Nunca llegué a pensar apropiarme de la frase “Cuanto más conozco a la gente, más quiero a mi perro”, y es que si algo me está dejando el sitio en el que actualmente vivo es justo eso, querer más a mi mascota, una beagle de tres años que llegó a casa como un buen augurio a mitad de la pandemia.
Este sentimiento lo refuerzo con ideas del padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, quien afirmaba que “a diferencia de las personas, quienes son incapaces de amor puro y siempre tienen que mezclar el amor y el odio en sus relaciones objetales, ellos (los perros) únicamente muerden a sus enemigos y aman a sus amigos”. Raro será encontrar a alguien que refute la aseveración de Freud pues sin duda era quien más sabía sobre la naturaleza humana, además de ser amante de los canes.
Pero independientemente de que en sus tiempos Freud haya reconocido abiertamente que los perros, a diferencia del ser humano, no cometen genocidios y atrocidades, así como también tienen la capacidad para ser empáticos con el sufrimiento de otras especies, incluido el del hombre, hoy en día los poseedores de un perro nos vemos obligados a cumplir con muchas responsabilidades tanto legales como morales. Quizá entre las principales en términos legales se encuentran la de mantener sus vacunas y atenciones médicas al día para inmunizarlo contra cualquier enfermedad transmisible a otros animales o al ser humano y, en términos morales, la de darle paseos y actividad física diarios, así como recoger y disponer debidamente sus excrementos.
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Esto último lo traigo a colación pues algunos propietarios no se hacen cargo de las heces de su perro, claro, esto no justifica que los NO amantes de los canes tomen acciones desproporcionadas como la de poner cebos envenenados en parques públicos, o pretendan intimidar o amenazar a los dueños de los caninos. Justo esto pasa en Colombia, realidad que no está muy alejada de la de México, mientras que en países como España, Austria, Alemania, Francia y Portugal, por mencionar algunos, la legislación reconoce a los perros como miembros de la familia dotados de capacidad de sentir y no meras cosas.
Si bien en Colombia y México también se consideran legalmente a los canes como seres sintientes y no cosas, en ambos casos nos hace cuestionarnos acerca de los valores que como sociedades estamos cultivando desde distintas perspectivas. Pues mientras los que amamos a los perros libramos batallas diarias cuando estos seres incondicionales toman como rehén un tenis o un calcetín a cambio de un bocadillo, un rato de juego o un paseo; aquellos humanos que los rechazan u odian se las ingenian para maltratarlos, humillarlos o matarlos inescrupulosamente aludiendo su pseudo “amor” al entorno que ellos consideran su propiedad.
Lo cierto es que en lo individual debemos hacernos responsables del bienestar de esos seres indefensos, como los perros, que, por su simplicidad y espontaneidad en sus necesidades emocionales y físicas, parecen estar poniendo en evidencia las imperfecciones de nuestras sociedades, en temas tales como la convivencia cotidiana entre humanos y la empatía con otras especies en ambientes que nosotros mismos hemos transformado pensando, lamentablemente, sólo en los humanos.
Como mexicana, abogo porque se fortalezca la legislación en contra del maltrato animal, y para que la educación ambiental incluya la concientización sobre el cuidado de todos aquellos animales que invitamos a compartir nuestro hogar.