¡Ni quién lo dude! El diálogo en política es uno de los pilares de la democracia moderna. Gracias a la interacción entre las y los líderes de una nación se puede trabajar en forma pacífica para mejorar las relaciones entre los adversarios, solucionar conflictos y llegar a acuerdos.
Para la Organización de Estados Americanos (OEA), el diálogo democrático “respeta y fortalece la institucionalidad democrática y busca transformar las relaciones conflictivas para evitar las crisis y las violencias”. También funciona como “un proceso de cooperación y trabajo conjunto para contribuir a la gobernabilidad democrática”.
En el diálogo se comparten, contrastan y confrontan "ideas, intereses, preocupaciones, demandas y creencias” con propósitos de poder, sin que esto signifique doblegarse o rendirse cuando terminan por imponerse los argumentos y razonamientos del otro. “La ausencia del diálogo directo —precisa la OEA— no significa que la comunicación no fluya”.
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En efecto. La decisión que tomó la presidenta Claudia Sheinbaum de no dialogar en forma directa con la oposición no debería ser motivo de preocupación. Lo que debemos entender es que la primera mandataria optó por una táctica que dejó abiertos otros cauces, privilegiando a la Secretaría de Gobernación.
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En México esto no es novedad. Situaciones similares se presentaron durante distintos períodos históricos. El caso más significativo fue el del presidente Carlos Salinas de Gortari, quien al finalizar su sexto informe de gobierno —luego de un fuerte abucheo de sus opositores— dijo que a sus detractores ni los veía ni los oía, actitud que demostró durante buena parte de su administración.
Aún más. Con excepción del gran acuerdo que fue el Pacto por México firmado el 2 de diciembre de 2012 —recién llegado al poder el presidente Enrique Peña Nieto— y de otras reformas importantes que ha tenido nuestra Constitución, la mayoría oficial terminó imponiendo sus proyectos a la oposición o, por lo menos, a parte de ésta.
Los objetivos que debe cumplir el diálogo político van más allá del intercambio información entre las instituciones, partidos y líderes. Lo prioritario es transformar, reducir la magnitud de los conflictos y fortalecer las estructuras sociales legítimas. Sobre esta base, el diálogo se puede llevar a cabo de distintas formas.
Como proceso de contención, armonización o equilibrio de los intereses, el diálogo debe estar basado en el respeto y la procuración de confianza mutua, por lo menos en lo que se está tratando de construir o resolver. Tiene que partir, además, de un código básico de conducta y de una preparación exhaustiva para lograr la mayor eficacia posible.
De lo anterior se desprende la importancia de comprender el diálogo a partir de una perspectiva multifacética, que va más allá del estar frente a frente. Incluso, el diálogo indirecto a través de los medios o redes sociales, o del uso de terceros, puede resultar más efectivo en el cumplimiento de ciertos objetivos políticos.
Un gran número de partidos, organizaciones sociales y personajes han demostrado mejores resultados cuando no hay diálogo directo. Las posibilidades tácticas y técnicas que existen son muchas y se tienen que aprovechar. La presidenta ya tomó una decisión y está en su derecho. El mismo principio aplica para los líderes de su movimiento y sus adversarios.
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La “interlocución indirecta” representa una mejor fórmula que los “debates” o interacciones en las que no hay nadie que escuche a quienes están hablando; en las reuniones de Congreso o asambleas en donde se excluye la participación de los adversarios; o en en las negociaciones en las que no se respetan los acuerdos.
Cierto es que el diálogo indirecto tiene sus desventajas. La más relevante es la percepción que se deja de no ser un líder o lideresa auténticamente demócrata. Si bien la presidenta sí los ve y sí los oye, el hecho abre una nueva ventana de oportunidad a sus adversarios para que revisen y replanteen sus estrategias de comunicación y narrativas, ya que éstas dejaron de funcionar desde hace tiempo.
El rechazo e indignación que han expresado frente a la postura de la presidenta Sheinbaum es otro error, cuando lo que en realidad necesitan es hacer un diagnóstico y una autocrítica a fondo, junto con una revisión de su ideología, proyecto, narrativa y líneas de mensaje con la población, que es lo que sí tienen claro los gobiernos de la llamada 4T.