“Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”... lo dijo Salvador Allende, por entonces presidente de la República de Chile, el 2 de diciembre de 1972 en la Universidad de Guadalajara, México.
Fue en un auditorio pletórico de muchachos ávidos de escuchar a quien era ícono del socialismo latinoamericano y quien contaba con el apoyo y admiración de muchos en el mundo. Arrobados se grabaron cada palabra de aquel discurso cargado de emoción y de invitación a participar, a estar, a ser, a contribuir en la realización de los sueños de cada uno y de todos.
Vino a México invitado por el entonces presidente de México, Luis Echeverría, en momentos en los que Latinoamérica se debatía entre la búsqueda de una identidad política –casi siempre hacia la izquierda– y la presencia de intereses estadounidenses por decidir el futuro de la región.
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Por desgracia ganó, por entonces, la intromisión extranjera y se impusieron dictaduras militares: la de Chile una de ellas, luego del ataque a la Casa Rosada el 11 de septiembre de 1973 y la muerte del mismo Allende que soñó una patria mejor para los chilenos… y para todos nosotros.
Y quien le asestó el golpe de Estado fue Augusto Pinochet Ugarte, un militar, político y dictador chileno de 1973 a 1990.? ???El presidente Salvador Allende lo había designado comandante en jefe del Ejército de Chile el 23 de agosto de 1973 en reemplazo del general Carlos Prats. La DEA y la CIA estadounidenses hicieron lo suyo. Siguieron muertes y persecuciones.
Pero era así: En 1972 y los jóvenes latinoamericanos habían participado en las grandes luchas de reivindicación política y social de los países. Había ocurrido en México el movimiento estudiantil de 1968 que terminó de forma trágica el 2 de octubre de ese año, en la Plaza de las Tres Culturas, de Tlatelolco, ciudad de México. Había ocurrido el “Halconazo” de junio de 1971 en San Cosme…
Fueron tiempos en los que miles de muchachos y muchachas mexicanos, habían iniciado la transformación de México; habían decidido participar y exigir que se respetara su presencia, que se escuchara su llamado a lo justo y a la justicia; que el país corriera por la ruta de la democracia y la participación de todos en la ‘Res pública’.
Había inquietud y efervescencia juvenil en las universidades, en las zonas urbanas, en las calles…, bajo todo riesgo y bajo todo temor de que se repitiera lo ocurrido en 68 y 71. Nada los contuvo y participaron, y gritaron, y exigieron. Eran días en los que por aquí o por allá se escuchaban los himnos latinoamericanos de lucha social y política: “A desalambrar-a desalambrar…” se gritaba.
Mucho se consiguió desde entonces. Los muchachos lo consiguieron. Lo de Tlatelolco fue un parteaguas en la historia política y social de México; asimismo lo del 71. Desde entonces ya nada sería igual para el país mexicano.
Hubo Reformas Políticas y electorales. Se dio paso a la disidencia y a los partidos antes proscritos, como fue en México el Partido Comunista Mexicano. Sí, mucho se debe a esos muchachos participativos, visionarios y soñadores.
Hoy las cosas son distintas en el país. Hay miles de jóvenes mexicanos que están ahí, como adormecidos, como ensimismados, como en una lucha interna más que externa y como una multitud silenciosa de la que poco se habla hoy y la que poco habla hoy, a no ser por sus expresiones de júbilo frente a la música de moda, los grupos, los cantantes…: la cosificación, pues.
A miles de estos jóvenes se les entregan apoyos económicos para que puedan sobrellevar su momento juvenil y para que no vivan en la precariedad, según se dice. Miles de ellos dependen de este ingreso mínimo. Y se les adormece. Los muchachos clase media están en la frivolidad de la música de moda.
Pero no están en la lucha por la construcción de un nuevo país. Un país hecho a su medida y de acuerdo con sus propias convicciones e ideas políticas, sociales, de desarrollo social, de justicia y de progreso. Si, construyen su futuro pero no el del país. Lo dicho: Miles de ellos están cosificados y miran al futuro social y colectivo con desdén e indiferencia. ¿Será cierto?
Los políticos de hoy se regodean en sus propias palabras, dirigidas a ellos mismos; dirigidas a sus adversarios políticos en una lucha de personalidades más que de ideas o de proyecto de Nación.
Los políticos de hoy, de cualquier partido o grupo político o social, buscan construir su futuro individual y de grupo, pero no se escucha ese gran proyecto de Nación por el cual habría que luchar, o repudiar, dependiendo del criterio de cada uno… Es así en democracia.
¿Y qué va a pasar con los 26 millones 219 mil 399 jóvenes con derecho a voto en 2024 que, según registros del INE, se dividen en: 3 millones 852 mil 201 personas de 18 a 19 años; 11 millones 280 mil 761 son de 20 a 24 años y hay 11 millones 86 mil 437 jóvenes de 25 a 29 años?
¿Quién de los candidatos que han iniciado precampañas está hablando con estos muchachos? ¿Quién dialoga con ellos? ¿Quién recupera sus vocaciones, sus sueños, sus aspiraciones? ¿Qué partido político dirige su interés por escucharlos y saber qué quieren y en qué punto de la democracia mexicana están ellos? ¿Acaso suponen que hablarles sobre temas digitales y redes sociales es su cercanía a ellos? ¿Y las ideas?
Poco caso hacen por dialogar con la sociedad, con la gente, fuera de los famosos mítines políticos a los que acuden “acarreados” que tienen voz interesada.
Pero no hay quienes establezcan comunicación con esos muchachos que, si se interesaran por el tema político-electoral, podrían ser la balanza que decida lo que habrá de ser el país a partir de 2024. Otro país. ¿A quién le importa, a quién le conviene su silencio y su quietud?
Ahí están ellos. Son 26 millones y tienen derechos políticos y democráticos. Son de ellos y de nadie más que ellos: “Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”.