#CARTASDESDECANCÚN

Carta al Pdte. Luis Echeverría Álvarez

Donde se demuestra cuán frágil suele ser la proclama de que alguien ya aseguró su lugar en la historia. | Fernando Martí

Escrito en OPINIÓN el

EXCMO. SR. PDTE. LUIS ECHEVERRÍA ÁLVAREZ REDENTOR INFATIGABLE DEL TERCER MUNDO

Muy Olvidado Apóstol del Arriba y Adelante:

No es por adornarme, se lo juro, pero déjeme le cuento que escribo estas líneas a bordo de un avión trasatlántico que me volará sin escalas más de 10 mil kilómetros, o sea, ¡la cuarta parte del globo terráqueo!, distancia que separa el juvenil poblado donde hoy vivo, Cancún, de la única ciudad que está partida entre los continentes de Asia y Europa, que no es otra que la antiquísima Bizancio, luego centenaria Constantinopla, hoy milenaria Estambul. 

Como usted es un trotamundos irredento, es de suponer que alguna vez habrá puesto pie en esa urbe alucinante, aunque no recuerdo que lo haya hecho cuando despachaba con el rimbombante título de Jefe de la Nación. Sí que recuerdo, en cambio, que durante su periodo presidencial aguantó muchas críticas por su apoyo incondicional a un proyecto fantasioso y audaz, una nueva ciudad turística llamada Cancún, y que lo hizo con tanto entusiasmo y tesón que sus detractores lo acusaban de estar promoviendo un negocio personal.

No me diga entonces, Incansable Andariego, que no le sorprende y le halaga la noticia de que se puede volar directo desde ese paraíso caribeño hasta Estambul, y si mucho me apura, también a Buenos Aires, a Santiago de Chile, a Madrid, a París, a Frankfurt, a Vancouver, a Nueva York, y a más de cien ciudades diferentes del resto del mundo y del país, un ramillete apabullante de destinos pues, cuando usted inauguró el actual aeropuerto, el 31 de marzo de 1975, Cancún era un pueblito que apenas sumaba ocho mil 500 habitantes. 

Mas no era mi propósito apelar a su nostalgia o sobar su vigoroso ego, que sospecho conservará intacto hasta la fecha, sea cual sea el rincón de ultratumba desde donde despache. Esta misiva, por el contrario, es portadora de un mensaje perturbador para su memoria, que Vuestra Inmodestia encontrará injusto e ingrato, por no decir hipócrita y chocante, pues debo confiarle que el pasado 8 de octubre, en las celebraciones oficiales por el 50 Aniversario de la creación del Estado Libre y Soberano de Quintana Roo, nadie mencionó el nombre de Luis Echeverría Álvarez.

No deja de ser ruda esa omisión pues, sin género de duda, fue su voluntad política la que empujó la transformación de Quintana Roo, entonces un paupérrimo territorio federal, en integrante pleno de la Federación. También fue su voluntad, pues en aquella época no había más voluntad que la presidencial, la que provocó idéntica mudanza en Baja California Sur, la que convirtió a Cancún en éxito mundial, y la que dio origen a varias instituciones relevantes, como el Fondo para la Vivienda de los Trabajadores (Infonavit), la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), el Fondo para el Consumo de los Trabajadores (Fonacot) la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco), y el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt). 

Vuestra Hiperactividad, quien no tenía ni pizca de neoliberal, fue sin duda un creador de instituciones, mismas que hoy corren peligro de pasar a degüello. A mí me tocó vivir esa época como reportero novato y recuerdo muy bien su energía en el ejercicio del mando, muy pródiga en discursos libertarios, poses mesiánicas, un tono de voz paternal y dogmático, y la mirada serena y confiada de alguien que ya aseguró su lugar en la historia.

Pues fíjese que no. En la balanza, pudieron más la matanza del Jueves de Corpus, sus devaneos tercermundistas, el artero golpe al periódico Excélsior, y sobre todo, su opaca complicidad en la masacre de Tlatelolco, que no solo lo obligó a arrostrar la pena de vivir en prisión domiciliaria mientras duraba su juicio por el feo delito de genocidio del que, si bien salió absuelto, sí sepultó sus múltiples logros como presidente, que en el imaginario colectivo fueron a dar al basurero de la historia

La historia, y sobre todo la historia oficial, es una ficción política que divide a sus protagonistas en héroes y villanos. A Su Egolatría, qué pena, le tocó ser inhumado en el panteón de los réprobos, muy lejos de su héroe personal, Benito Juárez, quien por cierto coqueteó con Estados Unidos la venta de la península de Baja California, y también muy lejos de Álvaro Obregón, un homicida serial que ultimó a sangre y fuego a todos sus adversarios, pero no hay ciudad mexicana donde no exista una calle que honre sus memorias. Y, si me permito mencionar a Juárez y a Obregón, es porque hay evidencia sobrada de que si el primero no se muere, y al segundo no lo matan, se hubiesen convertido en dictadores.

