En el mundo globalizado e interdependiente en el que vivimos no es fácil pensar que el poder en términos militares y económicos es la única forma de influir en el escenario internacional, pues es justo la interdependencia en todas sus dimensiones la que lleva a concebir al “poder duro” (hard power) como una forma arcaica de imponer intereses nacionales en el exterior. Por el contrario, incorporar a otros actores voluntariamente a una zona de influencia determinada parece ser una tendencia global utilizada no sólo por las potencias tradicionales, sino también por las emergentes, lo que nos aproxima cada vez más a lo que Joseph S. Nye denominó como “poder suave” (soft power), el cual es precisamente la herramienta de la ayuda para el desarrollo.
Aunque existen varias definiciones de lo que es la cooperación internacional para el desarrollo (CID), en términos prácticos ésta se reduce a la implementación de acciones conjuntas para movilizar recursos tanto financieros, como técnicos, tecnológicos y humanos para promover el desarrollo y el bienestar de la población de los países más necesitados y aquellos afectados por conflictos internos o externos, las cuales en primera instancia se basan en los principios básicos de justicia y progreso social incluidos en los Objetivos de Desarrollo Sostenibles (ODS’s). Sin embargo, las prácticas de CID no están precisamente determinadas por pronunciamientos internacionales sino por los intereses geopolíticos y económicos, contextos históricos y presiones internas.
Quizá pueda ser debatible, pero pocos pueden negar que en los últimos años el aumento en el flujo de la CID por parte de países emergentes está contribuyendo a un nuevo balance de poder internacional. Si bien los países industrializados continúan por mucho siendo los que más CID otorgan, la información disponible de las bases de datos de la OCDE indica que de 1991 a 2022 la CID proporcionada por las potencias emergentes ha incrementado un 375% al pasar de 3,857 millones de dólares en 1991 a 18,273 millones de dólares en 2022, mientras que la de las potencias tradicionales ha crecido un 147%. De hecho, la ayuda al desarrollo proporcionada por países como China, Turquía y Arabia Saudita prácticamente los coloca por encima de donantes tradicionales importantes como Canadá, Italia u Holanda.
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Pero la relación de la CID con el ejercicio del poder suave se puede entender mejor si se considera quién la otorga, quién se beneficia y los sectores específicos a los que se destina, elementos que permiten vislumbrar, con cifras duras, la motivación que está detrás de cada acción, fuera de los discursos políticos.
Más allá de las fricciones comerciales y las demostraciones de poder duro, la actual la rivalidad entre Estados Unidos y China en términos de poder suave hace recordar el despliegue de acciones de Estados Unidos al finalizar la Segunda Guerra Mundial cuando implementó el Plan Marshal, el cual no sólo sirvió para la recuperación económica de los países europeos devastados por la guerra, sino también representó una forma de contener el avance comunista durante la Guerra Fría entre estadounidenses y soviéticos, y en la que cabe destacar que a la par de la carrera armamentista cobró forma una especie de carrera en materia de CID pues la entonces Unión Soviética, una vez terminada su reconstrucción interna, lanzó su propio programa de cooperación con los países en desarrollo que consideraba estratégicos para expandir su influencia.
En el caso chino, el coloso asiático ha estado impulsado una política exterior orientada al poder suave desde el inicio del siglo XXI, presentándose como una nación cooperativa y sin pretensiones hegemónicas para exportar su sistema político-económico como sí las tuvieron tanto Estados Unidos como la Unión Soviética el siglo pasado. En este sentido, como prueba del reforzamiento de la política exterior china a través del poder suave destaca la iniciativa económica de la Nueva Ruta de la Seda, propuesta del presidente Xi Jinping, con la que busca reconstruir la infraestructura de transporte y logística, las fuentes de energía, la conectividad y los recursos humanos en las zonas sur y oeste de Europa y Asia, así como de África. Al igual que Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, los beneficios para China al estimular las economías más débiles en Europa, Asia y África se traducen en un mercado para comercializar sus tecnologías y en un aumento de su influencia en esas regiones.
Por su parte, Estados Unidos bajo la presidencia de Joe Biden presentó, como contrapropuesta a la Nueva Ruta de la Seda de China, la iniciativa Build Back Better World (B3W) a la que líderes de occidente se han sumado para contener el avance e influencia chinas en países de América Latina, África y Asia, en los que se planea destinar 40 millones de dólares para el desarrollo de infraestructura.
Similar a la época de la Guerra Fría entre estadounidenses y rusos, hoy se puede observar que entre estadounidenses y chinos coexisten una carrera comercial, tecnológica y geopolítica, así como de cooperación internacional.
Pero no sólo entre las naciones más fuertes de la actualidad se observa el ejercicio del poder suave a través de la CID; en México, por ejemplo, “persiste una tendencia clara de cierto poder suave en la CID” que otorga desde la Agencia Mexicana de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AMEXCID) que se materializa prácticamente en la transferencia de recursos técnicos y de conocimientos, así como mediante una estrategia diplomática para mantener la presencia e influencia de México en el mundo especialmente en términos culturales, una variable más del poder suave.
De hecho, la última oferta de CID de México con tientes de poder suave fue durante el encuentro que se realizó en Palenque, Chiapas, en octubre pasado, cuyo objetivo esencial fue abordar el aumento de los flujos migratorios irregulares de/en Belice, Colombia, Costa Rica, Cuba, El Salvador, Haití, Honduras, México, Panamá y Venezuela. Para ello, México puso a disposición de los países reunidos en Palenque su oferta de CID en materia de petróleo, gas, electricidad y energías alternativas; así como los programas “Sembrando Vida” y “Jóvenes Construyendo el Futuro”. No obstante, esta iniciativa del presidente Andrés Manuel López Obrador está promoviendo no sólo los intereses mexicanos en cuanto a la migración ilegal que ha puesto en jaque al territorio mexicano como país de destino y tránsito, también está siendo una suerte de contención para los flujos migratorios que se dirigen a Estados Unidos y Canadá.
Es claro que en la CID otorgada a los países en desarrollo, al igual que el siglo pasado, en ocasiones aparecen objetivos distintos a los altruistas y ayuda a tener una idea del uso del poder suave para ganar influencia, promover intereses nacionales en el exterior y ganar aliados.