Hace algunas semanas platicaba con el conductor de un taxi en la Ciudad de México, me platicó varias experiencias con la delincuencia, asegurándome que él entendía a las mujeres que se manifestaban contra los feminicidios, pero que lo de “rayar monumentos” y “ponerse violentas” le parecía demasiado. Ya me había dicho que tenía una hija preadolescente, por lo que le pregunté que, si su hija fuera víctima de violencia de género, si un hombre la agrediera sexualmente bajando de la micro, o si desapareciera caminando hacia la escuela, o si un exnovio celoso la matara, su indignación por ver el Ángel vallado era mayor de lo que sería su rabia y su dolor. Guardó silencio, y yo repetí la carga, le pedí que se imaginara al hacer la denuncia en el MP le dijeran que su hija se lo había buscado por andar sola o por tener novio; que durante meses le dijeran que no había nada que hacer, aunque supieran quién era el agresor; o que filtraran las fotos del cuerpo de su hija… “No, pues yo también rayaría todo; nunca lo había pensado así”.
Ese “nunca lo había pensado así” no me sorprendió. La rabia no sirve para la pedagogía, y muchas de nosotras estamos agotadas de educar a hombres -cercanos y desconocidos- sobre la realidad de la desigualdad y la violencia de género. Pero eso no significa que nadie esté hablándoles sobre estos temas, un clavado en Tiktok o en algunos discursos políticos nos arrojan decenas de mensajes sobre cómo el feminismo se trata de la eliminación de la masculinidad, de la erradicación de los hombres, un mundo donde cualquier coqueteo sea motivo de cárcel, donde los pobres hombres no tengan NINGÚN derecho a ser hombres. Estas cuentas que repiten incesantes estas ideas conspiratorias cuentan con miles de seguidores, muchísimos de ellos jovencísimos, niños y jóvenes quienes se enfrentan a una sociedad que les sigue enseñando los mismos roles y las mismas violencias, pero ahora les dice que están mal de replicarlas, que los abandona al decirles que la forma “tradicional” de ser masculino es equivocada, pero sin darles herramientas reales para ninguna otra.
Las mujeres podemos serlo todo, pero ellos no pueden dejar de ser lo que siempre han sido, ningún programa público busca más participación de hombres en los programas de arte en las escuelas, o en los talleres de danza, o en nada que sea “tradicionalmente” femenino. No sorprende entonces que estas ideas permeen muy profundamente, y que se acompañen con discursos ultra machistas y misóginos como los que aseguran la existencia de “mujeres de alto valor”, discursos que sin ningún pudor ni cuestionamiento replican medios, ahondando en la insidiosa percepción de que la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres es, inherentemente, una batalla contra los hombres.
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A inicios de esta semana, en España, se publicó una encuesta del CIS (el INEGI español) de la que se desprende que más de 44% de los hombres españoles piensan que la lucha por la igualdad ha “llegado demasiado lejos”, que la búsqueda por la igualdad significa que ellos sufren discriminación. Es un número sorprendente, pero que se vuelve preocupante al saber que, en la población masculina de 15 a 19 años, es más de la mitad. Una lectura crítica sobre estos resultados haría énfasis en cómo la pérdida de privilegios puede ser entendida como discriminación, en cómo los discursos extremistas basados en fake news sobre denuncias falsas o leyes punitivas calan muy profundo en el imaginario colectivo, o simplemente en el profundo malentendido de que los derechos no son un bien finito, uno no pierde derechos porque otra persona los obtenga.
¿Cuál sería el resultado de una pregunta similar en México? ¿Considera usted que tenemos “demasiada igualdad”? Es posible que los resultados fueran igual o peor que los que llenan aún hoy la prensa española. Pero es quizá, como con el taxista en Reforma, que nunca lo han pensado desde donde nosotras lo vemos.
Quizá nunca han pensado que las mujeres mexicanas de 12 años o más le dedican a la semana 66 por ciento de su tiempo al trabajo no remunerado de cuidados y del hogar, mientras que los hombres no llegan al 28%, que esto impide la incorporación igualitaria de las mujeres en el mercado de trabajo remunerado, manteniendo la brecha salarial.
Seguro que nunca han pensado que las mujeres siguen con mayor riesgo de padecer trastornos de depresión y ansiedad relacionados con violencia familiar, sexual, económica, y psicológica y de sufrir violencia médica, por ejemplo: retraso en diagnóstico y tratamiento o violencia obstétrica.
A lo mejor, piensan que la lucha por la igualdad es “demasiado”, porque no les atraviesan las mismas violencias sistémicas que nosotras, porque no pueden ver la desigualdad.
Dice Elizabeth Duval que, frente a este rechazo a la igualdad, tenemos dos opciones: dar por perdidos a quienes piensan así o intentar convencerlos de que el feminismo no es el problema. No sé, resuelvan.