La historia oficial, escrita por los poderosos en turno, no juzga con apego a virtudes y defectos, sino como le conviene o como le cuadre, de manera taimada y ramplona. Cuantimás, cuando el gobernante es tan inocente como para creerse sus propios embustes, marearse con los halagos de sus subalternos, animarse con las porras que paga, entusiasmarse con las manos alzadas de los acarreados, y suponer, como le sucedió a Su Credulidad, que serían sus leales quienes escribirán la historia.

¡Vaya desatino!

***

Como yo soy un descreído en los asuntos de Dios, Afamado Errabundo, no quiero ni especular cual debe de ser su última morada, si el cielo o el infierno, aunque en su caso tiendo a inclinarme por la opción intermedia, o sea, el purgatorio. Sospecho que ese destino sin retorno, al cual también existe vuelo directo desde Cancún, que no descarto abordaré algún día, ha de ser mucho más estimulante que las parcelas celestiales, y más hecho a su medida, pues hasta la mismísima Biblia dice que los curiosos y los ilustrados son más proclives al pecado que las almas simples.

No me malentienda: no es que desee alcanzarlo pronto en tan cálido refugio, ya que de momento con los sofocos de Cancún tengo bastante, pero si la providencia decide que lo acompañe en los siglos por venir en su actual domicilio, hay algunos personajes que me gustaría conocer mientras purgamos nuestra inexcusable acumulación de pecados.    

Uno de ellos es otro defenestrado de la historia de Quintana Roo, nada menos que el presidente que maquinó la creación del territorio federal allá por los albores del siglo XX, Don Porfirio Díaz. Quizás el más famoso dictador de México tuvo más mérito que usted, pues tuvo que luchar contra los ingleses, contra los yucatecos, y también contra los mayas, para lograr que Quintana Roo ingresara, como unidad geográfica y política, al pacto federal. Pero tanto esfuerzo fue vano, porque le pasó exactamente lo mismo que a Su Errancia: no hay en todo el territorio una calle que honre su memoria, una plaza que albergue su estatua, una placa que celebre sus logros, una escuela que recuerde sus hazañas, ni una población que lleve su nombre, que desde luego tampoco figura en el Muro de Honor del Congreso.

Le pasó lo mismo que a Su Gracia: la historia oficial lo colocó del lado de los pérfidos. No es que no tenga méritos en ese capítulo, pues hay un Don Porfirio que siempre despreció la ley, sometió al Poder Legislativo, mangoneó al Judicial, recurrió con descaro al fraude electoral, encarceló a sus adversarios, le dio palo a la prensa, promovió guerras contra los yaquis y contra los mayas, fusiló a los obreros en Cananea y Río Blanco, y permitió una esclavitud no disimulada en las tiendas de raya.

Más hay otro Don Porfirio que también borró la historia: el que derrotó a los franceses el 5 de mayo y el 2 de abril, se levantó en armas para impedir la reelección de Juárez, pacificó el país tras medio siglo de guerras civiles, atrajo la inversión extranjera, reactivó la minería, impulsó la industria, fundó algunas ciudades (entre ellas Chetumal, la capital de Quintana Roo), construyó 20 mil kilómetros de vías férreas (distancia equivalente a unos ¡trece Trenes Mayas!), mantuvo una política digna frente a Estados Unidos, no se enriqueció en tres décadas como Presidente, y aún se dio tiempo de construir el monumento a la revolución que lo derrocó.

Algo de mala suerte tiene esta joven y próspera entidad, para que en el panteón de sus héroes no pueda figurar Don Porfirio, el artífice de que Quintana Roo figure hoy en el mapa de México, y tampoco Vuestro Infortunio, a quien no se le puede regatear ser el creador del Estado Libre y Soberano. Tal vez pasen décadas, si no es que siglos, para que sus nombres se incorporen a los discursos conmemorativos y a las fiestas patrióticas, mas supongo que Usía no tiene mayor prisa, pues la estancia promedio para pasar del purgatorio al paraíso es de media eternidad.

Este recuento debería servir de lección para los nuevos poderosos, quienes muy orondos aseguran que van para largo (es probable) y que van para siempre (jeje), e incluso proclaman que ya sabe quien es el mejor presidente de la historia, cuando medio país está convencido exactamente de lo contrario. 

Nada es para siempre: si cayó Roma, que dominaba todo el mundo conocido, hay que aceptar que el horizonte de sobrevivencia de cualquier régimen, y más en un país dividido y conflictuado como el nuestro, no es nada prometedor. Más temprano que tarde, unos nuevos bárbaros se harán con el poder, y tratarán de falsificar y manosear la historia. Mientras esa inevitable hecatombe se presenta, reciba en el más allá un enérgico coscorrón por sus errores y una porra caribeña por sus aciertos, con la rúbrica quintanarroense de

Fernando Martí

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