Eso de que las mujeres siguen siendo víctimas de un modelo machista de sociedad, de actitud, de gobierno, de relación humana y todo eso que se dice es cierto en parte, pero no ya tanto como ellas mismas –las mujeres dedicadas al feminismo– insisten en discutir.
Hoy como pocas veces antes la mujer participa en la vida política, social, económica y cultural de México. Está en distintas esferas del quehacer humano y muchísimas veces está en los espacios de toma de decisiones bajo su propio criterio y responsabilidad; con frecuencia son mayoría. Es así.
También es cierto que la historia da muestras de que esto no siempre ha sido así; durante años y siglos a la mujer se le menospreció, se le ubicaba en los terrenos de la servidumbre hacia el varón o los varones de la casa; ellas tenían que hacer labores domésticas y de tono “femenino” y no meterse en asuntos de inteligencia, gobierno, mando y dominio. El trato hacia ellas era cruel y desgraciado.
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“La mujer, como la carabina, cargada y en la cocina”, se decía hasta hace unas décadas. Pero si bien hoy se mantienen atisbos de aquellos tiempos, con frecuencia es la mujer, o grupos de organización femenina e incluso las leyes están dispuestas a brindarles protección frente a abusos –que los hay aun-, frente a violencia –que aun la hay- y frente a desajustes e injusticias.
Pero las cosas han evolucionado. Las mujeres han dado la batalla en todo el mundo, y naturalmente en México, para hacer valer sus derechos de competencia, de igualdad, de respeto y de derechos y obligaciones similares a las del varón.
Una cosa es cierta: la mujer, como el hombre, tienen hoy los mismos niveles de capacidad intelectual, inteligencia, laboral, mando, orden y coordinación. Por lo mismo deben estar en el mismo nivel de competencia para conseguir posiciones de cada vez más responsabilidad y gobierno.
Pero eso es: no se trata de hacer cumplir a rajatabla, como mandato que resulta asimismo infamante, una cuota de género tan sólo porque debe haber igualdad numérica mujer-hombre en los grupos de mando o gobierno; o empresariales o intelectuales…
Hoy mismo, en general las mujeres tienen las mismas oportunidades de estudio, de formación, de acceso al conocimiento que cualquier varón. No se diga que no es así, y si no fuera así, serían excepciones ondas y lirondas. Las mujeres saben tanto como los hombres en tanto formación profesional.
Hay mujeres en puestos de enorme carga de responsabilidad, como es el caso de la presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Norma Piña; las hay y ha habido gobernadoras, senadoras, diputadas, magistradas, directoras generales y tanto más…
Los accesos para estos puestos están abiertos. Y sí, hay una tendencia machista a ocupar más puestos, pero esto entra dentro de la competencia profesional. Muchos hombres ambicionan puestos y no los ocupan por falta de capacidad o por falta de herramientas para desempeñarse de forma adecuada. Ellas compiten y los ganan.
Hoy se sabe de corrupción de funcionarios públicos o de elección popular, lo mismo hombres como mujeres. Es parte del factor humano. De la necedad humana.
Por eso cuando el Instituto Nacional Electoral exige cuota de género para ocupar cargos de elección por partido, como fue el caso de la elección para las 9 gubernaturas que se disputarán en 2024 en el país, resulta innecesario y obliga a cometer un grave error, injusticia y atenta a la democracia.
Porque si bien los puestos pueden ser ocupados lo mismo por hombres que por mujeres; en el caso no se consideró capacidad y calidad de conocimiento y de acción y sensibilidad para el trabajo público sino simple y sencillamente el que fueran mujeres las que ocuparan el cargo.
De nueva cuenta: se les otorgan los puestos no por capacidad para el cargo, ni siquiera porque la ciudadanía las puso en segundo lugar, como es el caso de Clara Brugada en CdMx, porque “debía ser” ¿Y quién determina en democracia que segundos lugares –minoría– ocupen cargos de mayoría? ¿No había antemano la decisión de Palacio y cupular de Morena de no llevar a García Harfuch?
No. Error. Si las mujeres quieren igualdad, deberán estar en igualdad de capacidad, de calidad laboral, de conocimiento y de fortaleza y responsabilidad como cualquier hombre. En esto no se vale género: se vale que los mejores sean quienes gobiernen, ya sea hombre o mujer.
Y si se da el caso de que más mujeres son capaces para gobernar, que sea; pero no porque se les otorga de forma gratuita, sino por merecimientos y capacidades: al igual que a los hombres: por capacidad y no por ser varones-hombres-masculinos.
La igualdad de género radica en el respeto de unos a otros. En el respeto a la voluntad ciudadana. En el no aceptar lo que no se merece, como exigir lo que sí. Pero en tanto sea para aportar, y no para ganar simple y sencillamente.
Gobernar es cosa seria. Y merece a los mejores. De cualquier género. Simple y sencillamente a ellos, a los mejores, que es el gobierno ideal. Pero en eso no piensa ni Mario Delgado ni la gente que le ayudó a otorgar posiciones de género desde el INE.