Los últimos dos meses en México dan muestra que a la clase gobernante se le olvidó la práctica de lo comúnmente conocido como “hacer oficio”. Esto no es otra cosa que la práctica más vieja de la política: hacer posible lo imposible, o hacer lo posible lo necesario.
Para llegar a acuerdos, sobre todo cuando no se cuenta con mayorías para imponer voluntades, la clase política necesita negociar, cambiar o ceder sus posiciones por un objetivo mayor: alcanzar un punto mínimo de coincidencias procurando el bien de las sociedades que gobiernan. Eso es precisamente lo que ha fallado.
Tenemos, por ejemplo, el caso de Nuevo León. Es altamente probable que el Gobernador tenía la mira puesta en la candidatura presidencial de MC desde meses, quizás años atrás. Pero ante un Congreso local de mayorías distintas a la de su partido, optó por utilizar las vías legales por encima del oficio político para competir.
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A su vez, los legisladores de aquel estado fueron poco hábiles para transitar en un acuerdo político con MC. Ha dicho Samuel García que los partidos pedían pactos de impunidad a cambio de apoyar al Secretario de Gobierno, y estos le restregaron a su vez faltar a su palabra en cumplir un periodo de seis años. El final de la historia: un palacio de gobierno con fuerzas de seguridad, y una tensión que, afortunadamente, no terminó en tragedia. Al final, el gobernador se quedó, los partidos perdieron la oportunidad de reconstruir su relación con la oficina estatal, y MC se quedó sin un candidato competitivo.
Con el nombramiento de una nueva Ministra para la Suprema Corte de Justicia de la Nación sucedió algo similar. La imposibilidad de transitar hacia un perfil de entre los enviados por el Presidente López Obrador en dos ocasiones, terminó con una designación directa. Decían algunas voces de la oposición que era preferible no votar a nadie para evitar legitimaciones, y que quien llegara cargada con el peso del dedazo. Habría que preguntarles ahora si, conociendo el final de la historia que hoy sabemos, hubieran preferido hacer las cosas de manera distinta. Sospecho que sí.
El caso más reciente es el de Ernestina Godoy, quien no consiguió los votos suficientes en el Congreso de la Ciudad de México para su ratificación como Fiscal. Mucho podrá decirse sobre la idoneidad o no del perfil, sobre los éxitos o descalabros de su gestión, o con respecto a las acusaciones desde la oposición local. La realidad es que el nombramiento estaba destinado al fracaso, y quizás hubiera sido mejor buscar estrategias distintas que le dieran mayor decoro a todo el proceso.
Más evidencia está en lo sucedido con la presidencia del Tribunal Electoral, los nombramientos de altos funcionarios del Instituto Nacional Electoral, y hasta varias candidaturas que los partidos han venido definiendo a nivel local, como en el caso de Mérida. En todos ellos el común denominador parece ser el mismo: la falta de hacer oficio político.
Existe la explicación simplista de que todo está embarrado por el ambiente electoral y el temor de ceder posiciones en tiempos tan estratégicos como los que vivimos. Sin duda algo de cierto hay en ello. Mas lo sintomático, lo que está en el fondo, es la aparente voluntad de tensar lo más posible las negociaciones hasta los puntos de quiebre. Esta práctica es insostenible, y quienes pretendan llegar al poder deberían voltear más hacia la práctica de hacer oficio, que de llenar de orificios la institucionalidad del país.