En 2020, vecinos de la colonia El Porvenir en Mérida, Yucatán llamaron a la policía debido a un incidente en el que un hombre intentaba llevarse a una menor, amenazando y agrediendo físicamente a la madre de ésta. Ese hombre era Randy Arozarena, el flamante Premio Nacional del Deporte quien hace unos días posaba sonriente con el presidente Andrés Manuel López Obrador. La detención de Arozarena duró algunos días hasta que fue liberado cuando su exesposa decidió no proceder penalmente. “Se va sin antecedentes” dijo en ese momento su abogado, como si eso cambiara la realidad de la violencia que ejerció contra su hija y la madre de ésta; como si eso significara cualquier cosa en un país donde en 2023 se registraron 489 mil 778 llamadas de emergencia relacionadas con violencia familiar, que suenan a muchísimas, pero que se quedan cortas cuando la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2021 indica que el 11.4% de las mujeres mexicanas de 15 años y más vivieron violencia familiar en los 12 meses previos.
En los meses y años posteriores, AMLO empezó a prestarle especial atención al jugador del Tampa Bay, pero no para poner en evidencia otro caso de un hombre famoso que se libra de denuncias de violencia familiar sino para elogiarlo, refiriéndose a él como un fenómeno, solicitando la aceleración de su naturalización –a la cual Arozarena tiene derecho, al ser padre de una menor mexicana y residir en territorio mexicano– y finalmente con su gobierno otorgándole el galardón más importante que tiene México para reconocer la ética, talento y profesionalismo de un deportista. La línea entre ser ejemplar deportista y ser ejemplar persona de pronto es demasiado gruesa.
Te podría interesar
El caso de Randy Arozarena no es único, por supuesto, existen documentados múltiples casos de deportistas talentosos, quienes, a pesar de ejercer violencia sexual o violencia familiar, son premiados, festejados y puestos como ejemplo para las juventudes. Hombres exitosos y poderosos, que utilizan su poder para violentar con la tranquilidad de que nada les pasará, que no habrá sanción social ni castigo profesional, que lo correcto es separar la proeza del atleta, como la obra del artista. Los casos desde Renato Ibarra, Dani Alves, quien por cierto inicia juicio esta semana por agresión sexual; Luis Rubiales, Maradona, Floyd Mayweather hasta O.J. Simpson nos enseñan que no hay consecuencias para el violentador si éste tiene suficiente fama y dinero; y que ese suficiente, ni siquiera es tanto, porque el pacto patriarcal, ese mediante el cual los hombres se cubren, se protegen, se palmean las espaldas para cometer abusos, los protege a todos.
Más allá de un llamado a la “cancelación”, que ni repara ni resuelve nada, una reflexión sobre cómo y a quién enaltecemos como ejemplo, sobre cómo el gobierno mexicano llena planas sobre política feminista y disminución de violencia mientras al mismo tiempo el presidente se codea alegre con hombres que violentan. Hace tiempo quedó claro que al presidente no le importa erradicar la violencia contra las mujeres, que no existe ninguna perspectiva de género en sus acciones ni en sus políticas ni, definitivamente, en su manera de ver y entender el mundo. Al presidente del país con once feminicidios diarios le importa, más que el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia, su derecho a engolosinarse con un jugador de beisbol.
En su discurso durante la ceremonia del Premio Nacional del Deporte, AMLO destacó el papel de las familias en la carrera de los deportistas: “no se hace nada sin el apoyo de la familia”, quizá olvidó decir que la violencia doméstica es intolerable en un galardonado nacional, y que, con la pena, pero su ídolo no lo recibiría.