La Secretaría de Relaciones Exteriores emite cada año una lista de Consulados y Embajadas situados en lugares cuyas condiciones de estancia se consideran serán, durante ese tiempo, menos amables que en el resto del mundo. Derivado de ello, las permanencias en esos sitios habrían de ser, en principio, más cortas que en cualquier otro lado, además de generar el otorgamiento de algún otro beneficio.
Una de las bromas recurrentes en la Secretaría es que la Ciudad de México debería estar incluida en esa lista. La ciudad no es fácil, sobre todo, cuando nunca has vivido ahí.
Por supuesto que ser veracruzano y pensar así no me hace menos mexicano que cualquier otro. Pero luego hay algunos compatriotas que tienen la piel acomplejadamente delgada, y cuando alguien no encuentra nuestro terruño tan encantador como el mismo paraíso, nos sentimos profundamente ofendidos. Peor si es un extranjero. Peor todavía si es un mexicano que nace o vive en el extranjero.
Una menor de edad vocalista de un grupo de mexicoamericanos cometió el pecado de darse cuenta del ruidoso ambiente de la Ciudad de México y así describirlo. Su hermano fue más allá de lo imaginable y profanó la comida mexicana confesando que no le gustaba tanto. Los héroes nacionales despertaron y la virgen de Guadalupe lloró, dicen. La violencia en las redes y en sus presentaciones fue intensa.
Es de llamar la atención cómo tonterías así lesionan la identidad de tantos. Afortunadamente poco después llegó Taylor Swift y ella sí nos dijo que nos quería. Además, nos los dijo en inglés la güerita, y esto conmovió hasta un ministro de la Suprema Corte.
Probablemente estos exabruptos revelen algunas de nuestras condiciones culturales y claramente se ven las broncas que tenemos como sociedad, a veces, tan necesitada de orgullos propios o prestados.
Muchos de estos problemas de identidad y conducta nos los llevamos en la maleta cuando migramos.
Como Cónsul de protección en distintos lugares de Estados Unidos, al realizar visitas a los centros de detención para platicar con los paisanos, con alguna frecuencia surgía un mismo elemento: el alcohol.
En una ocasión, durante una entrevista grupal, la mayoría de los presentes en esa cárcel había sido procesado penalmente por casos relacionados con la violencia doméstica, la conducción de vehículos, pleitos en lugares públicos o estar orinando en la calle, en cada caso, en estado de ebriedad. Al hacer notar ese detalle, uno de los paisanos comentó, con orgullo, que lo que pasaba era que los mexicanos nos gustaba mucho la fiesta, lo que desató la carcajada de la mayoría.
Al abordar el tema de la situación que enfrentan nuestros paisanos en Estados Unidos, estudios señalan que el aislamiento y la incertidumbre con la que viven algunos migrantes generan las condiciones para un importante consumo de bebidas alcohólicas.
Sin embargo, ese gusto puede estar ligado más a cuestiones educativas y culturales en México, y no solamente a dificultades económicas o cuestiones migratorias. Recientemente, un conocido beisbolista mexicano de las grandes ligas fue arrestado por un incidente de violencia doméstica y consumo de alcohol.
Claramente no se trata de un caso en el que los problemas financieros o la irregularidad migratoria fueran los elementos de mayor peso. Es, sin embargo, altamente notable que paisanos visibles y aquellos que no lo son, presentes conductas similares.
No deja de llamar la atención que en las redes no hubo una reacción de indignación contra de este mexicano en Estados Unidos, ni por mucho, a la parecida provocada por los jóvenes que nos dijeron que la CDMX tiene ruido o que nuestra comida no sea lo máximo del universo.
Puede que ahí se perciban algunas de las prioridades que tenemos en nuestra sociedad, nuestros complejos, y algunas de nuestras conductas violentas y perjudiciales ya normalizadas.
Cada dos años, con la llegada del mundial o los olímpicos, se habla de las vergüenzas provocadas por algunos mexicanos en esos eventos. Hemos escuchado las historias de los individuos, a veces borrachos, que orinaron el fuego eterno en Francia, se robaron las cervezas en Brasil, o detuvieron el tren bala de Japón. Pero estos incidentes no son solamente cada cuatro años. No son tampoco solamente en el extranjero.
Desafortunadamente, es una constante normalizada a tal grado que la historia de un beisbolista de las grandes ligas borracho golpeando a su mujer en un estadio, no se incluirá en la lista de vergüenzas de mexicanos en el extranjero. Ambos elementos son historia común.
Ojalá la reacción de rechazo a estos individuos que agreden a sus parejas algún día sea tan intensa como aquella en contra de los que han agredido a nuestros tacos o no hablan con la corrección que se necesita.