El teléfono, patentado por Alexander Graham Bell en 1876, fue un gran avance técnico. La posibilidad de comunicarse a distancia entre dos personas amplió las posibilidades de actuación de los seres humanos. Sin embargo, al estar conectados los teléfonos mediante cables, hacía imposible su movilidad.
En la década de los cincuenta del siglo pasado surgieron los primeros teléfonos inalámbricos. Eran aparatos difíciles de transportar y solo podían funcionar unos pocos al mismo tiempo. No fue hasta finales de los años setenta que se desarrolló la tecnología celular, con la cual se puede reutilizar el espectro radio eléctrico y elevar la capacidad de la red, casi sin límites.
Los teléfonos móviles pasaron de ser toscos y muy caros hasta alcanzar tamaños de bolsillo y precios accesibles. Pero su uso estaba limitado a hacer llamadas de voz y mandar algo de texto. La introducción del iPhone de Apple en 2007 ocasionó una revolución en el mundo de la tecnología personal. Esto, aunado a la evolución de la tecnología celular, la cual ya va en la quinta generación (5G), y la liberación de nuevas frecuencias, permitió la explosión del mercado de telefonía móvil en todo el mundo. En México hay 97 celulares por cada 100 personas, similar al resto del mundo.
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Son tales las capacidades del celular “inteligente”, que la dependencia de estos se ha vuelto preocupante. Por ejemplo, el acceso a servicios bancarios. Desde el celular se manejan ahorros, pagos, transferencias, cobros y se sustituyen los pagos con tarjetas o en efectivo.
Estos celulares han sustituido a las cámaras fotográficas y de video. Los álbumes fotográficos pueden residir en estos aparatos o en la “nube”. Se puede acceder a toda la música grabada comercialmente; a películas, series documentales y cualquier material audiovisual; sintonizar la televisión o el radio; recibir y enviar correos; leer un libro, periódico o revista; ver la hora, el clima, recibir alertas sísmicas, etc.
Para abordar un avión, entrar a un espectáculo o a cualquier lugar que antes requería un boleto físico, ahora basta con presentar un código generado en el teléfono. También se puede solicitar un viaje en carro de alquiler; un cuarto de hotel o un alojamiento vía servicios como Airbnb. Con las redes sociales se posibilita la comunicación con grandes auditorios.
También se puede vigilar el estado de salud personal, el ejercicio realizado, observar los signos vitales y compartir esto con el médico en tiempo real. Además, en caso de emergencia, se realizan llamadas automáticas de auxilio y se puede localizar a una persona extraviada, mediante su celular.
Se usan para conducir un vehículo mediante un mapa electrónico que guía al conductor en tiempo real, con información de embotellamientos y ofreciendo rutas alternativas. Existen millones de servicios y aplicaciones a las que se puede acceder a través de un teléfono “inteligente”.
Todo esto va creando una riesgosa dependencia del aparato y los servicios que provee, de lo cual somos poco conscientes, hasta que perdemos el aparato.
Si a eso agregamos que gracias a programas de espionaje como el malware Pegasus, del que las autoridades de México son el usuario más grande del mundo (El gobierno de México cuenta con alrededor de 15,000 licencias para intervenir teléfonos), el panorama se puede volver distópico.
El malware de Pegasus permite a quien interviene el teléfono, sin que la persona atacada se entere, tener acceso a toda la información que está en este, tal como fotos, direcciones, agenda, mensajes o correos y puede escuchar o leer cualquier tipo de comunicación. También otorga acceso al micrófono, a la cámara y a la ubicación en tiempo real, no importando si está encendido el teléfono o no. Para el espía se convierte en la mejor herramienta para conocer toda la vida e información del espiado.
En teoría, solo los gobiernos pueden tener acceso a estas licencias para combatir a delincuentes, pero en México no es un consuelo, porque si bien se sabe que se espía a malhechores, con gran frecuencia se usa para espiar a periodistas, opositores, altos funcionarios y otros objetivos de interés para el gobierno. Las autoridades solo deberían usar estas herramientas por razones legalmente válidas y dejar de espiar a opositores y personajes incómodos.
Ser tan dependientes de los teléfonos “inteligentes”, por útiles y avanzados que sean todos los servicios que ofrecen, es preocupante. Especialmente cuando de ellos pueden depender salud, finanzas, seguridad y vida privada de los usuarios. El hecho de que toda esa información y actividad pueda ser extraída y usada en perjuicio de las personas, es un ataque a la privacidad y al estado de derecho.
Es oportuno valorar hasta donde se está dispuesto a depender de estos aparatos considerando los riesgos que implica su uso. En todo caso, se deben tomar medidas para evitar una dependencia excesiva de ellos; para no exponer la privacidad, la seguridad física y la financiera; y evitar que gobiernos los usen de forma ilegal.