Llama la atención que los jóvenes en edad de tener hijos ya no quieren tenerlos. Prefieren adoptar mascotas tales como perros o gatos, con los cuales han venido a sustituir a los hijos.
Desde el principio de la humanidad los hijos se dieron en las peores condiciones de higiene y salud para las madres y para los niños. Sobrevivían unos pocos y en la mayor parte de los casos, al crecer, se convertían en un instrumento utilitario como ayudantes y fuerza de trabajo para los padres. En muchas ocasiones, su llegada era temida por las madres y no siempre eran deseados.
La invención de los anticonceptivos vino a dar la posibilidad de regular el número de hijos, su espaciamiento, e inclusive la posibilidad de no tenerlos, sin necesidad de recurrir a la castidad y otros métodos menos eficaces. Puso además la decisión de embarazarse o no, en manos de las mujeres a quienes, por ello, se les dio la libertad de decidir ser madres o no.
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Ante estas posibilidades, las mujeres pudieron incorporarse de forma masiva a la fuerza de trabajo y realizar proyectos personales más allá de la maternidad. Esto propició que se fuera reduciendo el número de hijos por pareja, originando la inversión de la pirámide poblacional y ocasionando que haya más viejos que jóvenes.
Hay otros aspectos que han favorecido esta tendencia: Económicos: La dificultad para tener vivienda propia que albergue una familia; el costo de la educación, salud y el mantenimiento de los hijos por lo menos durante 20 años (llegan a ser más años). Falta de tiempo: No existe una infraestructura de calidad que ayude a cuidar a los hijos auxiliando a los padres. Otras responsabilidades: Los jóvenes también se han visto forzados a hacerse responsables de adultos mayores, cada vez más longevos, los cuales también carecen de infraestructura adecuada para sus cuidados. Personales: la falta de vocación parental; la pérdida de libertad para viajar, salir y divertirse; la imposibilidad para lograr proyectos de vida propios por atender a los hijos.
También está la duda existencial propia de nuestra época secular. Si la vida no tiene propósito; si cada uno debe buscarse una razón de ser; si cada persona debe ser como Sísifo subiendo una roca a la montaña para al día siguiente volver a hacer lo mismo todos los días de su vida, con trabajos monótonos que no traen satisfacción o que solo sirven para generar ingresos para gastarlos en productos que no compran la felicidad, ¿qué perspectiva se le puede ofrecer a un hijo en un mundo así, que carece de sentido y que suele traer más sinsabores que dichas?
Es así como tener hijos ya no es una decisión fácil. No todos los jóvenes están dispuestos a sacrificar tiempo, dinero y esfuerzo por el proyecto de vida de los hijos, el cual además, les debe ser ajeno, pues se les debe criar para hacerlos adultos independientes, que realicen su propio proyecto de vida y no el de los padres.
Tener hijos es pues un propósito bastante altruista, de largo plazo y además, incierto. No se sabe qué tipo de dificultades acarreará la vida de los hijos a los padres. Todo esto lo observan los jóvenes en el entorno en el que fueron criados y si las condiciones para su propio crecimiento no fueron las mejores, seguramente también influirá en su decisión de no repetir malas experiencias.
Sin embargo, considero que la experiencia de formar una familia es un proyecto que vale la pena y acarrea muchísimas satisfacciones. Por ejemplo, la satisfacción emocional de una relación padre-hijo; el conservar las tradiciones y valores familiares; el continuar el legado familiar; el disfrutar la compañía que proporcionan los hijos; el tener apoyo y compañía en la vejez; el satisfacer el instinto biológico de reproducirse; el formar una familia como una forma de aprender nuevas capacidades y adquirir una perspectiva sobre la vida más completa; el formar hijos para que aporten positivamente a la sociedad; el amor incondicional padres-hijos que es algo profundo e irreemplazable; o sencillamente por el simple gusto de tener hijos como una forma de orgullo, satisfacción y autorrealización.
Lo que hace falta es la infraestructura de apoyo para que los proyectos de vida de los jóvenes padres no se frustren por tener hijos. Por ejemplo, proporcionar ayuda económica; dar infraestructura para cuidados de los niños fuera del hogar; otorgar tiempo libre para atenderlos; dar capacitación para educar a los hijos y no llegar como unos improvisados a la paternidad.
El Estado tiene una gran tarea para apoyar a los padres en estos aspectos y la sociedad tiene pendiente la tarea de darles razones a las jóvenes parejas para tener hijos: que vean el lado positivo y tengan los apoyos necesarios para que los prefieran a sus mascotas, pero siempre, respetando su decisión.