Las elecciones en Argentina demostraron la fortaleza de su sistema electoral. La ciudadanía votó en libertad. La rapidez con la que se dieron los resultados fue ejemplar. También se debe reconocer la madurez y tranquilidad con la que el candidato perdedor aceptó su derrota.
En general, no hubo ningún conflicto que lamentar. Los mercados financieros respondieron en forma muy positiva. Por otra parte, cierto es que la mayoría de las encuestas volvieron a fallar. Pero también lo es que sus resultados tampoco fueron pretexto para denunciar ningún tipo de fraude.
¿Quién hubiera pensado que un país con una inflación de más del 140% interanual votaría por la continuidad de un proyecto que ha fracasado en el manejo económico y la lucha contra la inseguridad, la pobreza y la corrupción? El llamado voto de castigo se ejerció a pesar de los riesgos que implicaba el triunfo de Javier Milei.
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El voto de castigo es la decisión de quienes, en una jornada electoral, demuestran su desacuerdo con los gobernantes, de manera particular cuando se sienten afectados directamente por sus decisiones. Se trata de una sanción que pretende ser racional y se ejerce más allá de las emociones.
En cualquier elección, al voto de castigo también se le relaciona con el referéndum. Sin apegarse a la figura formal de este recurso político, el electorado refrenda su apoyo o rechaza al partido gobernante. En sistemas bipartidistas como el de Estados Unidos funciona con cierta efectividad.
Con el regreso sin precedente del populismo en varios países —y la polarización que provoca premeditadamente— el voto de castigo perdió contundencia. El carisma de sus líderes, la carga emocional que provocan al ostentarse como defensores del pueblo y el miedo que generan hacia sus adversarios modificaron el impacto del voto de castigo.
Cuando las opciones son sólo dos, los riesgos se incrementan. Elegir al adversario del partido en el gobierno no significa, necesariamente, que la situación actual va a mejorar. En los últimos años hemos visto muchos casos de cómo el electorado se “equivoca”. Argentina es un claro ejemplo.
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En 40 años de democracia, el regreso del peronismo desde hace más de dos décadas no resultó como se esperaba. Si a esto se agrega el error de casting en la selección del candidato oficial, Sergio Massa, el voto de castigo se explica con gran nitidez, pero para algunos no se justifica.
¿Por qué razones la mayoría ciudadana habría de elegir al responsable de la grave crisis económica que vive el país? Para el presidente Andrés Manuel López Obrador la respuesta en el sentido de que “fue un autogol” es ideológica y corresponde fielmente a su narrativa, pero está muy alejada del pragmatismo que motivó la decisión final del pueblo argentino.
Los pueblos no siempre son sabios y también se equivocan. Sin embargo, en esta ocasión el dilema que enfrentó la ciudadanía podría derivar en una fórmula de perder—perder. Por un lado, porque eligió como presidente a un personaje que no garantiza la solución de los problemas principales. Por el otro, porque Milei no contará con la mayoría en el Congreso para concretar sus propuestas.
El hartazgo de la sociedad tiene un límite y para eso sirve el voto de castigo. El problema real, según los especialistas políticos y económicos, está en el peligro que podría representar para la gobernabilidad del país el retiro de los programas sociales, la probable afectación de las libertades y derechos humanos o el golpe a algunas de las instituciones esenciales del sistema como lo es el Banco Central.
Aunque las diferencias entre ser candidato y presidente pueden ser muy grandes, todo parece indicar que las características y etiquetas negativas que tiene Javier Milei no operarán en su favor. Le pesarán mucho a la hora de negociar con la oposición, porque se le considera un demagogo, radical, excéntrico, provocador y polémico, todo esto sin considerar que no sabe controlar siempre sus emociones.
Derivado de lo anterior, y por el bien de todos, ¿estaría dispuesto el nuevo presidente a ajustar su Perfil de Imagen y a ajustar a la realidad sus propuestas económica, política, de seguridad y de comunicación para lograr los acuerdos que sin duda necesita la nación? Ciertamente lo necesita, aunque no se sabe con certeza cómo lo hará. Sólo resta esperar que las y los argentinos hayan tomado la mejor decisión.