¿De qué tratará una elección? Esta es quizás una de las preguntas más recurridas en la que los equipos de campaña invierten grandes recursos para construir o descifrar las narrativas en disputa. Las mediciones de aprobación gubernamental por temas clave, la información que proporcionan los grupos de enfoque, o las coyunturas que han marcado a una administración, son el punto de partida para explorar estrategias ganadoras que atraigan la simpatía del electorado.
No obstante, suele suceder que esos planes, estrategias y temáticas, que parecían tan previsibles, terminen siendo desplazados por el principio de realidad. Eso es lo que hoy sucede con Otis y la incalculable devastación en la zona de Guerrero.
Hasta hace apenas una semana, teníamos pistas por dónde podrían ir los dimes y diretes de la campaña presidencial. Si: nada definido aún, pero los contornos iban definiéndose. Entre las pistas destacaban la situación de seguridad, el desempeño económico y su impacto en las familias, el lugar de las clases medias, la vigencia de la democracia mexicana, o una elección tipo referéndum sobre el trabajo del presidente López Obrador. Ahora, con Otis, se parte la historia de la elección en dos: el antes y después de la tragedia.
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Ya otros eventos de alto impacto han tenido consecuencias en el paisaje electoral mexicano. El sismo de 1985 se incrustó como referente de pasividad gubernamental que alentó a otras fuerzas políticas frente al sistema de partido único. Las crisis de 1994 tensaron un proceso marcado por la violencia y la sangre, seguida de una arrolladora debacle económica. La caída de la línea 12 del metro cobró alta factura a la fuerza dominante en Ciudad de México en 2021. Por señalar algunos ejemplos.
Los desastres naturales han perturbado también el continuum electoral en otros países. El terremoto de Chi-Chi de 1999 en Taiwán, y las duras críticas al manejo de la crisis por parte del gobierno, puso fin a 50 años en el poder del KMT, el partido nacionalista pro-China. El terremoto y tsunami en Japón de 2011, con la posterior crisis de la planta nuclear de Fukushima, llevó a la dimisión del Primer Ministro Naoto Kan con un arrollador triunfo al año siguiente por parte de la oposición, el Partido Liberal Democrático.
Pero también existen ocasiones en que una crisis bien atendida incrementa los activos políticos del partido en turno. Tal es el caso de las inundaciones en Alemania de 2002, y el manejo proactivo del entonces canciller Gerhard Schröder, que le permitió la reelección ese año. Algo similar sucedió en las elecciones de 2006 en Florida, azotada por intensos huracanes el año previo, en donde la gestión del gobernador Jeb Bush ante la crisis permitió a los republicanos mantener el estado.
Si bien lo que hoy sucede en Guerrero podría influir en el sentimiento electoral para el próximo año, gran parte de ese sentimiento estará definido por lo que la administración federal y local realicen sobre la crisis. Es muy temprano para adelantar que todo saldrá mal y este se convertirá en el Talón de Aquiles de Morena. Pero también es osado pronosticar una feliz navidad para las familias guerrerenses como lo supone el Presidente.
Lo que es claro es que cada parte interesada de la elección armará su caso. El gobierno defendiendo su actuar, y la oposición cuestionándola. Tenemos siete meses para saber si Otis, además de crear la peor tempestad vivida en Guerrero, crea también una tempestad electoral el año próximo.