricciones impuestas por las autoridades israelíes, incluidos los cierres constantes de cruces vitales como Karem Shalom en el sur y Erez en el norte de Gaza. A estos obstáculos se suman los ataques deliberados a los convoyes y al personal humanitario por parte de las fuerzas armadas israelíes. Esta situación ha llevado a la suspensión de operaciones vitales, intensificando la escasez de alimentos. Israel no solo busca someter a la población palestina, sino también reprimir e intimidar a quienes muestran solidaridad con ella. Este comportamiento viola los principios humanitarios fundamentales y amenaza con perpetuar un ciclo de violencia sin precedentes en Gaza.
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Gaza es un territorio marcado por el conflicto y las dificultades humanitarias. El acceso a la ayuda sin restricciones, junto con la garantía de que los alimentos sean entregados y distribuidos de manera segura, son pasos cruciales, pero por sí solos no son suficientes para paliar la hambruna y sus consecuencias. A pesar de los esfuerzos realizados, la intervención más decisiva para aliviar esta crisis es un alto al fuego inmediato. Sin esta medida, la comunidad internacional seguirá mirando cómo el hambre se convierte en una sentencia de muerte para quienes ya sufren
en el filo de la inanición. Mientras las hostilidades continúen, y el silencio y la inacción internacional sean cómplices de una tragedia evitable, el sufrimiento persistirá, dejando a más de 2,15 millones de palestinos en situación de hambre severa.
El acceso a los alimentos es un derecho humano básico e inalienable que debe ser protegido en todo momento, incluso durante conflictos armados. Los alimentos nunca deben ser un arma de guerra.
Alessia Ramponi
* Lic. en Relaciones Internacionales por el ITAM, Especialista en Migración Internacional por el COLEF y Maestra en Derechos Humanos y Democracia por la Universidad de San José de Beirut en el Líbano.