En un país que busca el estado de derecho y la justicia, resulta necesario que los casos en los que las autoridades o las leyes no han cumplido con su finalidad de protección a la sociedad se hagan públicos. De la experiencia en esos casos fallidos aprendemos todos.
La atención institucional y mediática a quienes han sido víctimas de la delincuencia y de una mala –a veces criminal– actuación de las autoridades es necesaria y justa. Sin embargo, esta atención es anhelada con alguna frecuencia por personas, quienes sin haber sufrido situaciones comparables, crean narrativas en las que sus expectativas personales de trato no son satisfechas, y hasta las comparan con tragedias emanadas de la violencia criminal.
Quienes han sido violentados deben pasar, frecuentemente, por el agresivo mecanismo de revivir su infortunio al tener que describir su caso a las autoridades de investigación, al aparato judicial y hasta con los medios de comunicación. Esto es una revictimización.
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Para muchas personas ser víctimas es una infeliz sentencia en su contra. Para otras, llamarse víctimas es una plataforma y un mecanismo de legitimación personal.
Sin embargo, la publicidad de las historias de violencia no solamente existe por la necesidad de denunciarlas, sino también, por el gusto social por su consumo, ya sea por empatía, activismo o morbo.
Resulta que, así como existen los Comic-Con, en donde aficionados y creadores se juntan para conocer celebridades del mundo del cómic, el Anime o el cine, en Estados Unidos existe ahora el CrimeCon.
En el CrimeCon, el público paga su boleto para conocer a los productores de series o documentales sobre crímenes, expertos en la investigación del delito, escritores y comentaristas, pero sobre todo, para conocer a las víctimas de crímenes famosos, o sus familiares.
Las víctimas dan conferencias, firman autógrafos, saludan a sus fans y se toman selfies. Las sonrisas en la interacción entre esas celebridades y sus seguidores contrastan abrumadoramente con la naturaleza de los incidentes que generaron su celebridad.
En las ediciones de años anteriores el público tuvo la oportunidad de escuchar y platicar con algunos de los paramédicos o policías que llegaron a atender asesinatos en masa, como la de un bar en Orlando, Florida, describiendo cómo fueron afectados y victimizados por ello; conocer a testigos o sobrevivientes de asesinos seriales como Ted Bundy; conocer a familiares del caso de las niñas ejecutadas en una zona rural; o, saludar a los parientes de desaparecidos o de víctimas de homicidios sin resolver.
EL evento es un éxito. Ya hay ediciones internacionales incluyendo un crucero temático desde Florida a Cozumel.
Resta decir que si existiera la intención de hacer una versión mexicana del evento se encontrarían con una fuente enorme de material original. Por ahora, en México nos encontramos en la etapa de series sobre casos como el de Paco Stanley, Gloria Trevi, los 43, los narcosatánicos o la mataviejitas.
En contraste al Comic-Con, un aparente proyecto de Netflix sobre los caníbales de Ecatepec ha despertado el rechazo de los familiares de las víctimas, ya que encuentran en estos espectáculos televisivos una apología del delito y su dolor, efectivamente. Pero, de acuerdo con una diputada que apoya a las víctimas, este dolor se cura si les dan a éstas el dinero de las regalías. Bueno.
Queda claro que hay personas que luchan por los espacios necesarios para denunciar sus historias y compartir sus experiencias. Pero, hay quien encuentra en el gusto del público por lo grotesco una forma de vida. En apariencia, hay quien encuentra también en la auto victimización una forma de desarrollo personal y profesional.
Quienes abaratan el concepto de víctima o sobreviviente, quienes modifican la definición de revictimización para dejarlo nada más como revivir su tragedia de a gratis, así como los consumidores de violencia ajena, nos dan una pista de dónde está el origen profundo de la situación social actual.