EXTORSIÓN

Presas cotidianas

Hay extorsiones tan sutiles que pueden ser confundidas con miedo, compasión o caridad. | Carlos Gastélum

Escrito en OPINIÓN el

A inicios de semana fui a recoger una prenda a la tintorería. Llevaba más de un mes en el establecimiento pues, tras un primer servicio que dejó manchas por doquier, reclamé se dejara en su estado original. En mi molestia, publiqué un breve comentario en Google Maps: “en esta tintorería echan a perder la ropa”.

Una vez que me dijeron que estaba lista, por segunda ocasión, me apersoné viendo que la prenda estaba ya en perfectas condiciones. Para mi sorpresa, la encargada me dijo: ‘me han pedido que solo le entregue la prenda cuando borre su comentario negativo, antes no’. Tras una breve discusión, me llevé mi prenda y el comentario se quedó tal y como estaba.

Esta experiencia me hizo pensar en otras situaciones donde nos volvemos presa fácil de extorsiones cotidianas.  Usualmente, cuando en México se piensa en extorsión, nuestra mente nos lleva a grandes cárteles organizados que cobran derecho de piso en lugares de dudosa gobernabilidad, o a los aparatos gubernamentales en donde extorsión se confunde con corrupción.

Pero hay otras acciones, casi microscópicas, que configuran extorsiones sutiles y persistentes, que inclusive llegamos a confundir entre motivaciones de miedo, compasión o caridad.

Un ejemplo típico es el franelero de la cuadra. Lo público se ha vuelto privado para convertirse en un ingreso regular. Hay tarifas, espacios designados y mucha fe en que ‘le estará echando un ojo’ al vehículo. Violar cualquier tipo de acuerdo es sentenciarse a la desgracia. Recién un despistado dejó un coche sin pagar la cuota correspondiente y, a su regreso, encontró los cristales vandalizados con una señal clara: ‘este lugar no es gratis’.

Entre las modalidades más recientes está el oficio de abrir puertas. Ya no tiene que preocuparse uno por ir al Oxxo y hacer el esfuerzo alguno para entrar. Una persona en la entrada le hará pleitesía esperando que, al salir, lleguen más rápido algunas monedas del vuelto a sus manos que nuestro bolsillo. Recuerdo a una persona que en algún momento fue cortés pero que, con el paso de los meses, se volvía amenazante para cobrar un servicio no solicitado. Las encargadas decían que llevaban meses pidiendo quitarlo, pero él insistía que esa era su tienda.

Otros ejemplos de extorsiones cotidianas sobran: los que limpian los cristales, so pena de no llevarse un rayón en el coche; los meseros que determinan sus propias cuentas y propinas, para que el cliente se pueda ir; la persona de situación de calle que se asoma amenazante, para que pases sin problemas; el retén ilegal en veredas ingobernables, salvo que uno quiera experimentar un buen susto; por decir algunos.

Es claro que hay muchas personas que participan en esta economía tan particular porque no encontraron otra alternativa de subsistencia. Que no puedan encontrar un empleo digno, o que siquiera tengan en dónde vivir, es parte de las grandes fallas que las sociedades modernas estamos enfrentando frente a los límites de las democracias y el capitalismo.

También es cierto que es una economía fomentada por el principio de impunidad, la aversión al riesgo, y las simpatías de la caridad. Una mezcla nada sencilla. Pero, en tanto no pase nada, nada parece que vaya a cambiar.

 

Carlos Gastélum

@c_gastelum